viernes, 31 de marzo de 2017

PADRE DE FAMILIA Y SACERDOTE CATÓLICO, ¿CÓMO ES ESO?

"Nunca habíamos estado tan ocupados ni tan agotados, pero tampoco habíamos sido tan felices como ahora"
Del reverendo Joshua J. Whitfield, sacerdote católico converso del anglicanismo, en el periódico Dallas Morning News: 
Los llamamientos a cambiar la disciplina del celibato son normalmente o ignorantes o negligentes en relación a lo que la Iglesia denomina el “fruto espiritual” del celibato, algo esencialmente incomprensible en esta época libertina, pero que aun así sigue siendo verdadero y fundamental para la obra de la Iglesia. Es cierto que el estar casado me ayuda en mi sacerdocio: el entendimiento y las simpatías ganadas tanto por ser marido como padre son en ocasiones verdaderas ventajas. Pero eso no quiere decir que cuestione el bien del celibato clerical o lo que mis colegas célibes aportan a su ministerio. Y, en cualquier caso, lo que más importa es la santidad, no el matrimonio ni el celibato.
Pero más allá de responder a todos estos argumentos dispersos, lo que se pasa por alto son las auténticas razones por las que gente como yo se hace católica en primer lugar, además del auténtico motivo por el que la Iglesia católica en ocasiones permite la ordenación de hombres casados. Y el motivo es la unidad cristiana, insisto.
Cuando veas a un sacerdote casado, piensa en los sacrificios que ha realizado por lo que él cree verdad. Piensa en la unidad cristiana, no en el cambio. Eso es lo que yo quisiera que la gente pensara al verme a mí y a mi familia. Nos hicimos católicos porque mi esposa y yo creemos que el catolicismo es la verdad, la plenitud del cristianismo.
Y respondimos a esa verdad, lo que significaba (como sacerdote episcopal anglicano por entonces) abandonar mi estilo de vida y casi todo lo que conocía. Y justo cuando mi mujer estaba embarazada de nuestro primer hijo.
Debido a que la Iglesia católica cree que los cristianos deberían estar unidos, en ocasiones hace excepciones a sus propias disciplinas y normas, a veces antiquísimas; en mi caso, el celibato.
Mi familia y yo no somos objeto de experimentos realizados por el Vaticano para ver si un sacerdote casado puede trabajar. Lo que somos es testigos de la empatía y el deseo de la Iglesia por la unidad. Eso es lo que los sacerdotes casados desearíamos que viera la gente: al catolicismo del que nos enamoramos y por el que hicimos tantos sacrificios.
Y es una vida de sacrificio, una vida que comparte toda mi familia, mi esposa probablemente más que nadie. Nunca habíamos estado tan ocupados ni tan agotados, pero tampoco habíamos sido tan felices como ahora. Incluso mis hijos hacen sacrificios todos los días por la Iglesia. A veces es duro, pero lo hacemos, y con alegría; primero, porque quien se beneficia es nuestra fantástica parroquia, y segundo, porque estamos en una Iglesia que amamos y en la que creemos, no una Iglesia que queramos cambiar.

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