La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda la eternidad.
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Pa que te salves
Muchas veces, escuchamos a personas que hablan
de María, como si fuera alguien muy
distinto a nosotros y por lo tanto, alguien a quien no se puede imitar porque
está muy lejos de ser una persona como cualquiera de nosotros. Resulta ser todo
lo contrario, a María la debemos imitar todos.
María era una persona, igual a cada uno de nosotros, no sabía que era una
criatura excepcional y le costaba hacer las cosas, igual que a cualquiera. Y
nosotros podemos encontrar en ella muchas cosas que imitar.
En muchos lugares del mundo su persona es tan ignorada que hay iglesias que no
tienen ni una sola imagen de Ella.
LA IGLESIA NOS ENSEÑA
María vivía en Nazaret, en Galilea, sus papás eran Ana y Joaquín. Su infancia
transcurrió como la de cualquier otra niña, no hubo nada espectacular. Durante
su niñez hacía todo lo que hace una niña.
María siempre escuchaba a sus padres. Ella aprendía las cosas de Dios por medio
de ellos, sabía, porque sus papás se lo habían dicho, que el Mesías tenía que
venir para salvar a los hombres. Así lo había prometido Dios a Adán y Eva
después del pecado original. Que vendría un hombre que iba a vencer el pecado.
María tenía mucha fe, lo estaba esperando, pero lo que no sabía era que Dios la
había escogido a ella para ser la Madre del Mesías. Al llegar a ser una
jovencita tomó la decisión de consagrar su vida a Dios, dedicarse por completo
a Él.
La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre, desde toda
la eternidad, Él escogió a esta joven judía que vivía en Nazaret en Galilea,
para que fuera la Madre de su Hijo. Escogió a “una
virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de
la virgen era María”. (Lc 1, 26-27).
En aquella época, en el pueblo judío, estaba muy mal visto que una mujer no se
casara. De ahí que María con sus quince años, ya estaba desposada con José, el
carpintero. El estar desposada, significaba que estaba prometida, no que ya
estaba casada. Pero, en el fondo de su corazón, su mayor anhelo era ponerse al
servicio del Señor.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 490:
Que para ser Madre de Dios, María fue “dotada con
dones a la medida de su misión”. Ella tenía que ser una criatura muy especial.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 492:
El Padre la “bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef. 1, 3). Él la ha
“elegido en él, antes de la creación del mundo por
ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef.1, 4). Podemos
afirmar que María fue objeto de la predilección divina. Desde antes de nacer,
Dios encontró en Ella un encanto o simpatía muy especial.
EL ANUNCIO DEL ÁNGEL
En el momento que se le presenta el Ángel Gabriel, ¿qué
estaría haciendo María? Podemos imaginar que se encontraba en un momento
de intimidad con Dios. ¿Qué estaría pensando?,
¿cuáles serían sus sentimientos en esos precisos instantes?. ¿Dónde se
encontraría?. Lo que sí sabemos es que desde ese momento la vida de esa
jovencita cambió para siempre.
Muchos autores que describen este momento, nos presentan a María en oración o
con un libro entre las manos. El Evangelio deja amplia libertad a nuestra
imaginación. Solamente nos dice que Dios envía a su ángel y que éste se
presenta a María.
NO IMPORTA QUE ESTABA HACIENDO LA VIRGEN. DE REPENTE...
¡SALVE, LLENA DE GRACIA!
Lucas nos narra esa visita del Ángel: “Al sexto
mes fue enviado por Dios a una ciudad Galilea, llamada Nazaret, a una virgen
desposada con hombre llamado José, de la casa de David, el nombre de la virgen
era María. Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo. Ella se conturbó por estas palabras y discurría que significaba ese
saludo. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los
siglos y su reino no tendrá fin”. (1,
26-33)
¿A QUÉ LA LLAMA DIOS?
Dios la está llamando en medio de su quehacer diario, en un día como otro
cualquiera para darle un regalo, un don sin precio, un tesoro de más valor que
cualquier otra cosa del mundo y más bello que nada. La estaba invitando a ser
parte junto a Él en la obra de la salvación. Cuando menos se lo esperaba María,
la invita a la misión más insospechada.
María oyó la invitación y en lo profundo de su alma sabía que venía de Dios.
Sin embargo, también escuchó la voz del miedo, el temor a lo desconocido, a lo
que iba a encontrar al otro lado de la montaña. No veía el camino para llegar
allí, ignoraba lo que podía suceder.
Allí estaba María en su cuarto o donde fuera. ¿Intuyó
quizás las implicaciones de su respuesta? Posiblemente no se daba cuenta
de que en ese momento preciso, la historia de la salvación dependía de ella,
pero algo alcanza a vislumbrar el plan maravilloso de Dios.
La joven siente miedo, no entiende lo que le dicen, el ángel le dice que no
tema, que el Señor está con Ella. Estas palabras le bastan a María, pues confía
plenamente en el Señor. María nunca fue una mujer pasiva, no era conformista,
sino que era una mujer de acción. Por eso, duda y le pregunta al ángel ¿cómo
puede ser esto, si yo no conozco varón?
RESPUESTA DE MARÍA
Ante la respuesta del ángel, sin detenerse a pensar en el sufrimiento que le
espera. Con un corazón grandísimo, lleno de amor, y segura que para Dios todo
es posible, dice. “He aquí la esclava del Señor;
hágase en mi según tu palabra”. Dio su consentimiento.
Ella no regateó el precio, no puso condiciones, ni fue a preguntar la opinión de
los de su pueblo. Dice ¡Sí! El llamado de
Dios es demasiado hermoso como para andar escatimando sacrificios. María
contempló el don, lo meditó, como siempre hacía, en su corazón enamorado y se
entregó con entusiasmo al plan que Dios le propuso.
Al dar su sí, María acababa de confiar el volante de su vida a Dios. Comenzaba
para ella un viaje maravilloso por tierras nunca vistas. Pero un viaje en el
que no iba a contar con otra luz que la que Dios le da, la fe.
Con esta luz comprendió que el que la llamaba era Él, Dios. Y si Él la llamó, ¿qué podía temer? No hay obstáculo demasiado
grande para Dios. Es cierto no conocía el camino, tampoco las piedras que la
estarán esperando por el camino... pero ¿con tan
buena compañía, que le podía suceder?
Después de decir el primer sí, de muchos que a lo largo de su vida tendría que
decir, María llegó a la segunda etapa de su viaje: a partir de ahora se tratará
de cumplir el plan de Dios en su vida tal como se le irá presentando a cada
hora, a cada minuto. Siempre. Tarea difícil, sin duda, pero nada hay imposible
para el que camina junto a Dios...
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en el no. 494:
María aceptó de todo corazón la voluntad divina de
salvación y se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su
Hijo, al Misterio de la Redención.
María pudo dar su sí por su obediencia a la fe. Durante toda su vida, su fe no
vaciló. Nunca dejó de creer. Ella es un ejemplo para nosotros de fe.
¿CUÁL FUE LA ACTITUD DE MARÍA
DESPUÉS DE QUE SE MARCHÓ EL ÁNGEL?
María siguió siendo la misma, no le dijo nada a nadie. Ella, siguió como si
nada. Es más, emprendió el viaje para visitar a su prima Isabel y poderla
ayudar. Otra vez, vemos como María no regatea en esfuerzos, no pensó en su
estado, sólo pensó en ayudar y servir a su prima.
La Virgen es para cada hombre o mujer, el modelo más acabado de amor a
Jesucristo, de dedicación a su servicio, de colaboración con su obra redentora.
Y nuestra misión no es diferente. Es preciso tener la docilidad y entrega total
de Ella para aceptar y vivir con todas sus consecuencias la misión para la que
Jesucristo nos ha llamado.
¡CUIDA TU FE!
Para cuidar nuestra fe hay que profundizar en ella. Conocerla lo mejor posible.
De esta manera cuando alguien trate de meternos ideas que van contra ella,
tendremos todas las armas para defendernos. En la medida que imitemos a María
seremos capaces de ser firmes ante estas ideas.
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