jueves, 13 de agosto de 2009

LA ETERNA FELICIDAD DEL CIELO: LA LEYENDA DEL MONJE VIRILA


Se trata de una dulce leyenda de la Edad Media.

Está amaneciendo en el lugar donde se halla el monasterio de Leyre, en Navarra. En la huerta conventual reina un silencio lleno de paz y serenidad. Un poco antes de salir el sol, un pájaro ha roto el silencio con un dulce trino. Y a los pocos momentos, todos los pájaros, gorriones y jilgueros llenan el aire de cantos y alegría.
Por la huerta monacal pasea un monje. Es Virila, el abad del monasterio. Camina silencioso. En su corto paseo se sienta en una piedra junto a una fuente que murmura dulcemente. El monje Virila es un hombre ya mayor, con una barba casi blanca, como de plata. Sus ojos llevan una luz de tristeza y de pena. No goza de las bellezas agrestes de las montañas ni de la paz y calma de la huerta conventual. El monje está preocupado. ¿Qué le ocurre al monje Virila? Sus ojos miran al Cielo y exclama:
-¡Dios mío! ¿Es posible que tu sola contemplación en el Cielo sea un gozo perfecto? ¡Arranca de mi esta duda¡”
Esta era la honda preocupación del abad Virila.

De pronto, y junto al monje, se ha posado en una rama un pájaro y ha empezado a cantar. Su canto es de lo más dulce y armonioso que se ha podido oír. Jamás cantó un pájaro con tanta suavidad y delicadeza. La huerta se llena de las más dulces melodías. El monje, que en aquel momento reza, queda extasiado al oír aquellos trinos. Su alma se llena de gozo y de paz. Cuando el monje está más extático oyendo cantar al pájaro, éste abre sus alas, remonta el vuelo y desaparece por entre la enramada de los árboles.

Dice la leyenda que el monje estuvo oyendo cantar al pájaro trescientos años. ¡Tres siglos extasiado escuchando el maravilloso canto de un pájaro! Entonces el monje comprendió que si es posible oír cantar a un pájaro sin cansarse durante trescientos años, es muy cierto y posible contemplar, sin fatigarse, la gloria de Dios, en el Cielo por toda la eternidad.

Explicación Doctrinal:
Jesús había prometido a sus apóstoles: «En la casa de mí Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a preparamos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde Yo estoy estéis también vosotros».

Por disposición de Dios, tenemos todos los hombres un destino eterno y feliz en el Cielo. Pero el Cielo tenemos que ganarlo con el cumplimiento de los mandamientos, con el bien, el amor y la justicia. Así lo ha dispuesto Dios. Siendo Dios Amor, tenemos que entrar en el Cielo con nuestras almas encendidas de amor.

La mayor felicidad que los justos experimentan en el Cielo es ver a Dios tal como es, con su gloria, poder y Amor Infinito. Dios tiene en el cielo goces siempre nuevos y maravillosos para aquellos que le aman y sirven.

En el cielo viviremos extasiados con la dulce intimidad de Jesucristo Dios y Hombre, con el suave y maternal cariño de nuestra Madre la Virgen María y con la amistad de los ángeles y justos.

Todos los placeres, todas las cosas más bellas y encantadoras, todas las alegrías y felicidades, todos los bienes más maravillosos están a disposición de los justos en el Cielo. Porque Dios es la fuente de toda felicidad.

Con qué alegría nos anima Jesucristo a conquistar el Cielo, cuando dice: «Alegraos en aquel día y regocijaos, pues vuestra recompensa será grande en el Cielo. (Lucas, 6.)
Por: Gabriel Marañon Baigorrí

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