jueves, 21 de julio de 2016

¿QUÉ PRODUJO EL DECLIVE DEL CATOLICISMO EN OCCIDENTE?


Una de las preguntas que a los cristianos nos carcome es: ¿Por qué ha entrado el catolicismo en fuerte descenso en el último medio siglo en los países más modernizados y prósperos del mundo – es decir, los Estados Unidos y Europa occidental?

La respuesta más fácil y de moda a esta pregunta es que el descenso es el resultado del ‘humo de satanás’ que ha entrado por alguna hendija del Concilio Vaticano II.

Pero si el Vaticano II desempeñó un papel en la disminución, jugó un rol muy pequeño, a través de un espíritu que se propagó en el clero de congraciarse con los fieles, por ejemplo predicando menos sobre el pecado y sus consecuencias, y sobre el maligno.

El énfasis de hablar casi exclusivamente del amor de Dios y poco de sus reclamaciones y demandas hacia los hombres, probablemente no fue determinante, a lo sumo aceleró la declinación.

¿NOS RECONOCEMOS COMO PECADORES?

El cristianismo es una religión de salvación, que ofrece salvarnos del pecado. Según la historia cristiana, Dios se encarnó en Jesucristo, y luego sufrió y murió en la cruz, para salvarnos de nuestros pecados.

La premisa sobre la que todo esto se basa es, por supuesto, que nosotros los humanos somos pecadores – pecadores muy serios.

Sin embargo, ¿qué si no somos pecadores? Entonces se seguiría que no necesitamos la salvación del pecado. Y si somos pecadores, pero no sentimos que somos pecadores, entonces no sentimos la necesidad de la salvación. Así que el cristianismo no tendrá sentido para nosotros, aunque siguiéramos creyendo en la existencia de un Dios.

En general nosotros, los hombres y las mujeres modernas sentimos que somos pecadores, pero no en un sentido serio. Admitimos que no somos perfectos.

Cualquiera de nosotros puede elaborar una lista de nuestras imperfecciones: a veces comemos o bebemos un poco demasiado; a menudo hacemos poco ejercicio; no leemos lo suficiente buenos libros; cometemos pequeños actos de descortesía de vez en cuando; y así sucesivamente.

Y algunas cosas que antes eran pecado – como el divorcio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, la homosexualidad, la anticoncepción -, han dejado de serlo o si bien subsisten como algo pecaminosas, se ha extinguido el sentido de culpa sobre ellas.

Así, no hay realmente grandes pecados – ciertamente no hay pecados que sean lo suficientemente grandes para que el Creador y sustentador del universo se haya hecho hombre y venga a sufrir y morir para expiar nuestra gran maldad.

Admitimos que algunos seres humanos son realmente muy malos – Hitler, Stalin, Osama bin Laden, Charles Manson, y algunos otros. Pero son muy atípicos en la humanidad. El resto de nosotros, los seres humanos normales, estamos totalmente horrorizados por los crímenes de Hitler y compañía. Esta es una prueba que nosotros mismos no somos muy malos, ¿no es cierto?

De modo que no necesitamos la salvación del pecado. Y no necesitamos una religión que ofrezca esta salvación. Y si es así, no es de extrañar el catolicismo esté en declive.

CRECIÓ LA IDEA DE QUE EL HOMBRE NO ES MALO

Hubo un tiempo, hace siglos, cuando la gente en el mundo de la cristiandad (el mundo que hoy llamamos el “mundo occidental” – porque ya con exactitud no podemos llamarlo mundo cristiano) tenían un fuerte sentido de su pecaminosidad, y por lo tanto una fuerte sensación de que tenía que ser salvada de sus pecados. En esa atmósfera floreció el catolicismo.

Aun cuando llegó la gran Reforma Protestante, este fuerte sentido del pecado persistió. Los tempranos líderes protestantes, por ejemplo Lutero y Calvino, tuvieron tan fuerte el sentido del pecado humano como cualquier católico – y tal vez un sentido aún más fuerte.

Pero las cosas cambiaron en el siglo XVIII. La idea de que la naturaleza humana se inclina al mal, fue gradualmente reemplazada por la idea opuesta, de que la naturaleza humana se inclina al bien.

El pensador que expresa esta idea mejor que nadie fue Jean-Jacques Rousseau, a menudo llamado “el padre del romanticismo.” Pero si Rousseau tuvo una poderosa influencia en el pensamiento y el sentimiento del siglo XVIII (y ciertamente la tuvo), esto se debe a que expresó con palabras persuasivas lo que todos – o por lo menos un gran número de personas – ya estaban a punto de pensar y de sentir.

Esta sustitución de la idea moderna de la bondad humana a la idea católica del pecado original ha tenido, hay que admitir, algunas consecuencias muy importantes y buenas.

Por un lado, facilitó la llegada de la democracia; porque si el ser humano es bueno, entonces podemos confiar en él para gobernarse a sí mismo. Por otro, se nos ha dado una gran confianza en nuestras propias capacidades creativas, dando lugar a un enorme progreso económico y tecnológico. Pero, y esto también hay que reconocer, socavó la razón de ser de la religión católica.

UN PASO MÁS, LA LIBERTAD DE CONCIENCIA SUPLANTÓ AL LIBRE ALBEDRÍO

Entonces hubo un error que fácilmente ‘compraron’ los católicos y es aceptar que la libertad de conciencia es lo mismo que libre albedrío, y que la libertad de conciencia está por encima de cualquier valor.
Este cambio implica que evadir la orden de Dios no es pecado y que el pecado está solamente en la violación de normas que se dan los seres humanos para convivir en sociedad, de modo que el pecado toma la forma jurídica de delito.

La libertad de conciencia implica la libertad para decidir qué cosa es el bien y lo que el mal, donde el hombre se pone a la altura de Dios para decidir la verdad. En cambio el libre albedrío es la libertad para cumplir o no con la verdad única, sabiendo que es lo malo y que es lo bueno.

“¿Por qué los movimientos de liberación, que habían suscitado inmensas esperanzas, dan lugar a regímenes, empezando por la primera de estas libertades que es la libertad de religión, se constituyen en el enemigo número uno para la libertad de los ciudadanos?”, escribió en 1986 el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger.

¿Es posible que en el camino de las hermosas proclamas de libertad a la supresión de cualquier tipo de libertad, se encuentre la libertad de conciencia?

La filosofía católica siempre ha afirmado que el hombre tiene libre voluntad: el libre albedrío. El hombre tiene la opción, libre de obedecer a Dios o a rebelarse contra él.

Al hombre no le compete la capacidad de reemplazar a Dios en la definición del bien y del mal. Ninguna libertad de conciencia puede ofrecer una licencia para llevar a cabo malas acciones, incluso si se llevan a cabo a conciencia.

Decir que la conciencia del hombre es libre en el sentido de que puede definir el bien y el mal se basa en la negación de la verdad.

Faltando la verdad, la verdad objetiva que es válida en todas partes y para siempre, la libertad ya no es más apego a la verdad, sino a hacer lo que se siente bien según los criterios que varían en el tiempo y el espacio. Ya no es la verdad que nos hace libres, sino la falta de verdad es la que se siente libre en la conciencia.

DOS EJEMPLOS HISTÓRICOS

Dos ejemplos de cómo, en nombre de la libertad de conciencia, podemos eliminar todos los ámbitos de la libertad de religión.

En 1905 la Tercera República francesa dominada por la influencia masónica requiere una ley sobre la “separación de las iglesias del estado”, cuyo artículo 1 establece:

“La República garantiza la libertad de conciencia”.

Lo siguientes muestra cómo podemos, en nombre de la libertad, robar a la iglesia todas sus propiedades: los edificios que fueron puestos a disposición de la nación y que, en virtud de la ley del 18 germinal año X, que servían al ejercicio público de cultos o alojamiento de sus ministros (catedrales, iglesias, capillas, templos, sinagogas, arciprestes, obispados, sacerdotes, seminarios),… son y seguirán siendo propiedad del estado, de los departamentos, los municipios”, así decía el artículo 12.

Otro. El 23 de enero de 1918 la Rusia recién liberada del oscurantismo zarista, aprueba el decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo sobre la libertad de conciencia y de asociaciones eclesiásticas y religiosas: la Iglesia ortodoxa es privada de personalidad jurídica, despojada de su propiedad, privada del derecho a adquirir otras nuevas. En 1918 se sancionó la muerte, por la libertad de conciencia, de la religión ortodoxa.

EL PATROCINIO DE LA MASONERÍA

La asociación que con más convicción está patrocinando la libertad de conciencia es la Francmasonería. Una institución que la iglesia condenó en cientos de documentos desde su aparición a principios del siglo XVIII:
“de esta fuente de corrupción [masónica] fluye ese juicio absurdo y erróneo, con algo de delirio, que debemos reconocer y garantizar a cada uno la libertad de conciencia: error altamente venenoso”, escribe entonces Gregorio XVI, en la encíclica Mirari vos de 1832.

Dentro de la vida de las logias, durante la ceremonia de iniciación al grado 32 del rito escocés antiguo y aceptado, se habla de libertad de conciencia: “en el grado 30 aprendimos que la libertad y, ante todo, la libertad de conciencia con todos sus corolarios, era el objetivo principal de nuestra orden”.

Cuando defiende la libertad de conciencia, la francmasonería se refiere estrictamente a la conciencia verdaderamente libre que cree encarnar. El objetivo principal de la orden es romper todos los principios innegociables, diríamos hoy, e imponer a todos sus propias creencias, sostenidas por definición única de libertad.

La Masónica y la Católica son sin duda dos visiones del mundo irreconciliables y contrastantes, pero no es el contraste entre una posición dogmática que excluye todas las demás y una tolerante que acepta a todas. El contraste, radical, es entre dos cosmovisiones incompatibles que son mutuamente excluyentes.

Hoy en día en nombre de la libertad de conciencia, presenciamos el intento de imponer la adopción de un código de ética que premia el mal y condena el bien en todo el mundo:
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“cuando un hombre quiere liberarse de la ley moral y ser independiente de Dios, lejos de conquistar su libertad, la destruye. Sustrayéndose del metro de la verdad, se convierte en presa del arbitrio; entre los hombres son suprimidas las relaciones fraternas para dar paso al terror, el odio y el miedo”, decía Ratzinger.

¿HAY ALGUNA POSIBILIDAD QUE LA ANTIGUA VISIÓN CATÓLICA DE LA PECAMINOSIDAD HUMANA PUEDA SER REVIVIDA?

Sí, si nos adentramos en otra época de la maldad, como la edad de Hitler y Stalin.

Era relativamente fácil creer en el pecado original en la época de Hitler y Stalin, porque ofreció demostraciones diarias de la maldad.

Pero ¿no hay otra manera de recuperar nuestra sensación de que necesitamos salvación del pecado?

Todo depende de lo que entendamos por el pecado.

Si el pecado es un asunto de inmoralidad a los grande (asesinato, violación, robo, malversación de fondos, el abuso sexual de menores, la autodestrucción a través del abuso de drogas y alcohol, etc.), entonces la mayoría de nosotros no somos pecadores, y no necesitamos redención cristiana.

Pero si el pecado es una falta de santidad, entonces todos necesitamos la redención, porque sólo Dios es verdaderamente santo. Nosotros, los humanos no somos santos, y no podemos hacernos santos. Podemos llegar a ser santos – a ser salvados de nuestro estado pecaminoso de falta de santidad – sólo por el don de Cristo.

Quizás la raíz del problema es que nosotros, los modernos no creemos realmente en Dios. A lo más, semi-creemos. Y en eso jugó su parte la sustitución del libre albedrío por la libertad de conciencia.
Si de verdad creyéramos en Dios, tendríamos un fuerte sentido de la santidad de Dios; y si tuviéramos un fuerte sentido de la santidad de Dios, tendríamos un correspondientemente fuerte sentido de nuestra propia falta de santidad (es decir, de nuestro pecado); y esto a su vez nos haría sentir la necesidad de la salvación del pecado.

En este sentido puede ser útil mostrar como algunos hechos que hoy casi no son pecados, vuelvan a adquirir el sentido de pecado por el mal que traen a la humanidad, como el aborto, el divorcio, la corrupción, el sexo fuera del matrimonio, etc.

Hemos tomado los grandes temas, las grandes categorías de análisis que explican el declive de base del cristianismo. ¿Pero cómo se manifiesta a nivel de la práctica social actual?

En la atapa actual, occidente está pulverizando la moral sexual del cristianismo y que hizo crecer y destacar a la civilización occidental de las otras.

LA ETAPA ACTUAL DE LA PULVERIZACIÓN DE LA MORAL SEXUAL CRISTIANA

No sólo los secularistas han impuesto su moral sexual sino que ahora pasaron a pulverizar los vestigios de la moral cristiana.

El católico David Carlin, profesor de sociología y filosofía en la Universidad Rhode Island, escribiendo para The Catholic Thing, describió un punzante y a la vez negativo panorama para la ética cristiana en occidente.

La revolución sexual, que comenzó hace unos 50 o 60 años, ha resultado en una victoria muy convincente para los revolucionarios secularistas.

La idea cristiana de la conducta sexual no ha sido sólo derrotada en el primer mundo occidental, sino que ahora los secularistas están llevando a cabo el siguiente paso, la destrucción completa – la pulverización, la atomización – de la idea cristiana del sexo.

La idea cristiana del sexo se derrumbó a partir de la década de 1960. A partir de ahí la fornicación estaba bien y no tiene por qué ir acompañada de amor o compromiso.

La anticoncepción no estaba sólo bien sino que se hizo obligatoria, y no sólo para las parejas casadas. La cohabitación estaba bien. El aborto estaba bien y empezó a ser legal y fácil de obtener, y la ONU ahora está en plan de decretarlo un derecho humano.

Tomó un poco más de tiempo imponer la homosexualidad, pero ese día llegó. Y luego la aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Lo cual es una forma secular de decir no sólo que la homosexualidad es moralmente permisible, sino que es tan fina y noble como lo que los cristianos piensan que es el mejor tipo de sexo: el sexo matrimonial.

El transgénero es otra de las medidas. Es un rechazo de la noción bíblica de que “Dios los hizo varón y hembra” (Marcos 10: 6), lo que llaman una noción errónea del mismo Jesús, un rabino de buen corazón, pero de mente estrecha del primer siglo.

La poligamia, la poliandria, el matrimonio abierto (adulterio consensual) no son todavía ampliamente aceptados. Pero lo van a ser, ya que la aceptación de ellos es la consecuencia lógica del principio fundamental de la revolución sexual, a saber, el rechazo de la idea cristiana del sexo.

Del mismo modo que la aceptación de la homosexualidad no vino inmediatamente en la década de 1960, la aceptación de adulterio también se ha retrasado un par de décadas. Pero llega muy pronto.

No estamos hablando sólo de la prohibición sino de la etapa que ya comenzó, que es la pulverización de las opiniones sexuales cristianas.

Si un cristiano “retrógrado” que no está en “el lado correcto de la historia” (para tomar prestada una de las locuciones favoritas del presidente Obama), dice que la fornicación es pecado, o que el aborto es homicidio, o que la homosexualidad no es natural o que la transexualidad es una locura, ya está siendo denunciado como un intolerante o enemigo o misógeno u homófobo. Sus juicios son considerados “expresiones de odio”. Y estas denuncias de crímenes de pensamiento son cada vez más frecuentes y lo serán mucho más judicialmente.

Si los cristianos, la parte vencida, dijeran: Está bien, han ganado la guerra. Renunciamos a la lucha por el dominio. ¿Pero no pueden ser misericordiosos? ¿No pueden tolerarnos como una minoría inofensiva, de la forma en que toleramos a las personas que creen en platillos voladores?”

Los revolucionarios sexuales seculares, sin embargo, ya están respondiendo: No, ustedes y su ética del sexo han preocupado al mundo durante demasiados siglos. Sus crímenes son innumerables e imperdonables. Hay que asegurarse de que su ética nunca vuelva a echar a perder los placeres del mundo”.

La consecuencia que sale de lo dicho es que la pulverización de la concepción cristiana del sexo implica la persecución y aniquilación del cristianismo como un todo.

Foros de la Virgen María

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