viernes, 10 de marzo de 2017

LO QUE EL EMBARAZO ME HA ENSEÑADO SOBRE LA IMPOTENCIA


La vulnerabilidad de una madre es el terreno perfecto para que aumente la confianza, y quizás el único en el que puede aumentar de verdad.

Aquí estoy, sentada en mi escritorio, mientras dentro de mi cuerpo mi niño trabaja duro, produciendo 250.000 neuronas al minuto. Nuestros cuerpos, cooperando juntos, están inmersos en este proceso increíblemente complicado para hacerle crecer y desarrollarse, aunque nadie lo diría desde fuera.

Es un proceso del que formo parte, pero parece que de forma extrañamente pasiva. No sólo no entiendo el 95% de lo que está pasando dentro de mí, sino que no podría iniciarlo o pararlo (quiero decir, con la simple fuerza de voluntad) si lo intentara. Puedo contener la respiración, pero no puedo poner en pausa al niño. Una vez iniciadas, la vida y el crecimiento del niño están inmediatamente fuera de mi control.

Toda mujer embarazada tiene este sentimiento de falta de control, aún más doloroso al constatar lo importante que es para nosotras que el niño esté bien. Me he preocupado desde el primer momento en que vi el signo positivo en el test de embarazo. ¿Todo va a salir bien? ¿Nacerá sano?

Hay una personita a la que amo profundamente, que depende de mí literalmente para todo en este mundo, pero a la que no puedo proteger de la enfermedad, del sufrimiento y quizás de la muerte. Con la excepción de los pocos momentos del embarazo en que lo miro en las ecografías, no sé siquiera si aún crece allí adentro. Tengo tanto amor y tan poco poder…

Empecé a pensar en control y poder, y comprendí que estos conceptos son casi siempre completas fantasías. ¡Controlamos tan pocas cosas en nuestra vida! No puedo elegir mi carga genética, ni a mis padres, ni mi lugar de nacimiento ni los acontecimientos que han dado forma a la persona que hoy soy.

No puedo elegir la estructura de mi cerebro. No puedo cambiar a las personas que amo o cambiar las decisiones de alguien. Sólo controlo una cosa: mis acciones. Solo éstas. Y no es mucho.

Así que empecé a ver este intenso sentido de vulnerabilidad que tengo como una especie de bendición. Y esta vulnerabilidad no es exclusiva de las mujeres embarazadas. Todos, en alguna medida, somos conscientes de la propia impotencia. La bendición es que el hecho de conocer nuestra impotencia es el terreno perfecto para hacer aumentar la confianza, y quizás el único terreno en el que puede aumentar de verdad.

Cristo le dijo a santa Faustina: Las gracias de mi misericordia se obtienen con un solo recipiente, y este es la confianza. Más confianza tiene un alma, más se obtiene(Diario, n. 1578).

No debemos aferrarnos a la seguridad que deriva de controlar totalmente todo lo que cuenta para nosotros en la vida. Y no es porque nadie tenga este control, sino sólo porque no debemos tenerlo. Corresponde sólo a Dios. Lo opuesto del control no es el caos, sino la confianza.

Confiar en el poder de Dios por encima del nuestro es fuente de gran liberación. Si aún las cosas más pequeñas superan sus fuerzas, ¿por qué se inquietan por las otras? (…) No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino(Lc 12, 26. 32).

LA ÚNICA MANERA DE SALIR DEL GRAN MIEDO QUE EXPERIMENTA TODO SER HUMANO ES UNA CONFIANZA IGUALMENTE GRANDE.

Este miedo es sin embargo un don, porque nos susurra en el corazón la consciencia de que no hay cantidad de dinero, poder o influencia que pueda de verdad hacernos sentir a salvo, y que ningún hombre escapa a la muerte. ¡Qué buena noticia, entonces, saber que a nuestro Padre le ha parecido bien darnos su reino! No se nos pide el control, que está más allá de nuestro alcance, sino sólo la confianza.

“Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, escribe San Pablo (2 Cor 12, 10). La única fuerza que posee la humanidad pobre ha caído en una fuerza tomada prestada, la fuerza de Dios.

Aunque todos tengamos que reconocer nuestra impotencia, hay un motivo especial por el que el embarazo nos hace aún más dolorosamente conscientes de lo que no podemos controlar. Es porque la confianza, más que cualquier otra cosa, es lo que una madre debe enseñar a su propio hijo, y si ella escucha bien aprenderá cómo confiar aun antes de que nazca el niño.

La incertidumbre en la vida, pero sobre todo durante el embarazo, entrena a la madre a ser capaz de ofrecer a su hijo el don más grande de todos en este mundo incierto, confuso y caótico: la confianza en la fuerza de Dios, que todos deberíamos tener.


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