sábado, 30 de enero de 2010

ORDENES MENDICANTES


En la historia de la Iglesia, las órdenes mendicantes nacidas alrededor del siglo XIII, han tenido una función tremendamente importante, función esta que respondía a las necesidades de la época, y hoy en día también cumplen con una importante función y siguen siendo un elemento fundamental de servicio a la Iglesia.

El 13 de enero 2010, Benedicto XVI dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, a las órdenes mendicantes, centrándose en las dos más conocidas, los franciscanos y los dominicos, fundadas respectivamente por el italiano Francisco de Asís y el español Domingo de Guzmán.

Históricamente antes de la aparición de las órdenes mendicantes, en la Iglesia las congregaciones religiosas eran esencialmente las constituidas en los monasterios, que podían ser de monjes, benedictinos cistercienses, cartujos, camaldulenses y otras congregaciones menos importantes. Pero todas ellas eran recintos cerrados, con escasa proyección exterior fuera de los muros del monasterio regidos por un Abad, que gozaban de una gran autonomía.

Benedicto XVI señala que: Santos como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, guiados por la luz de Dios, son los auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Maestros con la palabra y testigos con el ejemplo, promueven una renovación eclesial estable y profunda". "Ellos fueron capaces de leer con inteligencia los signos de los tiempos, intuyendo los retos con los que tenía que enfrentarse la Iglesia en su época". Uno de estos desafíos era "la expansión de varios grupos y movimientos de fieles que, aunque inspirados por un deseo legítimo de vida cristiana auténtica, se colocaban a menudo fuera de la comunión eclesial". Entre estos grupos estaban los cátaros o albigenses, que volvieron a proponer antiguas herejías como "el desprecio del mundo material, (...) la negación de la libre voluntad y la existencia de un (...) principio del mal equiparable a Dios". Movimientos como aquellos, tuvieron éxito, "no solo por su sólida organización, sino también porque denunciaban un desorden real en la Iglesia, causado por el comportamiento poco ejemplar de diversos representantes del clero".

Sin embargo, los franciscanos y los dominicos "demostraron que era posible vivir la pobreza evangélica sin separarse de la Iglesia", renunciando no solamente a la posesión de bienes materiales, sino también rechazando que la comunidad fuera propietaria de terrenos y bienes inmuebles, testimoniando así "una vida extremadamente sobria para ser solidarios con los pobres y confiar solo en la Providencia". El estilo personal y comunitario de las Ordenes Mendicantes, "unido a la adhesión total a la enseñanza de la Iglesia y a su autoridad fue muy apreciado por los pontífices de la época, (...) que ofrecieron su pleno apoyo a esas nuevas experiencias eclesiales, reconociendo en ellas la voz del Espíritu".

Mala cosa es mezclar el dinero y las posesiones de inmuebles con el espíritu evangélico, pues el dinero es el rey de la materia, y el espíritu evangélico, nos muestra que el camino para apoyar nuestra vida espiritual, solo se encuentra en la Providencia. Flaco servicio le hacen a la Iglesia, aquellos que creen que la realización de una congregación religiosa ha de apoyarse en los bienes materiales. No es el dinero el que le da grandeza a una congregación religiosa, sino la absoluta entrega a Dios de sus miembros y la confianza en que la Providencia si lo cree oportuno, les hará crecer. Solo lo que se apoya en Dios tiene desarrollo y persistencia en el tiempo.

Continua Benedicto XVI diciendo: "También hoy, incluso viviendo en una sociedad en la que prevalece el tener sobre el ser, somos muy sensibles a los ejemplos de pobreza y solidaridad", observó Benedicto XVI, recordando que Pablo VI afirmaba que "el mundo escucha de buen grado a los maestros cuando también hay testigos. Esta es una lección que no hay que olvidar nunca en la obra de difusión del Evangelio: vivir en primera persona lo que se anuncia, ser espejo de la caridad divina".

La denominación de mendicantes, tiene su raíz en el término latino “mendicare” pedir limosnas. Sus miembros hacen voto de pobreza, por el que renuncian a todo tipo de propiedades o bienes, ya sean personales o comunes, y viven en la pobreza, mantenidos sólo por la caridad. Las órdenes mendicantes tradicionalmente son cuatro y fueron aprobadas, después de superar la oposición inicial que sufrieron por parte del clero secular. Enumeradas estas por orden de antigüedad, son: Los frailes menores o franciscanos (O.F.M), fundados por San Francisco de Asís que recibieron la aprobación papal en 1209, los frailes predicadores o dominicos (O.P.), fundados por Santo Domingo de Guzmán que recibieron la aprobación papal en 1216.

A diferencia de los franciscanos y de los dominicos que tuvieron un fundador, ni los agustinos ni los carmelitas tuvieron un fundador de la orden. Los Agustinos (O.S.A.), nacen durante el pontificado de Inocencio IV, como fruto de la necesidad de agrupar a una serie de comunidades de monjes en la región de la Toscana en Italia, que eran fieles a la Regla de San Agustín. En la auto biografía de San Agustín fallecido en el 430, se puede leer como este santo Padre de la iglesia redactó unas reglas para ser observadas por aquellos que entraron a una vida de carácter conventual, creada en el edificio de su propia casa. Los agustinos recibieron la aprobación papal en el año 1244.

Los orígenes de los Carmelitas (O.C.) y (O.C.D), según se trate de frailes descalzos o de frailes no reformados aunque está distinción carece de importancia en relación a la que antes tuvo; los orígenes se remontan pues al siglo XII, cuando un grupo de ermitaños inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en las cuevas del monte Carmelo, por encima de la ciudad de Haifa, en Tierra Santa, donde actualmente en la basílica construida sobre la cueva del profeta Elías, se encuentra la casa madre de la orden carmelitana. El término Carmelo o Karmel, significa jardín, ya que al Monte Carmelo se le considera el jardín de Tierra Santa. Los hermanos ermitaños reunidos en el Monte Carmelo, tomaron el nombre de "Hermanos de Santa María del Monte Carmelo" y el patriarca de Jerusalén en 1209, les entregó una regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: vida contemplativa, y meditación de las Sagradas Escrituras. Posteriormente en el año 1245 recibieron la aprobación papal tomando la orden el lema que figura en su escudo y que dice: Zelo zelatus sum pro domino deo exercituum. Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos (1R 19,14).
Juan del Carmelo

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