lunes, 3 de septiembre de 2012

NATIVIDAD DE LA VIRGEN: UNA VIDA DE ALEGRÍA Y REGOCIJO



La fiesta de la Natividad de la Virgen es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la propia vocación – 8 de setiembre.

Toda la Iglesia cantará la alegría que el nacimiento de la Madre de Dios trae para nosotros. La liturgia de la santa misa es prueba latente de esa felicidad.

Hace 14 siglos, san Juan Damasceno pronunció una homilía sobre el nacimiento de la Virgen que explica muy bien el sentido de esta fiesta:

“¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres”

La Natividad de la Virgen nos recuerda, sobre todo, que Dios nos ha elegido para una labor concreta desde toda la eternidad. Todos los seres humanos tienen una vocación muy particular, pero es necesario descubrirla.

Para conocer ese llamado personalísimo que Dios hace a cada uno, a cada una, es indispensable fortalecer la vida interior. Como María, nosotros debemos ser conscientes de que Dios quiere de nosotros algo en particular. Y, también según el ejemplo de la Virgen, debemos trabajar para descubrir ese algo desde muy jóvenes.

San Juan Damasceno recalca que es por medio de Ella, que Dios se encarna, que, sirviéndose de Ella, Dios desciende a la Tierra. En efecto, María es instrumento divino para concretar la llegada del Salvador. Pues nosotros también somos instrumentos de Dios, con una finalidad específica.

Por eso, la felicidad humana no está completa si no conocemos para qué estamos vivos. En el trabajo, en la familia, en la vida religiosa, como laicos, como sacerdotes… todos estamos obligados a responder a ese llamado, que puede escucharse con mucha claridad o barruntarse poco a poco, sin importar la edad o condición personal.

Jóvenes, adultos y viejos, hombres y mujeres, deben estar atentos para conocer el querer de Dios. Ahí, en su vida, el Señor les pide algo, en el trabajo de todos los días, sea cual fuere.

Pero sin la oración ni la fuerza de los sacramentos, será más difícil descubrir la vocación. Los cristianos del siglo XXI tenemos el deber de descubrir ese llamado.

Y no se trata sólo de vocación al celibato. La llamada universal a la santidad es para todos: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

La Fiesta de la Natividad de Nuestra Señora es momento idóneo para revisar si estamos poniendo los medios necesarios para atender al llamado de la vocación, si de verdad estamos haciendo la voluntad de Dios.

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