miércoles, 1 de abril de 2009

EL PAN DE CRISTO


Historia de un pobre mendigo.

Al cavo de meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir a la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente. Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un club privado, cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al mismo. Agachando la cabeza le pedía al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.
-Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio - replico este.
La mujer, que oyó la conversación, preguntó:
-“¿Qué quería ese pobre hombre?”
-Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre - respondió su marido.
-No podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y… ¡dejar a un hombre hambriento aquí afuera!”
-Hoy en día: ¡hay un mendigo en cada esquina! Seguro que el dinero para beber
-“¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo
Avergonzado el mendigo, quería alejarse corriendo de allí; pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía:
-Aquí tiene unas monedas, consígase algo de comer. Aunque la situación esta difícil, no pierda la esperanza. En alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo encuentre
-Muchas gracias, señora. Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimos. Jamás olvidaré su gentileza
-Esta usted comiendo el pan de Cristo’. Compártalo - dijo ella con una cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo.

Este pobre hombre, sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. Encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día. Comería el "pan de Cristo" dos días. Una vez más, aquella descarga eléctrica corrió por su interior. ‘¡El pan de Cristo!.

Un momento, pensó. No puedo guardarme el pan de Cristosolamente para mí mismo. Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había aprendido en la escuela dominical. En ese momento paso a su lado un anciano mendigo. Quizás ese pobre anciano tenga hambre, pensó. Tengo que compartir el pan de Cristo’. Y sin pensarlo dos veces lo invito a servirse algo.

El anciano se dio la vuelta y lo miro con descreimiento.
-“¿Habla usted en serio, amigo?”
El hombre no daba crédito a su buena fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le pusieron delante un plato de guiso calentito. Durante la cena, el mendigo notó que el anciano envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel.
-“¿Está guardando un poco de pan para mañana?” - le preguntó.
-No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar. La ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé, tenía hambre. Le voy a llevar el pan

El pan de Cristo. Recordó de nuevo las palabras de la mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer convidado sentado a aquella mesa.

A lo lejos las campanas de la iglesia parecían entonar a sus oídos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza. Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullirlo. De golpe se detuvo y llamo a un perro, un perro perdido y asustado.
-Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad - dijo el niño.
El pan de Cristo’. Alcanzará también para el hermano cuadrúpedo.

El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó a vender el periódico con entusiasmo. Hasta luego, dijo el mendigo y el anciano.

-En alguna parte hay un empleo para usted. Pronto dará con él: No desespere
Recordaba el mendigo las palabras que le dijo la señora.
-“¿Sabe? - su voz se torno en un susurro - Esto que hemos comido es el pan de Cristo’. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas para comprarlo. ¡El futuro nos deparara algo bueno!”

Al alejarse el anciano. El mendigo se dio la vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba gravado el nombre del dueño. El mendigo recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro y llamó a la puerta. Al salir este y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo: de golpe la expresión de su rostro se torno seria.

Estaba por reprocharle al mendigo que seguramente hubiera robado el perro para cobrar la recompensa, pero no lo hizo. El mendigo ostentaba un cierto aire de dignidad que lo detuvo. En cambio dijo:
-En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene!”
El mendigo miró el billete medio aturdido.
-“No puedo aceptarlo – dijo - sólo quería hacerle un bien al perro"
-Téngalo. Para mí lo que usted hizo vale mucho más que eso. ¿Le interesa un empleo? Venga a mi oficina mañana. ¡Me hace mucha falta una persona íntegra como usted!” - y le pasó una tarjeta con la dirección.

Al volver a emprender el mendigo la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma. Se titulaba: parte el pan de la vida”. “No os canséis de dar, pero no deis las sobras, dad hasta sentirlo, hasta que duela.

Que el Señor nos conceda la gracia de tomar nuestra cruz y seguirlo, aunque duela.

Señor Jesús:Te amo mucho, te necesito para siempre, estas en lo más profundo de mi corazón, bendice con tus néctares corporales, a mi familia, mi casa, mi hogar, el empleo de mis hijos, mis finanzas, mi salud, mis sueños, mis proyectos y a mis amigos.

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