Este año se celebra en Calcuta
La Oficina de
Prensa de la Santa Sede publicó ayer el mensaje del Papa Francisco para la 27°
Jornada Mundial del Enfermo, que se este año se celebrará en Calcuta, India,
el 11 de febrero.
(InfoCatólica) Mensaje del Papa para la
Jornada Mundial del Enfermo
Queridos hermanos y hermanas:
«Gratis habéis
recibido; dad gratis» (Mt 10,8). Estas son las palabras pronunciadas por Jesús
cuando envió a los apóstoles a difundir el Evangelio, para que su Reino se
propagase a través de gestos de amor gratuito.
Con ocasión de la XXVII Jornada
Mundial del Enfermo, que se celebrará solemnemente en Calcuta, India, el 11 de
febrero de 2019, la Iglesia, como Madre
de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos
gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble
para la evangelización. El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y
ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a
través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta «querida».
La vida es un don de Dios –y
como advierte san Pablo–: «¿Tienes algo que no
hayas recibido?» (1 Co 4,7). Precisamente porque es un don, la existencia no se puede considerar una mera
posesión o una propiedad privada, sobre todo ante las conquistas de la medicina
y de la biotecnología, que podrían llevar al hombre a ceder a la
tentación de la manipulación del «árbol de la
vida» (cf. Gn 3,24).
Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar
el individualismo y la contemporánea fragmentación social, para
impulsar nuevos vínculos y diversas formas de cooperación humana entre
pueblos y culturas. El diálogo, que es una premisa para el don, abre espacios
de relación para el crecimiento y el desarrollo humano, capaces de romper los
rígidos esquemas del ejercicio del poder en la sociedad. La acción de donar
no se identifica con la de regalar, porque se define solo como un darse a sí
mismo, no se puede reducir a una simple transferencia de una propiedad o de un
objeto. Se diferencia de la acción de regalar precisamente porque contiene el
don de sí y supone el deseo de establecer un vínculo. El don es ante todo
reconocimiento recíproco, que es el carácter indispensable del vínculo
social. En el don se refleja el amor de Dios, que culmina en la encarnación
del Hijo, Jesús, y en la efusión del Espíritu Santo.
Cada hombre es pobre, necesitado e indigente. Cuando nacemos,
necesitamos para vivir los cuidados de nuestros padres, y así en cada fase y
etapa de la vida, nunca podremos liberarnos completamente de la necesidad y de la ayuda
de los demás, nunca podremos arrancarnos del límite de la impotencia ante
alguien o algo. También esta es una condición que caracteriza nuestro ser «criaturas». El justo reconocimiento de esta verdad nos invita a permanecer humildes y
a practicar con decisión la solidaridad, en cuanto virtud indispensable
de la existencia.
Esta conciencia nos impulsa a
actuar con responsabilidad y a responsabilizar a otros, en vista de un bien que
es indisolublemente personal y común. Solo cuando el hombre se concibe a sí
mismo, no como un mundo aparte, sino como alguien que, por naturaleza, está
ligado a todos los demás, a los que originariamente siente como «hermanos», es posible una praxis social solidaria
orientada al bien común. No hemos de
temer reconocernos como necesitados e incapaces de procurarnos todo lo que nos
hace falta, porque solos y con nuestras fuerzas no podemos superar todos los
límites. No temamos reconocer esto, porque Dios mismo, en Jesús, se ha
inclinado (cf. Flp 2,8) y se inclina sobre nosotros y sobre
nuestra pobreza para ayudarnos y regalarnos aquellos bienes que por nosotros
mismos nunca podríamos tener.
En esta circunstancia de la
solemne celebración en la India, quiero
recordar con alegría y admiración la figura de la santa Madre Teresa de
Calcuta, un modelo de caridad que hizo visible el amor de Dios por los
pobres y los enfermos. Como dije con motivo de su canonización, «Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido
una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición
de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no
nacida como la abandonada y descartada. [...] Se ha inclinado sobre las
personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles,
reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los
poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes [...]
de la pobreza creada por ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal»
que daba sabor a cada obra suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los
que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y sufrimiento. Su
misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales
permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios
hacia los más pobres entre los pobres» (Homilía, 4 septiembre
2016).
Santa Madre Teresa nos ayuda a comprender que el único criterio de
acción debe ser el amor gratuito a todos, sin distinción de lengua, cultura, etnia o religión. Su ejemplo
sigue guiándonos para que abramos horizontes de alegría y de esperanza a la humanidad
necesitada de comprensión y de ternura, sobre todo a quienes sufren.
La gratuidad humana es la levadura de la acción de los voluntarios, que son tan importantes en
el sector socio-sanitario y que viven de manera elocuente la espiritualidad del
Buen Samaritano.
Agradezco y animo a todas las
asociaciones de voluntariado que se ocupan del transporte y de la asistencia de
los pacientes, aquellas que proveen las donaciones de sangre, de tejidos y de
órganos. Un ámbito especial en el que vuestra presencia manifiesta la
atención de la Iglesia es el de la
tutela de los derechos de los enfermos, sobre todo de quienes padecen
enfermedades que requieren cuidados especiales, sin olvidar el campo de
la sensibilización social y la prevención. Vuestros servicios de voluntariado
en las estructuras sanitarias y a domicilio, que van desde la asistencia
sanitaria hasta el apoyo espiritual, son muy importantes. De ellos se
benefician muchas personas enfermas, solas, ancianas, con fragilidades
psíquicas y de movilidad.
Os exhorto a seguir siendo un signo de la presencia de la
Iglesia en el mundo secularizado. El voluntario es un amigo
desinteresado con quien se puede compartir pensamientos y emociones; a través
de la escucha, es capaz de crear las condiciones para que el enfermo, de objeto
pasivo de cuidados, se convierta en un sujeto activo y protagonista de una
relación de reciprocidad, que recupere la esperanza, y mejor dispuesto para
aceptar las terapias. El voluntariado comunica valores, comportamientos y estilos
de vida que tienen en su centro el fermento de la donación. Así es como se
realiza también la humanización de los cuidados.
La dimensión de la gratuidad debería animar, sobre todo, las
estructuras sanitarias católicas, porque es la lógica del Evangelio la que cualifica su labor, tanto en
las zonas más avanzadas como en las más desfavorecidas del mundo. Las
estructuras católicas están llamadas a expresar el sentido del don, de la
gratuidad y de la solidaridad, en respuesta a la lógica del beneficio a toda
costa, del dar para recibir, de la explotación que no mira a las personas.
Os exhorto a todos, en los
diversos ámbitos, a que promováis la cultura de la gratuidad y del don,
indispensable para superar la cultura del beneficio y del descarte. Las instituciones de salud católicas no
deberían caer en la trampa de anteponer los intereses de empresa, sino más
bien en proteger el cuidado de la persona en lugar del beneficio.
Sabemos que la salud es relacional, depende de la interacción con los demás y
necesita confianza, amistad y solidaridad, es un bien que se puede disfrutar «plenamente» solo si se comparte. La alegría del
don gratuito es el indicador de la salud del cristiano.
Os encomiendo a todos a María, Salus
infirmorum. Que ella nos ayude a compartir los dones recibidos con espíritu de
diálogo y de acogida recíproca, a vivir como hermanos y hermanas atentos a
las necesidades de los demás, a saber dar con un corazón generoso, a aprender
la alegría del servicio desinteresado. Con afecto aseguro a todos mi cercanía
en la oración y os envío de corazón mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 25 de
noviembre de 2018
Solemnidad de N.
S. Jesucristo Rey del Universo
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