viernes, 27 de julio de 2012

GLORIA POLO




Gloria Polo es una odontóloga colombiana que va por el mundo, compartiendo su testimonio. El 5 de mayo de 1995, estando en la Universidad Nacional de Bogotá, se acercó a protegerse de la intensa lluvia debajo de unos árboles con su sobrino. En ese momento, les cayó un rayo y quedaron los dos carbonizados y dados clínicamente por muertos, con paro cardíaco. Su sobrino murió definitivamente. Ella pudo volver para contarlo. Y dice:

Me encontré dentro de un túnel y me salieron al encuentro mis bisabuelos, mis padres y muchos otros familiares y personas con las cuales tuve algo que ver en mi vida. El Señor me concedió el regresar, al acordarme de mis hijos y de mi esposo. Y me encontré en una camilla de la enfermería de la Universidad Nacional. Después de estar tres días en coma me llevaron al Seguro Social y me operaron para raspar todos los tejidos de mi cuerpo, quemados por el rayo. Al estar anestesiada, vuelvo a salir de mi cuerpo. Veo desde arriba lo que estaban haciendo los médicos con mi cuerpo y paso por muchos túneles que van hacia abajo. Al principio, tenían luz, pero fui descendiendo y la luz se iba perdiendo. Comienzo a andar por unos túneles de tinieblas espantosas. Lo más oscuro de lo oscuro terrenal, es luz del mediodía allá. Había un olor nauseabundo. Y veo un vacío, donde había muchísima gente. Lo más horroroso era que allí no se sentía ni un poco de amor de Dios ni una gota de esperanza. Y vi muchos demonios y mucha gente con miradas de odio tan espantosas que daban terror. Pero el tormento más terrible era la ausencia de Dios. No se sentía a Dios.

Entonces, me agarran por los pies. Mi cuerpo entra en un hueco, pero mis pies están sostenidos desde arriba. Fue un momento terrorífico y empecé a gritar: “Almas del purgatorio, sáquenme de aquí”. De pronto, veo una lucecita en medio de aquella gran oscuridad. Veo unas escaleras encima del hueco y veo a mi papá, que había fallecido cinco años antes, y un poco más arriba veo a mi mamá con mucha más luz y en posición de estar orando. Cuando los vi, sentí una gran alegría y empecé a gritar: “Papito, mamita, por favor, sáquenme de aquí”. ¡Si hubieran visto el dolor tan grande que ellos sintieron! Mi papá empezó a llorar y mi mamá oraba y comprendí que no me podían sacar de allí.

Al punto, comenzó la revisión de toda mi vida. ¡Tenía tantos pecados! Había creído en la reencarnación y me di cuenta que era mentira, pues allí estaban mis bisabuelos y familiares, que no habían regresado a la tierra con una nueva vida. A los 13 años hice mi última confesión, después dejé de creer en Dios. Creía que el hombre era fruto de la evolución. No creía en el diablo ni en el infierno, pero ahora lo estaba experimentando.

Yo había sido una mujer de mundo, una intelectual, esclavizada del cuerpo. Cuatro horas diarias de aeróbicos, masajes, dietas. Una rutina esclavizante para tener un cuerpo bello. El amor a mi cuerpo era el centro de mi vida. Y Dios permitió que mi cuerpo quedara carbonizado con muchos tejidos quemados en las piernas, en los senos... Entonces, comprendí que cada vez que había estado con mis senos descubiertos y mi cuerpo con ropa corta, estaba incitando a los hombres a que me miraran y tuvieran malos pensamientos, y así los hacía pecar.

Yo aconsejaba a otras mujeres que, si sus esposos les eran infieles, que ellas hicieran lo mismo o que se divorciasen. Defendía el aborto, el divorcio y la eutanasia. Yo había abortado a mis 16 años. Convencía a las jóvenes para que estuvieran a la moda y exhibieran sus cuerpos, y les decía: “Sus mamás les hablan de virginidad y castidad, porque están pasadas de moda; ellas hablan de una Biblia de hace dos mil años y los curas no se han modernizado. Ellos hablan de lo que dice el Papa, pero el Papa está pasado de moda”. Y yo les enseñé los métodos de planificación para no quedar embarazadas. Pero les fallaron y tres sobrinas mías y la novia de un sobrino abortaron por mis consejos. A algunas yo les di el dinero para el aborto. Yo usaba la T de cobre, que es abortiva, y vi a cuántos bebés yo había matado también, que habían sido concebidos y después expulsados...

También había creído en supersticiones. A una señora, que iba a mi consultorio, le dije que no creía en esas cosas, pero que por si acaso, echara esos “riegos” para la buena suerte. En un rincón, donde no lo veían mis pacientes, había colocado una penca de sábila con una herradura, para alejar las energías negativas. Otro punto importante, que me hizo ver el Señor, fue mi mentira. Desde pequeñita aprendí a evitar los castigos de mi mamá, que eran bastante severos, con mentiras, empezando a volverme mentirosa. A medida que iba creciendo y crecían mis pecados, mis mentiras eran más grandes.

Criticaba mucho a los sacerdotes. En mi familia, desde pequeños, criticábamos a los sacerdotes, empezando por mi papá, que nos decía que eran mujeriegos y tenían más plata que nosotros. Pero el Señor me dijo: “¿Quién eres tú para hacerte Dios y juzgar a mis ungidos?”. Recuerdo también que el Señor me hizo ver aquella vez en que robé 4.500 pesos. Una señora me dio 4.500 pesos de más en un supermercado de Bogotá. El Señor me hizo ver que para mí no eran nada, pero para aquella mujer, que cobraba el sueldo mínimo, era la alimentación de tres días. Y me mostró cómo sufrió y aguantó el hambre dos días con sus dos hijos por mi culpa.

Cuando se cerró el Libro de la vida y terminó la revisión de vida, me vi que estaba en el hueco a punto de que se abriera la puerta del infierno. Entonces, empecé a gritar: “Jesús, ten compasión de mí. Señor, dame una segunda oportunidad”. Y ése fue el momento más bello. No tengo palabras para describir ese momento. Jesús me levantó y me hizo ver la importancia de la oración de muchas personas, que habían orado por mí. Vi a un hombre pobrecito. Jesús me dijo: “Esa persona te ama tanto que ni siquiera te conoce”. Y me mostraba que vivía al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta. Y había comprado una panela, que le dieron envuelta en una hoja del periódico “El Espectador” del día anterior. Allí estaba mi fotografía de quemada por el rayo. Cuando el hombrecito leyó la noticia, empezó a llorar con un amor tan grande, que decía: “Señor, ten compasión de mi hermanita, sálvala. Si salvas a mi hermanita, te prometo que voy al Santuario de Buga y te cumplo una promesa, pero sálvala”. Y me dijo el Señor con todo su amor: “Eso es amar al prójimo. Vas a volver, vas a tener tu segunda oportunidad, pero vas a repetir tu historia no mil veces, sino mil veces mil”. Y eso es lo que estoy haciendo por el mundo entero .

Otro caso parecido es el de Marino Restrepo, cuyo testimonio lo he oído en DVD. Marino Restrepo, colombiano, actor y compositor, que a los 14 años perdió la fe. Vivió en Alemania y en California muchos años. A los 47 años fue raptado por la guerrilla colombiana. Estuvo secuestrado durante cinco meses y medio hasta que se pagó un fuerte rescate. Durante el tiempo de su cautiverio, tuvo una experiencia de Dios. Se presentó ante la presencia de Dios y Jesús le hizo ver toda su vida con todos sus pecados: su falta de fe, su creencia en ideas orientales, como la reencarnación, sus pecados de adulterio… Le hizo ver el cielo, el infierno con los demonios y el purgatorio. Jesús le habló de la falta de fe en el mundo. También se le presentó la Virgen María, de quien se había alejado, al alejarse de la fe católica.

Jesús le dio una segunda oportunidad y lo envió a dar su testimonio y a predicar la fe católica por todo el mundo, que es lo que ha hecho hasta ahora en 28 países. Y sigue predicando…

P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

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