Pedro Trevijano, en el confesionario, al que
consagró innumerables horas.
En España vamos escasos de quijotes que estén
dispuestos a luchar por aquello en lo que creen sin importarles los resultados.
Son pocos los valientes capaces de enfrentarse al Poder sin calcular sus
consecuencias. Uno de ellos, Pedro Trevijano, nos
acaba de dejar a los 85 años después de haber vivido una existencia plena.
Pedro era de los que consideraba que las batallas que se pierden son las que no
se dan, y por eso tenía varios frentes abiertos, siempre buscando combatir por
la justicia y la verdad. En un momento en el que casi nadie quiere problemas y
nos ponemos de perfil ante cualquier polémica en la que nos puedan señalar, hay
pocas personas que estén dispuestas a asumir que las cancelen por
proclamar la verdad, y una de ellas era Pedro Trevijano.
Pedro encarnaba la figura de ese
alemán anónimo retratado por la cámara en un campo de fútbol, en plena Alemania
nazi, en un acto de afirmación del nazismo, con miles de hombres uniformados
gritando consignas de exaltación a Hitler con el brazo en alto, y entre esa masa
fanatizada se puede ver un hombre, un solo hombre, que está con los brazos
cruzados, inmutable, pasivo, como desafiándoles descaradamente, atreviéndose a
decir no a esa locura, a pesar de estar completamente rodeado por esa tribu
nacional-socialista. Esa era la valentía de Pedro. No le importaba el tamaño y
la dificultad de la batalla, si estaba sólo o acompañado, los numerosos o
escasos apoyos... tan solo le interesaba si la
causa era justa.
Dicen que en el ADN de los Trevijano debe haber algún gen que les
impulse a embarcarse en cruzadas titánicas,
con enemigos poderosos, sin importarles si están en el equipo ganador. Es
posible, y las biografías de sus hermanos Manolo y José María así lo
atestiguan. Al primero lo expulsaron de seis universidades de Argentina por no
ajustarse al consenso de la época, y José María era el enemigo a batir por los
ejecutivos de las grandes corporaciones y bancos en su papel de defensor de los
intereses de los pequeños accionistas. Pedro era el tercero en discordia en
esa actitud de combate,
y un verdadero quebradero de cabeza para los impulsores de la llamada ideología
de género. Ejerció su
papel de profeta y alertó en un libro, hace ya dos décadas, sobre las
consecuencias nefastas de abrazar estas teorías. Su título era una declaración
de principios: Relativismo e ideología de
género (VozdePapel). Unos años más tarde
publicaría ¡Que no te engañen! Hombre o
Mujer. Todo sobre la ideología de género, como formato
electrónico en Religión en Libertad y, por último Lo que un católico debe saber
sobre la ideología de género (Buenasletras).
Pedro ya dejó escrito que esta
nueva religión moriría al toparse con la
realidad del deporte femenino. Y
acertó de pleno. Hoy cada vez son más las mujeres deportistas que alzan su voz
ante esos hombres que no destacan en las competiciones de su sexo, pero arrasan
en las femeninas gracias a su fuerza física y constitución masculina haciéndose
pasar por féminas de nuevo cuño gracias a las leyes trans. Algunas federaciones internacionales, como la de
natación, ya han creado una nueva competición exclusiva para los hombres que se
hormonan para pasar como mujeres, lo que anticipa la muerte de lo trans en el
deporte.
Decía George Orwell, el novelista inglés autor de 1984, que "en una época de engaño universal decir
la verdad es un acto revolucionario". A Pedro se le
puede considerar un revolucionario con todas sus letras. No rehuía el combate, y si tenía que acudir a debates de
televisión sin rastros de neutralidad, y en minoría, para defender la verdad de
la biología, o sobre cuestiones más espinosas relacionadas con la atracción al
mismo sexo, ahí iba, sin importarle las encerronas o el qué dirán.
Ángel, un gran amigo suyo de la hora undécima, lo ha
definido como "león y niño; fuerte y
humilde". Así era Pedro. Además de bondad y generosidad, abrazadas
siempre de humor y alegría en medio de un gran despiste que lo hacía
más humano.
Pero, sobre todo, Pedro era un gran sacerdote. Con motivo del sexagésimo aniversario de su
ordenación sacerdotal escribió: "Si pudiese
echar marcha atrás y volver a plantearme del todo mi vida, sería de las cosas
que tengo más claras: volvería a ser sacerdote, pues estoy encantado de haberlo sido y
continuar siéndolo. Sin duda alguna, creo que ha merecido la pena apostar
la vida por Cristo".
Yo lo llamaría el apóstol del confesionario. Eran muchas las horas que pasaba
perdonando los pecados en la Redonda de Logroño o durante el mes de agosto a
los peregrinos que hacían el Camino de
Santiago, primero,
y en Medjugorje, después, con jornadas
maratonianas de diez y doce horas de
confesionario con penitentes
hispanos, ingleses, alemanes o italianos. Y todo ello con un corazón grande que
acogía las heridas y pobrezas de quienes se le acercaban con misericordia y
amor. Lo dicho: un gran sacerdote.
G.K.
Chesterton señalaba en sus artículos,
con cierta dosis de esperanza, que "a cada
época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser
inactuales". Pedro Trevijano forma parte de ese puñado de hombres
que ayudan a salvar la humanidad desde una vida entregada a Cristo a través del
sacerdocio, y con su coraje vital por ser
inactual.
Gracias, Pedro, por tu vida y amistad. E intercede por nosotros desde el cielo, y por
tu querida España, con la misma decisión y empuje que lo hiciste aquí en la
tierra...
Álex Rosal es
director de Religión en Libertad.
Por: Álex Rosal
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