FRANCISCO: «EL REINO DE DIOS ES LA FUERZA MÁS GRANDE QUE EXISTE POR NO
DE ACUERDO CON LOS CRITERIOS DEL MUNDO»
Como cada
miércoles, esta mañana ha tenido lugar la audiencia general del papa Francisco,
quien ha continuado su ciclo de catequesis sobre el Padrenuestro, centrándose
hoy en la frase «Venga a nosotros tu reino».
(InfoCatólica) Según el Pontífice, Jesucristo no hace proselitismo y no
quiere que la gente se convierta sembrando el temor del juicio inminente de
Dios o el sentimiento de culpa por el pecado (véase Mt 4,17; Mc 9, 43-48).
Además ha constatado que «el mundo todavía está marcado por el pecado», lo
cual indica, según él, que «la victoria de Cristo aún no se ha actuado completamente» (véase
Jn 16,33; Heb 10-12-13)
El Papa ha afirmado que «el Reino de Dios es ciertamente una gran fuerza, la más
grande que existe, pero no de acuerdo
con los criterios del mundo» (véase Jn 18,36).
CATEQUESIS DEL PAPA
FRANCISCO EL MIÉRCOLES DE CENIZA
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Cuando rezamos el «Padre nuestro», la segunda invocación con la que nos
dirigimos a Dios es «venga a nosotros tu Reino» (Mt 6, 10). Después de
rezar para que su nombre sea santificado, el creyente expresa el deseo de que
se acelere la venida de su Reino. Este deseo brotó, por así decirlo, desde el
corazón mismo de Cristo, que comenzó su predicación en Galilea proclamando: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está
cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva« (Mc 1,15). Estas palabras
no son en absoluto una amenaza, al contrario, son un anuncio feliz, un mensaje
de alegría. Jesús no quiere empujar a la gente a que se convierta sembrando el
temor del juicio inminente de Dios o el sentimiento de culpa por el mal
cometido. Jesús no hace proselitismo: simplemente
anuncia.
Al contrario, lo que Él trae
es la Buena Nueva de la salvación, y a partir de ella llama a convertirse.
Todos están invitados a creer en el «evangelio»: el
señorío de Dios se ha acercado a sus hijos. Esto es el Evangelio: el señorío de Dios se ha acercado a sus hijos. Y
Jesús anuncia esta maravilla, esta gracia: Dios, el
Padre, nos ama, está cerca de nosotros y nos enseña a caminar por el camino de
la santidad.
Los signos de la venida de
este Reino son múltiples, y todos son positivos. Jesús comienza su ministerio
cuidando a los enfermos, tanto en el cuerpo como en el espíritu, de aquellos
que vivían una exclusión social, -por ejemplo, los leprosos- de los pecadores
mirados con desprecio por todos, también por los que eran más pecadores que
ellos, pero se hacían pasar por justos. Y Jesús ¿cómo
les llama? «Hipócritas». El mismo Jesús indica estos signos, los signos
del Reino de Dios: «Los ciegos ven y los cojos
andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y
se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5).
«¡Venga a
nosotros tu Reino!», repite con insistencia el cristiano cuando reza el «Padre nuestro». Jesús ha venido. Pero el mundo
todavía está marcado por el pecado, poblado por tanta gente que sufre, por
personas que no se reconcilian y no perdonan, por guerras y por tantas formas
de explotación; pensemos en la trata de niños, por ejemplo.
Todos estos hechos son una
prueba de que la victoria de Cristo aún no se actuado completamente: muchos hombres y mujeres todavía viven con el corazón
cerrado. Es sobre todo en estas situaciones que la segunda invocación
del «Padre Nuestro» brota de los labios del
cristiano: «¡Venga a nosotros tu Reino!». Que
es como decir: «¡Padre, te necesitamos!, ¡Jesús te
necesitamos! ¡Necesitamos que en todas partes y para siempre seas Señor entre
nosotros!». «Venga a nosotros tu Reino, ven en medio de nosotros».
A veces nos preguntamos: ¿por qué este Reino se instaura tan lentamente? Jesús
ama hablar de su victoria con el lenguaje de las parábolas. Por ejemplo, dice
que el Reino de Dios se asemeja a un campo donde el trigo bueno y la cizaña
crecen juntos: el peor error sería querer
intervenir inmediatamente extirpando del mundo las que nos parecen malas
hierbas. Dios no es como nosotros, Dios tiene paciencia. El Reino de
Dios no se instaura en el mundo con la violencia: su
estilo de propagación es la mansedumbre (cf. Mt 13, 24-30).
El Reino de Dios es
ciertamente una gran fuerza, la más grande que existe, pero no de acuerdo con
los criterios del mundo. Por eso nunca parece tener mayoría absoluta. Es como
la levadura que se amasa en la harina: aparentemente
desaparece, pero es precisamente la que fermenta la masa (cf. Mt 13,
33). O es como un grano de mostaza, tan pequeño, casi invisible, pero lleva
dentro la fuerza explosiva de la naturaleza, y una vez que crece, se convierte
en el más grande de todos los árboles del jardín (cf. Mt 13,
31-32).
En este «destino» del Reino de Dios podemos intuir la
trama de la vida de Jesús: él también era un signo débil para sus
contemporáneos, un evento casi desconocido para los historiadores oficiales de
la época. El mismo se definió como un «grano de
trigo» que muere en la tierra, pero solo de esta manera puede dar «mucho fruto» (cf. Jn 12,24). El
símbolo de la semilla es elocuente: un día el
campesino la hunde en la tierra (un gesto que parece un entierro), y luego,
«duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él
mismo sepa cómo« (Mc 4:27). Una semilla que brota es más
obra de Dios que del hombre que la ha sembrado (cf. Mc 4, 27).
Dios siempre nos precede, Dios siempre nos sorprende. Gracias a él después de
la noche del Viernes Santo, hay un alba de Resurrección capaz de iluminar de
esperanza al mundo entero.
«¡Venga a
nosotros tu Reino!». Sembremos esta palabra en medio de nuestros pecados y fracasos. Regalémosla
a las personas que están derrotadas y dobladas por la vida, a los que han
saboreado más odio que amor, a los que han vivido días inútiles sin haber
entendido nunca por qué. Regalémosla a los que han luchado por la justicia, a
todos los mártires de la historia, a los que han llegado a la conclusión de que
han luchado por nada y de que el mal domina este mundo. Escucharemos entonces
la oración del «Padre Nuestro» que responde.
Repetirá por enésima vez esas palabras de esperanza, las mismas que el Espíritu
ha puesto como sello de todas las Sagradas Escrituras: «¡Sí,
vengo pronto!». Amén. Ven, Señor Jesús. Que la
gracia del Señor Jesús sea con todos «
(Ap 22:20).
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