¡No tengan miedo a
las dudas de la fe, que se hace más fuerte cuanto es más probada!
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net
El Catecismo de la Iglesia Católica nos propone
un punto de meditación sobre la fe que, más que una lección, parece una arenga.
Viene a decirnos:
- ¡Vivan la fe, que es vivir ya la felicidad de la vida eterna! ¡No tengan miedo a las dudas de la fe, que se hace más fuerte cuanto es más probada! ¡Miren a la Virgen María, la más valiente porque fue la más probada en su fe!...
¿Es cierto eso de que en el Cielo no veremos más de lo que ahora creemos? Segurísimo. Y si ahora creemos y poseemos en fe lo que entonces veremos cara a cara cuando contemplemos a Dios tal como el Él, la diferencia entre esta vida y la venidera no es más que accidental: es cuestión solamente de detalle...
Lo que ahora vemos en espejo, resulta que ya lo poseemos dentro de nosotros. Somos tan ricos como lo seremos en el Cielo, como nos sigue diciendo el gran Catecismo:
- Por lo mismo, la fe es ya el comienzo de la vida eterna. Es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día.
¿No hay para entusiasmarse? ¿No hay para defender la fe hasta con las uñas y los dientes, si fuera preciso?...
Pero el Catecismo de la Iglesia Católica nos advierte prudentemente:
- La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
No necesitamos discurrir mucho para dar la razón a estas palabras del Catecismo. Lo vemos cada día en muchos hermanos que sufren, y nosotros mismos experimentamos a veces esta duda y esta tentación. Son muchos los que se dicen:
- ¿Cómo es posible todo eso tan bonito de la vida futura, cuando vemos en el mundo tanto mal, y nosotros mismos somos víctimas de tantas dificultades? ¿Cómo es posible que Dios exista, y Dios prometa, y Dios premie, cuando vemos y experimentamos todo lo contrario? ¿No será todo una ilusión? ¿Cómo me puede amar Dios, si la realidad de cada día más parece una persecución que una providencia?...
San Vicente de Paúl sentía esta tentación contra la fe. Cuando le asaltaba la duda, se decía enérgico:
- ¡Creo! ¡Creo!...
Y acompañó sus palabras con un gesto expresivo. Escribió en un papel el Credo. Lo plegó, lo cosió dentro del bolsillo, y cuando el asaltaban las dudas, echaba la mano al bolsillo, apretaba el papelito misterioso, y, como decimos con nuestro lenguaje vulgar, el demonio de la duda tenía que huir con el rabo entre las patas...
Mirando la Biblia, contemplamos en el Antiguo Testamento al padre de todos los creyentes, a Abraham, del que nos dice San Pablo que creyó contra toda esperanza.
Si del Antiguo pasamos al Nuevo Testamento, nos sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica, contemplamos a María. ¡Quién lo iba a decir! María, la bendita Madre del Señor, fue también quien sufrió la prueba más terrible. Las sombras en la noche de la fe llegaron en María a una densidad aterradora.
- ¿El Hijo de mis entrañas, mi Jesús, del que me dijo el Ángel que sería el Hijo del Altísimo, está ahora muerto y encerrado en un sepulcro, abandonado de sus discípulos, con sólo cuatros amigos y amigas impotentes a su alrededor?... Y, sin embargo, es Él, el Hijo de Dios, y yo espero verlo resucitado, aunque todas las apariencias estén en contra de su palabra...
Esto se decía María, modelo nuestro inigualable en la peregrinación de la fe.
Creyó ahora en el Calvario, igual que había creído que iba a ser madre permaneciendo virgen...
Nunca vio nada, y mereció de Dios por Isabel el mayor elogio de la fe:
- ¡Dichosa tú que has creído!...
Algunos desaprensivos dicen que Jesús puso al mismo nivel nuestro a María su Madre cuando elogió la fe de los creyentes, y cuando contestó a la mujer que bendecía los pechos que lo amamantaron. Muy al contrario, entonces Jesús tributó a María la máxima alabanza y la puso sobre todos los creyentes, pues nadie como María escuchó la Palabra y respondió tan fielmente como Ella. María fue doblemente Madre de Jesús: porque lo concibió en su seno y lo amamantó, y porque guardó la Palabra como nadie.
Hoy el católico, al ver criticada y perseguida su Iglesia, y triunfantes a su alrededor facciones llenas de errores, se halla en esa situación de María. ¿Habrá Cristo abandonado su Iglesia?... ¡Calma! Jesús aparenta estar muerto, pero está más vivo que nunca...
Ante los dos ejemplos de Abraham y María, seguidos por tantos que han sufrido pruebas mucho más duras que las nuestras, acaba diciéndonos el Catecismo de la Iglesia Católica con palabras de la carta a los Hebreos:
- Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe.
Cuando hablamos de la tentación de la fe, no podemos menos de hablar así, valientemente, en plan de arenga, para entusiasmarnos. La conquista de la fe es a base de lucha, y sólo quien combate bien es condecorado..
CIC, 163-165. 1Cor. 13,12. 1Jn.3,2. 2Cor. 5,7. 1Cor. 13,12. Rom. 4,18. Mc. 3,31-35. Luc. 11,27-28. Hbr. 12,2.
- ¡Vivan la fe, que es vivir ya la felicidad de la vida eterna! ¡No tengan miedo a las dudas de la fe, que se hace más fuerte cuanto es más probada! ¡Miren a la Virgen María, la más valiente porque fue la más probada en su fe!...
¿Es cierto eso de que en el Cielo no veremos más de lo que ahora creemos? Segurísimo. Y si ahora creemos y poseemos en fe lo que entonces veremos cara a cara cuando contemplemos a Dios tal como el Él, la diferencia entre esta vida y la venidera no es más que accidental: es cuestión solamente de detalle...
Lo que ahora vemos en espejo, resulta que ya lo poseemos dentro de nosotros. Somos tan ricos como lo seremos en el Cielo, como nos sigue diciendo el gran Catecismo:
- Por lo mismo, la fe es ya el comienzo de la vida eterna. Es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día.
¿No hay para entusiasmarse? ¿No hay para defender la fe hasta con las uñas y los dientes, si fuera preciso?...
Pero el Catecismo de la Iglesia Católica nos advierte prudentemente:
- La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
No necesitamos discurrir mucho para dar la razón a estas palabras del Catecismo. Lo vemos cada día en muchos hermanos que sufren, y nosotros mismos experimentamos a veces esta duda y esta tentación. Son muchos los que se dicen:
- ¿Cómo es posible todo eso tan bonito de la vida futura, cuando vemos en el mundo tanto mal, y nosotros mismos somos víctimas de tantas dificultades? ¿Cómo es posible que Dios exista, y Dios prometa, y Dios premie, cuando vemos y experimentamos todo lo contrario? ¿No será todo una ilusión? ¿Cómo me puede amar Dios, si la realidad de cada día más parece una persecución que una providencia?...
San Vicente de Paúl sentía esta tentación contra la fe. Cuando le asaltaba la duda, se decía enérgico:
- ¡Creo! ¡Creo!...
Y acompañó sus palabras con un gesto expresivo. Escribió en un papel el Credo. Lo plegó, lo cosió dentro del bolsillo, y cuando el asaltaban las dudas, echaba la mano al bolsillo, apretaba el papelito misterioso, y, como decimos con nuestro lenguaje vulgar, el demonio de la duda tenía que huir con el rabo entre las patas...
Mirando la Biblia, contemplamos en el Antiguo Testamento al padre de todos los creyentes, a Abraham, del que nos dice San Pablo que creyó contra toda esperanza.
Si del Antiguo pasamos al Nuevo Testamento, nos sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica, contemplamos a María. ¡Quién lo iba a decir! María, la bendita Madre del Señor, fue también quien sufrió la prueba más terrible. Las sombras en la noche de la fe llegaron en María a una densidad aterradora.
- ¿El Hijo de mis entrañas, mi Jesús, del que me dijo el Ángel que sería el Hijo del Altísimo, está ahora muerto y encerrado en un sepulcro, abandonado de sus discípulos, con sólo cuatros amigos y amigas impotentes a su alrededor?... Y, sin embargo, es Él, el Hijo de Dios, y yo espero verlo resucitado, aunque todas las apariencias estén en contra de su palabra...
Esto se decía María, modelo nuestro inigualable en la peregrinación de la fe.
Creyó ahora en el Calvario, igual que había creído que iba a ser madre permaneciendo virgen...
Nunca vio nada, y mereció de Dios por Isabel el mayor elogio de la fe:
- ¡Dichosa tú que has creído!...
Algunos desaprensivos dicen que Jesús puso al mismo nivel nuestro a María su Madre cuando elogió la fe de los creyentes, y cuando contestó a la mujer que bendecía los pechos que lo amamantaron. Muy al contrario, entonces Jesús tributó a María la máxima alabanza y la puso sobre todos los creyentes, pues nadie como María escuchó la Palabra y respondió tan fielmente como Ella. María fue doblemente Madre de Jesús: porque lo concibió en su seno y lo amamantó, y porque guardó la Palabra como nadie.
Hoy el católico, al ver criticada y perseguida su Iglesia, y triunfantes a su alrededor facciones llenas de errores, se halla en esa situación de María. ¿Habrá Cristo abandonado su Iglesia?... ¡Calma! Jesús aparenta estar muerto, pero está más vivo que nunca...
Ante los dos ejemplos de Abraham y María, seguidos por tantos que han sufrido pruebas mucho más duras que las nuestras, acaba diciéndonos el Catecismo de la Iglesia Católica con palabras de la carta a los Hebreos:
- Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe.
Cuando hablamos de la tentación de la fe, no podemos menos de hablar así, valientemente, en plan de arenga, para entusiasmarnos. La conquista de la fe es a base de lucha, y sólo quien combate bien es condecorado..
CIC, 163-165. 1Cor. 13,12. 1Jn.3,2. 2Cor. 5,7. 1Cor. 13,12. Rom. 4,18. Mc. 3,31-35. Luc. 11,27-28. Hbr. 12,2.
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