lunes, 10 de diciembre de 2018

EL PAPA QUE DESTRUIRÍA LA IGLESIA


En esta debacle Bergogliana, que siempre va a peor, al Papa Bergoglio parece no quedarle defensores acérrimos en el establishment neocatólico salvo unos cuantos personajes desquiciados con inclinación a los exabruptos obscenos, a dos de los cuales finalmente EWTN y el National Catholic Register han tenido que despedir. Éste es un papado que sólo un loco puede continuar defendiendo como firmemente ortodoxo.

El Dr. Douglas Farrow, un profesor de teología en la Universidad de McGill, resume de manera acertada el sentir de la representación no tradicionalista, ahora unánime, que se opone a la locura de este Papa escribiendo para el Catholic World Report  sobre lo que él denomina  “el preocupante pontificado de Bergoglio”: Los críticos están en lo cierto cuando dicen que la revolución está  equivocada: esto no es una reforma. No es ni siquiera una conversión. Es una conquista. Si no se frena, las puertas del infierno prevalecerán contra la Iglesia, que se extinguirá en todas partes como se está ya  extinguiendo en las tierras de los mismos revolucionarios. Debemos pedir al Cielo que lo pare y estar preparados para ayudar a pararlo confiando en la promesa de Nuestro Señor de que esas puertas no prevalecerán y que su iglesia no desaparecerá.

No se puede hallar una afirmación tan severa ni siquiera en una página web sedevacantista, y sin embargo esto aparece en las páginas de una publicación de tendencia popular que nunca podría ser acusada pertenecer al temido “tradicionalismo radical”.
La imagen de Farrow de conquista es bastante sorprendente. Así es: tenemos un Papa que parece decidido a conquistar la Iglesia para arrasarla y reconstruirla de acuerdo con su propio “sueño” distópico de lo que debería ser; que representa la esencia destilada de un neo-modernismo jesuítico degenerado, combinado con astutas maniobras de poder político al estilo argentino. Recordemos las mismas palabras de Bergoglio en esa declaración de intenciones que es Evangelii Gaudium (EG), un extenso manifiesto personal de doscientos ochenta y ocho párrafos sin parangón en la historia del papado: Sueño con una ´opción misionera´; es decir, con un impulso misionero capaz de transformarlo todo de manera que las costumbres de la Iglesia, la manera de hacer las cosas, los horarios y programas, el lenguaje y las estructuras puedan ser adecuadamente encaminadas a la evangelización del mundo de hoy en lugar de dedicarse a su auto-preservación.

Que Bergoglio vea oposición entre su sueño y la auto-preservación de la Iglesia evidencia más que una evidente arrogancia. Como dijo a su amigo Eugenio Scalfari durante la infame entrevista en La Repúbblica poco antes de que Evangelii Gaudium se publicase, no se ha hecho lo suficiente para rehacer la Iglesia desde Vaticano Segundo:  “Los padres del Concilio sabían que estar abiertos a la cultura moderna comportaba un ecumenismo religioso y un diálogo con los no creyentes. Pero luego se hizo muy poco en esta dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de hacer algo”.  Parece que estamos tratando con alguien parecido a un maníaco que habiendo ascendido de alguna manera a la Cátedra de Pedro representa un peligro claro e inminente  para la Fe.

La actividad frenética de este Papa, que parece empeñado en la conquista de la Iglesia y que, de no ser frenado, como dice Farrow, las puertas del infierno prevalecerán contra Ella y desaparecerá en todas partes, recuerda la famosa cita de las obras del Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino (1542-1621)  en su compendio impresionante Controversias sobre la Fe Cristiana. En el libro segundo de su volumen sobre el Soberano Pontífice, Belarmino aborda varias objeciones al poder papal incluyendo la siguiente: Es lícito que alguien mate a un pontífice si éste invade cualquier territorio injustamente: por esta razón será mucho más justo que los reyes o un Concilio depongan a un pontífice sí éste va a dañar el bien común o se empeña en destruir almas con su ejemplo.

A lo cual Belarmino responde así: Primero respondo negando el consecuente, porque no se requiere autoridad para resistir a un invasor y defenderse uno mismo. No es necesario que el invadido sea  juez y superior de aquel que invade, mas se requiere autoridad para juzgar y castigar. Por lo tanto, de la misma manera que es lícito resistir a un pontífice que invade un cuerpo, es lícito resistirse cuando invade almas o perturba un estado y mucho más si se esfuerza en destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirlo no haciendo lo que ordene y detenerlo para  que no cumpla su voluntad. Aun así, no es lícito juzgarlo castigarlo ni incluso destituirlo porque no es sino un superior. Sobre este asunto ver Cayetano y Juan de Torquemada.
Tengamos en cuenta un aspecto de este razonamiento de Belarmino que a menudo se pasa por alto: que la resistencia a un pontífice romano descarriado que ataca la Iglesia no es una cuestión de autoridad usurpadora sino de simple autodefensa. Tengamos en cuenta también que Belarmino no considera imposible la perspectiva de un Papa que se esforzara por destruir la Iglesia. Él dice más bien que no se necesitaría ninguna autoridad para defender a las almas o a la Iglesia contra tal Papa. Todo lo contrario: se tendría el deber de resistir a un Papa así y el hecho de no resistirlo sería un acto culpable. Es lo que Santo Tomás llama obediencia indiscreta a un superior, significando la obediencia a cualquier orden que sea ´´contraria a Dios o a una regla que ellos [los religiosos] profesan, ya que la obediencia en estos casos sería ilícita. ´´ (Suma teológica II-II, Q 104, art. 5)
Queda implícito en estos razonamientos la verdad  que nadie en la tierra –ni siquiera el Papa –es un dictador absoluto cuya voluntad es ley por el mero hecho de que eso es lo que quiera. Esa es precisamente la cuestión que Benedicto XVI hizo explícita en el comienzo de su pontificado misteriosamente truncado: El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Por el contrario, el ministerio del Papa es una garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas sino que constantemente debe sujetarse a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia de la Palabra de Dios ante cada pretensión de adaptarla o diluirla y ante cualquier forma de oportunismo” [Homilía para la Misa de Posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, 7 de mayo de 2005]
El argumento de Belarmino se cita a menudo en esta época sin precedentes, tal vez incluso peor que la crisis arriana, en la que la resistencia a la conducta indebida papal se ha vuelto casi obligatoria si se quiere preservar intacta la fe de nuestros padres. Pero con la llegada de Bergoglio y el “Bergoglianismo“, como Antonio Socci lo llama, nos enfrentamos por primera vez en dos mil años con la materialización del Papa hipotético de Belarmino que se esfuerza en destruir la Iglesia: un Papa que abiertamente declara que la “auto-preservación” de  la Iglesia no es menos preocupante para él que su sueño maniaco de “transformarlo todo”.
Esa transformación eclesial destructiva que Bergoglio prevé incluye la noción inaudita de una “iglesia sinodal” en consonancia con los cismáticos Ortodoxos, que reemplazaría literalmente la Iglesia que Cristo fundó. En su discurso por el quincuagésimo aniversario de la  desastrosa invención por parte de Pablo VI del “Sínodo  Universal” que se reúne periódicamente en Roma, Bergoglio habló del “compromiso de construir una Iglesia sinodal”, declarando: “Estoy convencido de que en una iglesia sinodal puede arrojar más luz en el ejercicio del primado Petrino´´.

Sobre este sínodo Bergoglio construirá su iglesia y las puertas del infierno prevalecerán contra ella si él fuera el monarca absoluto que parece creer que es. ¿Qué es esa “iglesia sinodal” sino simplemente una elaborada hoja de higuera para ocultar el ejercicio desnudo de la voluntad de Bergoglio, tal como hemos visto con un sínodo manipulado tras otro?
La recién terminada farsa sinodal “Sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional” culminó en un Documento Final absurdamente ampuloso de  unas veinticinco mil palabras, redactado previamente por el comité de redacción seleccionado por Bergoglio y repleto de temas que los Padres sinodales nunca trataron, incluido el “discernimiento” [es decir, consintiendo el adulterio y ofreciendo la Santa Comunión mientras el  pecador se lo piensa]. La “orientación sexual” y la misma “sinodalidad” por la cual Bergoglio busca imponer su voluntad. El documento se proporcionó sólo en italiano durante último día del sínodo y se tradujo oralmente sólo en el momento para su votación apresurada párrafo por párrafo por parte de los prelados en la sala – ¡no se permiten enmiendas!-  la mayoría de los cuales eran incapaces de leer o hablar italiano y mucho menos reflexionar sobre la montaña de verborrea que estaban votando.
En una entrevista con Edward Pentin, el obispo de Sídney, Anthony Fisher, éste comunicó cortésmente que el Sínodo era una parodia manipulada de un procedimiento. ´´Sí, [El documento final] fue leído tan rápido que los traductores se las vieron y se las desearon para llevar el ritmo, y los padres no podían tomar notas en su propia lengua. Por tanto no siempre estábamos seguros sobre qué nos pedían votar Sí o No”. Acerca de la inserción de la “sinodalidad” – o sea, el instrumento de la voluntad de Bergoglio- en el Documento Final, Fisher hizo esta devastadora evaluación: ´´No estaba en el documento de trabajo. No estaba en las discusiones de la asamblea general. No estaba en las discusiones de los grupos de idiomas. No estaba en los informes de los grupos pequeños. Simplemente apareció como de la nada, en el borrador del documento final.”

En cuanto a la exclusión sistemática, ampliamente reportada, de los jóvenes de mentalidad tradicional de las reuniones sinodales y pre-sinodales, Fisher dijo lo siguiente: Pero uno de los Padres sinodales más internacionales observó que parecía que no había o había pocos jóvenes de “disposición clásica” (según sus palabras) presentes para hablar desde ese punto de vista y que esto hacía que los jóvenes auditores no fueran totalmente representativos. de su generación… No. No creo  que se silenció sólo a los jóvenes con mente más tradicional. Todos lo fuimos. El hecho es que después de nuestras breves intervenciones, fue casi imposible para los obispos conseguir un turno de intervención adicional en la asamblea general… Y luego a votar en cuestión de minutos, y eso bajo una terrible premura, sin oportunidad de nuevas enmiendas. Para mí, esa no es la manera de hacer doctrina. 

Pero ese es el camino para que Bergoglio “haga doctrina” al tiempo que afirma que simplemente está implementando las ´´decisiones del Sínodo” descritas sin pudor como un oráculo del “Espíritu”. De ahí la promulgación por parte de Bergoglio de Episcopalis Comunio (CE) que formaliza los procedimientos de sus simulacros sinodales como un “proceso [que] no solo tiene su punto de partida sino su punto de llegada en el Pueblo de Dios, sobre el cual los dones de la gracia otorgados por el Espíritu Santo a través de la reunión de los obispos en asamblea deben ser derramados”.

Bajo el mecanismo creado por EC, Bergoglio podrá sellar los resultados de los sínodos que gestiona desde el principio hasta el final, etiquetar los documentos finales como parte del “Magisterio ordinario del sucesor de Pedro” (Art. 18) y luego declarar los documentos sinodales predeterminados y pre-escritos que aprueba como “el resultado del trabajo del Espíritu…”  (¶ 5). De esta manera Bergoglio puede manipular un concilio seudo-ecuménico tras otro sin todo el alboroto y la molestia que supone un verdadero concilio ecuménico en el que una minoría conservadora obstinada pudiera impedir sus designios.
El Documento Final de este Sínodo comienza con esta cita, que, inadvertidamente, dice mucho, del Capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, recortada engañosamente para ocultar su contexto, como es típico de las citas Bergoglianas de las escrituras: “Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños.” (Hechos 2:17). La sugerencia absurda, que nadie, incluyendo a Bergoglio, realmente cree, es que los jóvenes, simplemente por ser jóvenes, tienen el don de profetizar y recibir visiones celestiales, y que “ésta es la experiencia que tuvimos en este Sínodo, caminando juntos y escuchando la voz del Espíritu”.  Lo que significa, por supuesto, la voz de Bergoglio y su círculo íntimo.
Pero lo que Bergoglio ha escondido en la elipsis es que Pedro, citando la profecía de Joel, está reprendiendo a sus compatriotas judíos en el día de Pentecostés, advirtiéndoles de lo que sucederá durante los últimos tiempos: [Y sucederá, en los últimos días, dice Dios]  derramaré mi Espíritu sobre todas carne. profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos verán sueños. 
También se omite el resto de la profecía de Joel: Hasta sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré de mi espíritu en aquellos días, y profetizarán. 19 Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra, sangre, y fuego, y vapor de humo. 20 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el día del Señor, el día grande y célebre. 21 Y acaecerá que todo el  que invocare el nombre del Señor, será salvo». 22 “Varones de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios ante vosotros mediante obras poderosas, milagros y señales que Dios hizo por medio de Él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis; 23 a Éste, entregado según el designio determinado y la presciencia de Dios, vosotros, por manos de inicuos, lo hicisteis morir, crucificándolo.  (Hechos 2: 18-23)
Esta cita no es exactamente una corroboración bíblica de la afirmación ridícula de que los jóvenes tienen un inherente carisma profético a exhibir en el espectáculo romano de Bergoglio. Muy al contrario, en el contexto, Pedro no habla en absoluto de un imaginario carisma de profecía de los jóvenes sino que más bien exhorta al pueblo de Israel a convertirse antes de que Cristo, a quien crucificaron, venga de nuevo en medio de signos extraordinarios que ciertamente no son evidentes en ninguna de las obras de Bergoglio. Y tres mil oyentes de Pedro se convirtieron inmediatamente. Precisamente como obra verdadera del Espíritu Santo actuando a través del primer Papa: 37 Al oír esto ellos se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: “Varones, hermanos, ¿qué es lo que hemos de hacer?” 38 Respondióles Pedro: “Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro”. 40 Con otras muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”. 41 Aquellos, pues, que aceptaron sus palabras, fueron bautizados y se agregaron en aquel día cerca de tres mil almas  [Actos 2: 37-41] 
¿Qué nos dice el que las primeras palabras del hinchado documento que hizo tragar a los Padres Sinodales sea una cita de las escrituras descaradamente manipulada, aparentemente sacada al azar del Nuevo Testamento simplemente porque dicen algo acerca de la profecía de los jóvenes? ¿Qué nos dice esto acerca de Bergoglio?   Lo que nos dice es que él y sus colaboradores tienen un compromiso poco confiable con la verdad, pero un compromiso inquebrantable para obtener cualquier resultado que el Papa Dictador desee.

Un ostensiblemente enfadado Sandro Magister escribe que Bergoglio ha instalado “cualquier cosa menos una Iglesia sinodal” y que después  de  alabar la “sinodalidad”  como ´´un fruto preeminente del sínodo de los obispos del octubre pasado”, incluso aunque los obispos nunca lo comentaron, él ´´ha desmantelado la agenda de la asamblea plenaria de uno de los episcopados más grandes del mundo, el de los Estados Unidos” ordenándolos que no tomen ninguna medida en la crisis de sacerdotes homosexuales en la que él mismo está profundamente implicado. Asimismo,  Bergoglio ha “abandonado a su suerte, en China, a los obispos que no tomen parte en el acuerdo secreto firmado a fines de septiembre entre la Santa Sede y las autoridades de Pekín; es decir, la treintena de obispos clandestinos que resisten impávidos el despotismo del régimen sobre la Iglesia”.

Pero Magister – asumo que irónicamente– no reconoce que esa “sinodalidad”  nunca ha sido otra cosa que un vehículo de dictadura Bergogliana sobre la Iglesia y que sólo opera en Roma, donde tiene el control total de las reuniones que no son sino una farsa para su propio ejercicio del poder.
Quizá por primera vez en la historia, la Silla de Pedro está ocupada por alguien que concibe su poder como absoluto, incluso en materia de doctrina, que hace grandes aspavientos de su pretensión de tratar humildemente de descentralizar la autoridad eclesiástica, pero de modo que realmente la concentra como nunca antes en la persona del Papa.  Admitiendo eso, el portavoz bergogliano P. Thomas Rosica, el agregado de lengua inglesa rabiosamente pro-homosexual de la Oficina de Prensa del Vaticano, declaró exultante: El Papa Francisco rompe con las tradiciones Católicas cuando quiere porque él está “libre de apegos desordenados [citando a Bergoglio].”  Nuestra Iglesia de hecho ha entrado en una nueva fase: con el advenimiento de este primer Papa Jesuita, está abiertamente dirigida por un individuo en vez de por la autoridad de la Escritura únicamente  o incluso por los dictados de la Tradición sumada a la Escritura.      

No se puede pedir una descripción más acertada de un Papa que “se esfuerza por destruir la Iglesia”. Siguiendo el consejo de San Roberto Belarmino, los fieles no pueden dejar de responder a los esfuerzos de Bergoglio conforme a su estado, “no haciendo lo que él ordena y frenándolo para que no cumpla su voluntad”. Tal es la situación sin precedentes de los asuntos eclesiales en esta etapa final de la crisis post-Vaticano II en la Iglesia. Y ese es nuestro destino hasta que el Cielo finalmente nos conceda el Papa santo y valiente que restaurará el papado y la Iglesia al orden que Dios quiso. No hay duda de que el Papa reinará durante el Triunfo del Corazón Inmaculado que Nuestra Señora nos prometió en Fátima. Para entonces, el reinado del mezquino tirano de Argentina, a quien Dios permitió afligir a la Iglesia para nuestro castigo, será sólo un recuerdo amargo.
(Traducido por Alberto G. Corona. Artículo original)
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