«Venid a mi todos los sufrís y estáis oprimidos» (Mt 11, 28)
Yo
quiero imaginar la sensación de alivio – como una bocanada de aire fresco en
medio de una clausura infecta – que debió experimentar el pueblo sencillo,
abatidos bajo los pesados fardos de tantas minucias morales exasperantes,
cuando Cristo ensancho sus corazones con el acento cargado de humanidad de su
amorosa invitación: «Venid a mi todos los que sufrís y estáis
oprimidos… »
Como
si dijera: por fin hay auras refrigerantes para vuestra respiración jadeante,
palabras de paz y consuelo para vuestras debilidades diarias, seguridad de perdón
para vuestros pecados inevitables.
«El hombre no es un juguete de un Dios ruin y mezquino» (Ladislaus Boros)
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