lunes, 11 de enero de 2010

EL SACERDOTE Y EL AMOR DE DIOS


Dios escoge, Dios invita, Dios modela, Dios envía a cada sacerdote por amor y para amar.

El origen de la humanidad está en el Amor de Dios. Por amor nos creó. Por amor nos sustenta, nos acompaña, nos llama.

El amor no dejó de trabajar cuando empezó la amarga historia del pecado humano. El amor se hizo presencia, se encarnó, porque quiso sacarnos del mal, porque quiso darnos la vida verdadera.

Dios es mucho más grande que el pecado. Por eso Cristo vino al mundo, murió en la Cruz, fundó la Iglesia.

La presencia de Cristo, su acción salvadora, explica la esencia profunda de la Iglesia, actúa en los sacramentos, trabaja en sus ministros.

El Papa, los obispos, los sacerdotes, son simplemente embajadores del amor divino. Cada sacerdote alberga en lo más íntimo de su ser una llamada, una invitación, un grito, que Dios quiere ofrecer a cada ser humano.

El sacerdote tiene una vocación inmensamente grande y bella. Porque lo más hermoso es anunciar la gran noticia, el mensaje de paz y de salvación. Por eso sus pies son dichosos en los montes (cf. Is 52,7). Por eso sus pasos recorren pueblos, aldeas y ciudades para anunciar que el Reino está cerca (cf. Mt 10,7).

Dios escoge, Dios invita, Dios modela, Dios envía a cada sacerdote por amor y para amar.

Así lo vivía, así lo entendía san Juan María Vianney. El santo cura de Ars lo explicaba con palabras sencillas y emotivas: Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor. Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra. ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes (citado por Benedicto XVI en la carta de inicio del año sacerdotal, 16 de junio de 2009).

Esa es la explicación y el sentido propio de la vida de cada sacerdote: hacer presente la redención, la victoria del amor, por encima del pecado y de la muerte.
Vale la pena recordarlo, para rezar por los sacerdotes, para acompañarlos en su incomparable misión; y para no dejar de dar gracias a Dios por seguir llamando a miles de hombres para trabajar en su viña como ministros de la misericordia, como testigos del amor eterno de un Padre bueno.
Autor: P. Fernando Pascual LC

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