viernes, 15 de enero de 2010

¿REUNIONES O CONFESIONES?


Historia (imaginada) de un sacerdote que recordó que lo más importante es cuidar a las ovejas.

El abad acababa de entrar a su oficina. Abrió la agenda con el programa del día.
9.00, reunión con el consejo del monasterio.
10.30, reunión de sacerdotes del sector.
12.30, reunión con los administradores de la zona.
15.00, reunión del obispo con los agentes de pastoral.
17.30, reunión para planeación de la catequesis.

Sonó el timbre de la sacristía. El abad estaba colocando varios papeles en su sitio, cuando se acercó el hermano portero.
-"Ha llegado una señora anciana con un chico joven. Quieren hablar con un sacerdote".
-"Diles que estamos ocupados, que vengan más tarde".
El portero se retira. A las 8.45, el abad se dirige a la sala de reuniones. Tiene que pasar por la sacristía. Allí seguían, en pie, la señora y el joven.
-"Padre, perdone nuestra insistencia. ¿Podemos hablar un momento con usted?"
-"Buenos días, buenos días. Perdonen, es que tengo un poco de prisa. Ahora debo ir a una reunión, y toda la mañana y la tarde voy a estar ocupado. ¿No pueden venir más tarde, cuando encuentren algún sacerdote libre?"
-"Padre, es que llevo más de un año con deseos de confesarme. Nunca encuentro a un sacerdote en la iglesia, o si lo encuentro están siempre muy ocupados. Pero hoy no puedo dejar pasar más tiempo. Convencí a mi nieto para que viniese a confesarse o, al menos, a hablar un rato con un padre. Quizá es el momento de Dios, no habría que dejar pasar más tiempo. ¿No le parece?"

El padre abad sintió un poco de pena, pero es que las reuniones son tan importantes, y estaban programadas desde hacía tanto tiempo...
-"Mire, señora, seguro que hacia mediodía encontrarán otro padre. El ecónomo salió de compras, el administrador ahora viene conmigo. El encargado de catequesis lleva unos días fuera en cursillos de actualización, pero cuando regrese estoy seguro de que les recibirá con mucho gusto".
-"Padre, por favor, mi nieto está aquí ahora, pero a mediodía tiene que irse. ¿No es posible hacer algo, encontrar a alguien?"
El padre abad notó dentro de sí un movimiento de impaciencia. Tenía prisa. El reloj marcaba las 8.55. Pero había que mostrarse educado.
-"Señora, lo siento... Seguro que habrá otra oportunidad... Quizá cuando vuelva su nieto, otro día..."
Como la señora hizo un gesto de insistencia, el padre decidió escapar directamente por la iglesia, para llegar más rápido a la sala de reuniones.

Al pasar por la capilla del Sagrario, hizo la genuflexión. Algo dentro de sí le dejó triste e inquieto. Como si Cristo le susurrase al corazón:
-"¿Vas a dar más importancia a las reuniones que a unas personas que han llegado aquí para pedir ayuda? ¿Para eso te escogí sacerdote?"
Fue como una lanzada profunda. Unas lágrimas asomaron por sus ojos. Repitió la genuflexión, y fue otra vez a la sacristía.

La señora y el joven estaban a punto de salir por la puerta lateral. El abad les dijo en voz alta:
-"Esperen, creo que hay una solución. Vuelvo en seguida".
Volvió al despacho y llamó al portero.
-"Cancela todas las citas que tengo en la mañana. Están anotadas aquí, en la agenda".
-"Pero, padre, si ya el consejo está reunido para la reunión".
-"Ahora hay algo más importante. Luego explico a todos lo que ha pasado".
Fue a la iglesia y se dirigió al confesionario de la izquierda. Daba pena verlo tan solo, tan triste, tan sucio. Rompió una telaraña y sacudió el polvo. Volvió a la sacristía y llamó a la señora y al nieto.

La luz del confesionario se encendió. ¡Todavía funcionaba! Tenía dudas el padre abad, pues desde hacía mucho tiempo que no se usaba ese lugar para lo que fue construido: para confesar...

Entró primero el joven. Estuvo tiempo, mucho tiempo, tranquilo, sin prisas.

¿Conversó o se confesó? Dios lo sabe. Pero el joven salió distinto, con una sonrisa como pocas veces se le había visto en los últimos meses. Al despedirse del padre abad, le dijo:
-"¿Sabe? Es la primera vez en mi vida que hablo con un sacerdote".
Luego entró la señora anciana. Quería estar poco tiempo, confesarse rápido, pues pensaba que el padre tendría mucha prisa. Pero se sintió extrañamente acogida, con más cariño que nunca. El padre abad le dedicó tiempo, mucho tiempo, como si ella fuese la persona más importante del mundo.

En la capilla del Sagrario, Jesús estaba muy feliz. Porque un sacerdote había recordado que lo más importante es cuidar a las ovejas. Y porque dos almas, de edades y mentalidades muy diferentes, habían tenido la ocasión de recibir una nueva señal del cariño inmenso que Dios tiene por cada uno de sus hijos.
Autor: P. Fernando Pascual

Nota: Yo tuve una experiencia en que asistí a un enfermo de SIDA que había llegado moribundo de Venezuela. La familia me llamó para pedirme ayuda espiritual y que les dijera lo que debían hacer para conseguirles un sacerdote, porque su familiar moribundo deseaba confesarse.

Les indiqué por teléfono que busquen la Iglesia más cercana a la clínica en que este se encontraba y pidieran a un sacerdote que vaya a confesarlo. Lamentablemente la clínica se encontraba en una jurisdicción que no le correspondía a la iglesia más cercana y los derivaron a otra. En esta otra la hora no era de atención y no los podían atender.

Al enterarme de todos los problemas para conseguir un sacerdote para confesar al moribundo, me dirigí a mi parroquia - ya fuera de hora – toqué y salió un seminarista que me dijo que ya no se atendía. Insistí y pedí hablar con un sacerdote amigo que accedió a acompañarme a la clínica.

Cuando llegamos, hacía 5 minutos que el moribundo había fallecido. El sacerdote al ver mi impotencia por no haber llegado a tiempo me enseñó algo que no sabía: El sacramento vale hasta media hora después de la muerte, además estaba de por medio el pedido del moribundo por confesarse. Mi amigo le dio los sacramentos y nos retiramos.

Al salir ya más tranquilo, le agradecí a mi amigo sacerdote y le pregunté:
-Padre, ¿por qué no hay sacerdotes de turno en las iglesias, igual como hay doctores en boticas u hospitales?"
Ahí quedó la propuesta… ojalá algún día se implemente.
José Miguel Pajares Clausen

2 comentarios:

Anónimo dijo...

en efecto hay muchos casos asi. la falta de sacerdotes y sobre todo la falta de humanidad que tenemos para con todos a hecho que cada dia se mas dificil recibir la absolucion ya sea en confesion o para moribundos
aqui en mi pueblo pasa mucho pero que podemos hacer?

Hermano José dijo...

QUÉ PENA QUE MÁS 300 SEMINARISTAS, FUTUROS SACERDOTES, MURIERAN EN EL TERREMOTO DE HAITÍ
BENDICIONES POR CASA