viernes, 6 de julio de 2012

ONTOGÉNESIS DE LA ESCLAVITUD: EL ABORTO


En España y en todos los países en que la legislación permite a la madre (o a un tribunal médico) disponer de la vida de su hijo mientras lo tiene cautivo en su vientre, se le aplica a todo ser humano, desde que se inicia su vida hasta que por fin nace si le dejan, la ley que rigió siempre para los esclavos; y en su forma más rigurosa, que incluía el ius vitae et necis (derecho de vida y muerte) que tuvo el dueño sobre el esclavo en las épocas de mayor rigor de la esclavitud.

En virtud de esa legislación, en efecto, nuestros hijos empiezan su vida como esclavos y siguen en esa condición mientras están en el vientre de su madre, declarada por la ley dueña absoluta de su hijo, con derecho de vida y muerte sobre él. Desde que esas leyes entraron en vigor, todas las madres ejercen ese derecho. Unas se deciden por la vida de su hijo, y otras optan por su muerte. Es el novísimo “derecho humano” que las asiste.

Así es como empieza la vida de cada ser humano en los países de legislación abortista. Y quieren que sea así en todo el mundo, incorporando nada menos que a los “Derechos Humanos” el aborto como un derecho irrenunciable de la mujer. He ahí pues, que en la novísima y supermoderna ontogénesis de cada nuevo ser humano traemos marcado a sangre y fuego el hierro de la esclavitud. Así está escrito que empiece la vida de cada uno en esta gloriosa era de progreso y esplendor. La esclavitud marcada bien honda en el alma de la madre y en las carnes del hijo. Eso es lo que mandan las leyes abortistas.

Y sobre estos cimientos se pretende construir la nueva humanidad del siglo XXI: sobre ellos se sueña asentar el tercer milenio: abriendo la veda de la violencia más extrema del fuerte contra el débil y entrenando las entrañas de la mujer para soportar y si es el caso ejecutar las mayores atrocidades. La ideología sobre la que construyen tamaña aberración, no hay por dónde cogerla. Y la filosofía en que se sostiene ese sangriento búnker de no sé qué derechos y libertades, no tiene desperdicio. Es la nueva Ilustración. ¡Y ya van unas cuantas! Todas ellas, bañadas en sangre: la revolución francesa, las revoluciones comunistas, la revolución nacionalsocialista. Parece que ya no es posible una revolución ideológica que no produzca ríos de sangre. Pero cada una supera a la precedente. Y así tenemos que hasta el presente, ninguna revolución ha producido tanta violencia, tanto encarnizamiento y tanta muerte (centenares de millones de muertos) como la revolución feminista con el aborto como su suprema conquista.

Y he aquí que esta revolución nos trae de la mano la esclavitud en su peor formato y con sus peores consecuencias, como hiciera la revolución nacionalsocialista, que empleó sus mayores esfuerzos tanto de orden intelectual como de orden fáctico en restaurar la esclavitud. Pero la revolución feminista nos la trae como marca de origen de cada ser humano. Si finalmente triunfa en todo el mundo, ya no existirá ni un solo ser humano que no haya pasado por la esclavitud durante su vida intrauterina. La marca de la esclavitud será determinante en la ontogénesis de todos y cada uno de los individuos de la especie. Reflejo calcado de nuestra filogénesis. Será el nuevo pecado original con que nacerá cada uno; y éste no habrá bautismo que lo borre, fuera del bautismo de sangre con que se lava la mancha de los que han sido condenados a servir de alimento al nuevo Baal, condenados al aborto.

Es el caso que, como dicen los más sutiles especuladores, cada individuo (on-ontos) lleva en sí bien claras las marcas dominantes de la especie. Por eso cada vez que me enfrento no sólo a la realidad, sino también y quizá sobre todo al posicionamiento moral y legal del aborto, un violento escalofrío recorre la médula de mi espinazo. ¿Cómo es posible esa inclinación tan enfermiza a la esclavitud? Estamos asistiendo a un renovado esfuerzo de las manos negras que rigen nuestros destinos, por darle unas cuantas vueltas de tuerca a nuestra condición esclava. Y han decidido esos diseñadores de la humanidad del tercer milenio, que todo ser humano llamado a la existencia ha de venir marcado con el hierro de la esclavitud.

La razón es muy sencilla: según nuestra actual legislación y praxis respecto al aborto, en España todo ser humano es esclavo y está cautivo en el vientre de su madre mientras permanece en él. Y sólo pierde su condición de esclavo de la madre, en el momento de nacer (aunque ya los “científicos” teóricos del aborto han planteado la necesidad lógica del “aborto post parto”, y con él la prolongación de la esclavitud del nonato también a su estado de neonato).

Lo dice muy claro nuestra actual ley del aborto (de “salud” sexual y reproductiva según la inspiración del legislador): el derecho fundamental a la vida que proclama el artículo 15 de nuestra Constitución, no alcanza al español o al “ser humano” aún no nacido. Si no le alcanza el derecho a la vida, que es cimiento de todos los derechos humanos, es que no se le reconocen ni la condición de español ni la de ser humano (condición sine qua non para poder matarlo impunemente). La legislación no puede ser más explícita: sin embargo, el hecho de que no sea ni un español ni un ser humano no deja abierto el camino a que se pueda cometer cualquier barbaridad con él; por eso lo declara “un bien jurídico” digno de protección. “Un bien” parece que de la madre, por todos los indicios legales, sobre el que la legislación le impone a la dueña de ese “bien” unas limitaciones que constituyan la salvaguardia de un indefinido interés social o moral del Estado sobre ese bien. Aporto el texto legal, para que cada uno pueda valorarlo por sí mismo (los subrayados y destacados son míos):

«los no nacidos NO pueden considerarse en nuestro ordenamiento como titulares del derecho fundamental a la vida que garantiza el artículo 15 de la Constitución» esto no significa que resulten privados de toda protección constitucional (STC 116/1999). La vida prenatal es un bien jurídico merecedor de protección que el legislador debe hacer eficaz, sin ignorar que la forma en que tal garantía se configure e instrumente estará siempre intermediada por la garantía de los derechos fundamentales de la mujer embarazada.” (Este texto, igual que el resto de la fundamentación doctrinal no está en el articulado, sino en el preámbulo de la ley).

Cuando el “bien jurídico” ése y los bienes relativos a la salud y el bienestar de la madre son “bienes concurrentes”, la ley no tiene la menor duda sobre el orden de prevalencia. Al fin y al cabo tratándose de “un bien” (de alguien, ¡claro está!) frente a otros bienes de la misma titular, es obvio que prevalecen los intereses de la titular. Eso sí, protegiendo la ley a ese otro “bien”, mientras pueda hacerlo sin conculcar los derechos de la titular del bien.

Todo en orden (en el Nuevo Orden), todo en su sitio, nada nuevo bajo el sol. El ius vitae et necis del que disfrutaban los romanos primitivos sobre sus esclavos (y también sobre sus hijos cuando no estaba clara aún la diferencia entre unos y otros), fue refinándose y sufriendo limitaciones. Los esclavos eran evidentemente “un bien” de su amo; pero la ley toleró cada vez menos la arbitrariedad del amo en el trato dispensado a ese “bien”, a ese “instrumentum vocale” de la villa. Respecto a los hijos, de los que podía disponer el padre como si fuesen “bienes” suyos, muy pronto estableció la ley un límite: el padre que daba por tercera vez su hijo como esclavo a su acreedor para pagar las deudas, perdía la patria potestad sobre el hijo, y éste tenía todo el derecho de emanciparse sin más trámites. Con la disponibilidad que tenían sobre los miembros de su “familia”, les era sumamente fácil pasarlos al régimen de esclavitud, especialmente cuando se trataba de la específica esclavitud por deudas.

Tenemos como claro referente nuestros perros y gatos (un bien al alcance de millones de seres humanos), respecto a cuya posesión y trato hemos pasado de la ausencia total de leyes, por lo que cualquier crueldad con ellos estaba permitida, a una legislación rigurosa que impone al propietario de animales, determinadas obligaciones para con ellos, y les prohíbe toda clase de maltrato: son bienes dignos de protección por parte de la ley. Y la ley se ha empleado bien a fondo en la protección de esos bienes: están “penalmente tutelados”, como lo estuvo el niño no nacido en la anterior legislación del aborto.

Aparte de la ley, existe una deontología muy definida de los profesionales de la salud ya sea animal o humana. Es inútil acudir al veterinario pidiéndole que te eutanasie un perro o un gato si no está realmente en las últimas. El veterinario al que le haces tal propuesta, aparte de mirarte mal, te dice que su oficio no es matar animales, sino curarlos. Así de sencillo. Tiene bien clara y perfectamente asumida su deontología profesional. No es la ley (que siempre puede ser interpretada y aplicada con mayor rigor o con laxitud), sino la conciencia profesional, que comparten la inmensa mayoría de los profesionales; por eso cuesta mucho encontrar uno que esté dispuesto a eutanasiarte los animales si no están realmente para eutanasiarlos. Y no les vayas con que tu salud, tus limitaciones, las alergias o lo que sea: que no, que ellos no matan al animal porque a ti te haga estorbo.

Es normal: tanto la ley como la conciencia consideran a nuestros animales de compañía un bien merecedor de protección. Como consideran al niño aún no nacido (lo llamo “niño” por expresar el cambio que le reconoce el legislador al feto, justo al día siguiente de dejar de ser “bebé Aído”: que de no ser nada, pasa a convertirse ese día en “un bien”) un bien digno de ser protegido por la ley. Para llegar a convertirse en “ser humano” con la condición añadida de “persona”, tendrá que esperar a salir vivo del vientre de su madre.

Ésa es la realidad en la que estamos viviendo: tanto la legislación como la conciencia de los profesionales de la salud, es mucho más respetuosa con la vida de los animales, que con los niños aún no nacidos. Y lo más sorprendente es que los mismos que promocionan el aborto libre, esos mismos son los adalides del Proyecto Simio (el del reconocimiento de la condición de “persona” para los grandes simios), los mismos que se movilizan para exigir un trato totalmente humano no sólo para los animales de compañía, sino también para los de consumo. El problema que tienen aún sin resolver, es que la mayoría de ellos son consumidores de carne, leche, huevos y derivados. Pero están consiguiendo que la legislación vaya mejorando las condiciones de los animales cautivos: así comen con mejor conciencia el producto de la explotación misericordiosa de esos animales.

Parece que a la hora de evaluar la vida y su condición de humana, la ciencia moderna se guía por parámetros tan científicos como el tamaño y la edad (¡como en la educación!). Por eso a la hora de reconocer la dignidad de persona, para ellos es evidente que más la merece el gran simio, que el niño aún no nacido. Cierto es que éste es de la especie hombre, mientras aquél es de la más noble de las especies simio. Pero claro, el tamaño no es comparable. Y lo más probable es que si algún día llegan a reconocerle al simio la condición de persona, en la misma legislación que le reconoce ese derecho, declararán que es un delito el aborto de los simios, porque eso no deja de ser matar simios. ¿O es que por ser tan chiquitines se iba a dejar engañar el legislador? Pequeñines no, gracias.

Por nuestro propio bien y en aras de nuestra defensa individual y colectiva, estando la especie humana tan profundamente marcada por la esclavitud, estando tan fuertemente inclinada a la esclavización de los más débiles por los más fuertes, no nos tendríamos que permitir el menor coqueteo con la esclavitud: hemos de huir de cualquier impulso de esclavización. Desde el minuto cero de nuestra vida.

Esta inclinación a esclavizar a los más débiles (las crías y las hembras; hijos y mujeres en la especie humana) no se da en las demás especies: la propia naturaleza, con su Ley Natural (que a veces invocamos como modelo y referente de ley previa y por encima de cualquier otra ley) ha puesto barreras infranqueables para que jamás pueda un animal esclavizar a otro. Por eso nuestra especie, consciente de su gravísima enfermedad de origen (todavía nos falta hacernos la pregunta de si no procederemos de un “fylon” esclavo) está obligada, por su triste condición, a prevenirse de todo lo que pueda llevarla a la esclavización. Y no es precisamente la mejor manera de huir de la esclavitud, que la ley declare esclavo a todo ser humano mientras está en el vientre de su madre: esclavo precisamente de su madre, y de los de peor condición, puesto que le concede a ésta el ius vitae et necis, como en los peores tiempos de la esclavitud.

Mariano Arnal

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