miércoles, 27 de marzo de 2019

Y A TI… ¿QUÉ TE SOSTIENE?


La dimensión espiritual de la mujer es fundamental para el mundo. Somos bolsas, vestidos, maquillaje, pero también mucho más. Algo debe sostener nuestras vidas de manera más profunda.

Hay tanto que escribir sobre las cosas que a las mujeres nos gustan. En lo personal me gusta mucho salir de compras. Puedo pasarme horas de horas comprando los zapatos de última moda, los trajes de dos piezas y las carteras Lauren o Coach. También mi resistencia se viene abajo cuando entro al departamento de joyería. Las perlas ¡ay, como me gustan las perlas! Tengo que controlarme muchísimo para no comprarme la tienda entera…

Hace algunos días fuimos a caminar a un lugar divino, un lugar del que se dice, mucha gente acude para hacer meditación u oración. Mis amigas y yo hablábamos de la liposucción. De los mejores cirujanos que hay en cada país para disminuir el estómago, los brazos, y todas esas partes delatoras de nuestro cuerpo. Otra decía que ya había ido al primer chequeo para hacerse los ojos. Pues la mejor edad para empezar a operarse es al llegar a los cuarenta. -¡No puede ser que ya vaya a cumplir cuarenta años!- expresaba una de ellas con espanto. Pero hermana, -decía otra- hoy no hay que preocuparse por envejecer con tanta crema y cirugía que puedes hacerte…. yo ya le dije a mi marido que vaya reservando los fondos para la primera que me voy hacer yo…

Entre esos miedos también están los kilos de más. -Realmente yo no he nacido para hacer dietas- mencionaba Julia. Eso de los sacrificios con las comidas no es para mí. Es mucho más práctico y fácil pagar una masajista…. ¿Por qué no hacer ejercicios? -decía yo- ¡No! saltaba Dalia, -¡imagínate tanto sacrificio! Además, es un esclavizarse a hacerlo diariamente y yo para esas disciplinas no sirvo.

Y así, se nos fueron las horas. Hablando de los miedos y la vanidad femenina. Mujeres ¿Y esas somos las que hemos nacido para ser la savia de la sociedad, el alimento espiritual? Esas que hablamos de vanidades y superficialidades ¿Somos el fermento del mundo? ¿Esas somos la sal de la tierra?

Las mujeres seguimos los pasos de la moda. Pero hoy en día no es fácil ser católica, porque no es lo que está de moda. Lo que está de moda es practicar la meditación trascendental, hacer yoga, “curarte con cristales”, “sanar tu auto-estima” y asistir a innumerables cursos de superación personal.

Si hoy el Dalai Lama dice en las noticias “El amor es la llave de la felicidad” millones dicen “ohhh, el Dalai Lama, ese hombre tan perseguido, tan bueno, tan iluminado, él dice que el amor es la llave de la felicidad”. ¡Ah! Pero si el Papa dice “El amor es la llave de la felicidad” parece como si su mensaje pasara desapercibido.

Hay mucha sed y hambre de verdad, y las mujeres somos evidentemente seres con una dirección natural, innata, muy propia de nuestro sexo hacia la espiritualidad. Nosotras intuimos con más precisión que hay un mundo que va más allá de nuestros ojos. Y tampoco es raro que seamos las mujeres las que tomemos con mayor frecuencia (especialmente en este tiempo) los caminos equivocados en busca de la verdad, por medio de la espiritualidad. Tenemos hambre de seguridad, de confianza, de valor, y tenemos una gran desesperación por encontrar eso que llene nuestro vacío.

Además el mundo donde vivimos está sacudido por diferentes crisis, entre ellas, una de las más peligrosas es la pérdida del sentido de la vida. Muchas de nuestras contemporáneas han perdido el verdadero sentido de la vida y lo buscan en sucedáneos, como el desenfrenado consumismo, la droga, el alcohol o el abuso de la sexualidad y el erotismo. Buscan la felicidad, pero el resultado es siempre una profunda tristeza, un vacío del corazón y muchas veces la desesperación. ¿Cómo vivir la propia vida para no perderla? ¿Sobre qué fundamento edificar el propio proyecto de existencia?

Yo creo que a veces nos complicamos la vida innecesariamente, y por otro lado no tenemos la fuerza necesaria para seguir lo que verdaderamente nos hace crecer. Estamos muy mal acostumbradas a un mundo en el que se quiere todo fácil, rápido, sin dolor, sin esfuerzo. Y la fe que nos enseñaron nuestros padres, con la que crecimos puede serlo todo, excepto fácil, rápida o sin esfuerzo.

Ser católica no está de moda. Tampoco está de moda el decir que debemos cuidar nuestro corazón y nuestro cuerpo preservando nuestra intimidad en lugar de lanzarnos con una micro falda y una blusa con escotes que quitan la respiración para embriagarnos en una discoteca. No es fácil darse cuenta de que los hijos son un don de Dios y que no debemos obstruir Su Voluntad utilizando anticonceptivos. No está de moda el sacrificarse por amor a los demás. Vivimos una época de un feroz individualismo. Todo es yo, yo, yo y al final, ese “yo” se queda solo.

Ser católica, amiga mía no es fácil. Pero estoy convencida de que en nuestra fe, en la que nos enseñaron nuestros padres, está la verdad. Nuestros problemas no van a desaparecer por el hecho de ir a misa, o por confesarnos o por comulgar. Los problemas seguirán ahí, pero el corazón de nuestra fe está en la resurrección de Jesucristo, el hijo de Dios que se hizo hombre, al que crucificaron por nuestra culpa pero que resucitó. Él nos enseñó que todas nuestras penas, nuestras ansiedades y nuestros dolores tienen un significado, más que un “por qué” tienen un “para qué”. Para los católicos los problemas, el dolor y la enfermedad son una oportunidad de seguir a Jesucristo en su cruz. Lo que a veces olvidamos es que la cruz tiene su significado de sacrificio pero siempre ante la perspectiva de la Resurrección. Ser católico no es fácil. Comulgar, confesarse o ir a misa no desaparecerán nuestros problemas, pero nos darán la fortaleza interior para poder afrontar esos problemas con una actitud diferente. No son los problemas los que desaparecen, es la Gracia de Dios la que los hace distintos.

Estos sacramentos tienen un valor incalculable en nuestras vidas. Confesarse con frecuencia nos fortalece para luchar contra nuestra debilidad, ir a misa cada domingo es participar de la vida de la Iglesia, de nuestra comunidad (de nuestra común unidad), comulgar es nada menos que comer el pan vivo, estar en la unión más íntima con Jesús mismo. No, estos sacramentos no desaparecen los problemas. Los sacramentos nos dan la fuerza de Dios para que aún en nuestra imposibilidad seamos capaces de lograr grandes cosas, a pesar de las dificultades.

Jesucristo no necesita estar de moda. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Jesús se nos presenta como la respuesta de Dios a nuestra búsqueda, a nuestras angustias. Él dice: “Yo soy el pan de la vida, capaz de saciar toda hambre; Yo soy la luz del mundo, capaz de orientar el camino de todo hombre; Yo soy la resurrección y la vida, capaz de abrir la esperanza del hombre a la eternidad.”(2)

Ciertamente no es fácil seguir a Cristo, en estos días en que la palabra “oración” ha sido substituida por la expresión “meditación trascendental”. Hoy tenemos el mayor peligro de alejarnos de la verdad y convertirnos en mujeres arrancadas por lo superficial, lo egoísta, lo vanidoso, lo falaz, lo falso. Pero las mujeres, a la luz de nuestra fe católica, podemos dar paso a la verdadera naturaleza femenina que es robusta, profunda, inspiradora y sólida. Una naturaleza que es “madre”. ¿No es acaso la Santísima Virgen la más santa? Más que ella, solo Dios. Y era mujer, como tú y como yo.

Amiga mía, no busques la verdad en los libros de astrología, ni en que te lean las cartas, tampoco la busques en la “meditación trascendental”, olvídate de tu aromaterapia, tu “cuarzo de la buena suerte” puedes ir tirándolo a la basura. Este es un tiempo de decisión. Esta es la ocasión para aceptar a Cristo. No como una fanática que se la pase el día entero en la Iglesia, sino como una mujer que verdaderamente necesita acercarse a Jesucristo para aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de su palabra y creer en sus promesas; reconocer que su enseñanza nos conducirá a la felicidad y finalmente a la vida eterna.(1)

Vamos reconociéndolo, las mujeres de hoy no queremos comprometernos, todo lo queremos fácil. Estamos en la época de la “fast food” y la vida sin sacrificio. Pero también estamos en la época del vacío, del hastío, de la depresión, del abuso sexual, de la violencia, del alcoholismo, de la desunión familiar, de la ansiedad, de la drogadicción, de las relaciones superficiales, de la manipulación. Ese es el precio de nuestra vida “light”, y lo estamos pagando ya mismo.

Pero, ante todo, este es un tiempo de decisión. La decisión de atreverse a no tener miedo a seguir rescatando esos valores de mujer y conocer de verdad lo que puede hacer en nuestro corazón, la comunicación diaria con Jesucristo. La mujer que desarrolla su interioridad y tiene esa comunión amorosa con su creador está mejor preparada para salir al encuentro del amor siendo hija, hermana, amiga, religiosa, esposa, madre, profesional, servidora.

Somos seres de encuentro y como mujeres somos las que debemos tomar la iniciativa. Pero esa iniciativa nunca podrá tomarse o verse con la enorme y trascendental importancia que tiene mientras sigamos siendo superficiales, materialista y egoístas. Estos son los obstáculos que debemos de vencer para poder poner la esencia de lo verdaderamente femenino en el mundo y de esta forma cristianizarlo con profundidad y no a medias. Por eso se requiere mujeres que estén dispuestas a vivir el compromiso.

Ser una católica de pies a cabeza, implica dificultad y sacrificio. ¿Acaso no te sacrificas en tus gustos o decisiones por lo que le gusta a tu pareja? Ese sacrificio significa un cambio, un convertir el “yo” en “tu”.

Cuando hay vida interior hay un cambio en la conducta. Se crece humanamente y se vuelve frondosa la vocación específica de mujer. ¡Hay que acercarse a Jesucristo con la oración! Porque con la práctica diaria de la oración se trabaja directamente sobre el corazón, y se van cayendo las costras del egoísmo y la malicia y pasa a plantarse firmemente la madurez y serenidad de la generosidad y el significado de ser un lazo, un eslabón, un clavo en la cruz. Sujetar, acompañar, solidarizarse con Cristo que pasa, estar atenta. Labor de mujer, misión femenina.

Cuando hay vida interior dispuesta a la revelación de las propias miserias, se puede ver lo que hace el materialismo y la excesiva preocupación por los años y el cuerpo al alma. Se visualiza claramente que todo eso no deja crecer y no permite despojarse del estar pensando solo en una misma. Por eso la oración es el trabajo más exquisito, fino y delicado que el Espíritu Santo descubre al alma de una mujer cuando está entra desnuda con su propia verdad y con la docilidad de ser transformada. La mujer con esa actitud entonces, sale a la calle liberada, fuerte y segura para la batalla y puede ser una influencia poderosísima en todos los ambientes y con las otras mujeres a las que desde esa dimensión ve como hermanas.

La mujer con vida interior es un sistema totalmente abierto, es la que descubre lo inmenso de su propia inteligencia y puede entonces poner el motor de la voluntad en marcha. Se convierte así en esa Mujer Ejemplar que no es fácil de hallar (2). En la que se puede confiar y reposar porque desde el lugar que en la vida le corresponde coloca a Cristo siempre, siempre en la cumbre. De todas sus actividades humanas (3).

¿Querrá todo esto decir que renunciaré a los placeres del mundo, a la moda, a las fiestas, a la aspiración profesional? ¿No será esto enajenación, idealismo? No. No te pierdas. No es renunciar a la moda, ni a las aspiraciones profesionales. No es enajenación ni es idealismo. Es el descubrimiento de tu propia inteligencia, de tu nombre y de tu fuerza. Es encontrar lo denso del valor de lo femenino, vivirse intensamente gozosa de ser una mujer. Es vivir con valentía un tiempo de decisión en el que yo te pregunto: Y a ti, ¿qué te sostiene?

1. Juan Pablo II
2. Proverbios 31,10
3. José María Escriva de Balaguer.
Sheila Morataya-Fleishman

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