sábado, 21 de julio de 2012

APRECIACIÓN DE LOS MILAGROS




El milagro es una señal de la existencia de Dios. Es una entrada de la gloria del Señor en nuestras vidas, pero siempre con carácter excepcional y anómalo. El milagro no es una base fundamental de la vida cristiana; cualquier persona puede recorrer el camino de la santidad, sin realizar milagros ni ser partícipe de ellos. La vida cristiana se fundamenta en tres pilares: Fe, Esperanza y Caridad y sobre estos tres pilares hemos de recorrer nuestro camino en esta vida.

Los milagros por muy impactantes que sean, solo lo son, para aquellas almas que el Señor así lo estime oportuno. La contemplación de un milagro, en sí, no suele ser un elemento que cure la incredulidad, son escasas las conversiones por la contemplación de un milagro. Hay un dicho que dice: Lo que muy fuerte entra, muy fuerte sale y al contrario, lo que lentamente entra mucho tiempo perdura. El hombre espiritualmente hablando, no pierde o gana su vida por un acto extraordinario, sino por un conjunto y una secuencia de actos. Las tres virtudes fundamentales, aumenta y disminuyen en el hombre al unísono y su fuerte asentamiento en un alma requiere siempre tiempo. La constancia y el tiempo son dos factores determinantes en el desarrollo de la vida espiritual de una persona.

Pero ello no quita, que el milagro impacte e impresione a todos; crédulos e incrédulos, de entrada los primeros no tratarán de buscar una justificación científica al milagro, porque están acostumbrados a ver la mano de Dios, en todo lo que les rodea, en cuanto a los incrédulos, siempre se resistirán a calificar el hecho milagroso de milagro, porque su desconexión con las necesidades de su alma y el abandono al que tiene sometida a esta, le obliga a buscar una justificación material a lo que ve y por ello ha de acudir a la explicación científica, y si esta no le da argumentos suficientes, acudirá a la magia, a la hipnosis, y si es necesario al demonio, lo cual no deja de ser un contrasentido que muchas veces se dan en esta clase de personas, que no creen en Dios pero si en el demonio.

Un mismo milagro visto por decenas o cientos de personas, será siempre apreciado de distinta forma por todas y cada una de las personas que lo hayan contemplado. Dios en su infinita omnipotencia conoce y sabe el impacto y efectos que cada milagro va a producir en cada persona, porque todos somos diferentes en cuerpo y alma y los milagros nos afectan de forma diferente a cada uno de nosotros.

La apreciación, pues y el valor que se le da a los milagros, depende de dos factores esenciales: El primero, es la forma e intensidad que el Señor quiere que el milagro sea apreciado por cada persona. En segundo lugar, como ya hemos dicho, al ser diferentes en cuerpo y alma nuestros caracteres y situaciones síquicas nos afectan siempre en la apreciación de los milagros. Y en tercer lugar todos tenemos un distinto nivel de desarrollo de nuestra vida espiritual, lo que determina, una mayor menor o nula capacidad de visión con los ojos del alma. Esto es muy importante y transcendente en lo que respecta a la actitud de la persona en la apreciación de los milagros, pues hay milagros que diariamente suceden a nuestro alrededor y todos somos capaces de apreciarlos. Hay quienes tienen su vida espiritual más desarrollada que otros y ven con claridad la mano de Dios en muchos hechos y circunstancia de la misma forma que tienen una mayor capacidad para ver la intervención del demonio, donde otros no ven nada y encima los niegan porque no lo ven.

Hay dos clases de milagros: Los primeros son los que simplemente se pueden apreciar con los ojos de la cara y pueden ser apreciados por todo el mundo. Y dentro de esta clase de milagros, hay a su vez otras dos clases, que unos son los que nos dicen que se han producido pero no hemos visto; por ejemplo las numerosas apariciones de Nuestra Señora en distintos lugares: Zaragoza, Fátima, Lourdes y ahora está de moda Medjugorje; otras son aquellos que diariamente, ocurren a nuestro alrededor y que por suficientemente conocidas no les damos importancia, como es por ejemplo, la gestación de un ser y su nacimiento, la puesta del sol, los fenómenos atmosféricos, el movimiento de los astros… etc.

La segunda clase de milagros son aquellos que solo pueden ser contemplados y entendidos por los ojos y sentidos de nuestra alma. El más fundamental de todos, ocurre diariamente miles de veces, me estoy refiriendo al misterio de la Eucaristía a esa milagrosa transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, en la Transustanciación. Es este de por sí, es el mayor milagro que diariamente se produce en miles de iglesias del mundo, donde se puede oír una misa y ser partícipes de este asombroso milagro, que solo puede ser visto plenamente y comprendido en su inmensa grandeza, por los sentidos de las almas, que lo contemplan devotamente .

Pero, desde siempre, y ahora mucho más, nuestra fe en la presencia de Dios en el pan y el vino consagrado, esta amodorrada. Necesitamos sacudir esa modorra y convertir nuestra débil fe en este misterio, que carece por desgracia de una profunda convicción, en una rotunda fe plenamente operante. Solo con los ojos de nuestra alma, podemos captar, intensa y gozosamente este maravilloso regalo, que el Señor hizo en la cena de despedida de aquella noche, hace ahora 2000 años. Seamos siempre conscientes y no olvidemos, el inmenso valor sacramental como fuente de divinas gracias, que tiene la Eucaristía. Ya que a fuerza de contemplar el milagro que encierra este sacramento, cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras de Jesús en la última cena y eleva la Sagrada Forma después de la consagración, muchos hemos adquirido una cierta rutina y nos olvidamos de valorar el asombroso milagro que acabamos de ver, al transformarse el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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