Joe Biden asiste a misa junto a su esposa Jill en la iglesia de San Mateo, en Washington D.C., tras su toma de posesión. El actual ocupante de la Casa Blanca está públicamente comprometido en promover el aborto dentro y fuera de Estados Unidos, con dinero público y si es preciso con una ley federal.
Para el Diccionario de la Real Academia, abortar es “interrumpir la hembra, de forma natural o provocada, el desarrollo del feto durante el embarazo”. El aborto provocado consiste, por tanto, en realizar la muerte del óvulo fecundado, embrión o feto humano dentro del seno materno.
El Antiguo Testamento afirma categóricamente en el Decálogo: “No matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17).
El canto a la vida que es todo el Antiguo Testamento, el convencimiento
de que la vida humana empieza antes del nacimiento, el que Dios nos
conoce cuando todavía estamos en el seno materno, indica que hay fe en la
dignidad del ser humano aun antes de su nacimiento (Is 49,1 y 5; Jr 1,5; Sal
139, 13; 2 Mac 7,22-23).
En el Nuevo
Testamento, San Juan Bautista, todavía en el seno materno, se alegra de la
venida de Jesús (Lc 1,42-44).
La Didaché inicia en el siglo II una larga
serie -en la que están Clemente de
Alejandría, Atenágoras, Tertuliano y muchos otros- de escritos religiosos contra el aborto y que llega hasta
nuestros días.
Así el Concilio Vaticano II lo califica de atentado a la vida, práctica infamante (Gaudium et
Spes nº 27) y crimen horrendo (GS nº 51), San Pablo VI reitera esta condena
al “aborto directamente querido y
procurado, aunque sea por razones terapéuticas” (encíclica Humanae Vitae nº 14). El Catecismo
de la Iglesia Católica dice: “El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es
gravemente contrario a la ley moral” (nº 2271).
Los políticos son
personas que tienen responsabilidades morales y es legítimo recordárselas,
tanto más cuanto que, “si las leyes no
son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan
un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una
mentalidad y de unas costumbres” (San Juan Pablo II, encíclica Evangelium Vitae nº
90).
Todo esto nos lleva
al problema de si se puede dar la comunión a los políticos que apoyan,
favorecen y dan su voto a favor del aborto, problema hoy de gran actualidad,
puesto que en varios países el aborto no es sólo legal, sino incluso un
derecho. Entre quienes así piensan y actúan están Biden, Macron (también Le Pen) y todo nuestro Parlamento (salvo
Vox y UPN). ¿Qué pensar de
ello? No nos olvidemos de que la recepción indigna de un sacramento, especialmente el de la Eucaristía, es un sacrilegio (cf. CEC nn, 2118 y 2120).
El canon 915
del Código de Derecho
Canónico dice:
"Los excomulgados e interdictos después de la imposición o determinación
de la pena, así como otros que persisten obstinadamente en el pecado grave
manifiesto", no pueden ser
admitidos a la COMUNIÓN.
La exhortación
apostólica Sacramentum
Caritatis dice: “Es
importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia
eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En
efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin
consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio
público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero
tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o
política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como
el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin
natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad
de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus
formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y
los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social,
deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente
formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la
naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía
(cf. 1 Co 11,27-29). Los obispos han de llamar constantemente la
atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad
para con la grey que se les ha confiado” (nº 83).
Pero en la visita ad limina de los obispos
norteamericanos de 2019 y 2020, ante la división existente entre
ellos, la Congregación de la Fe "aconsejó que
se emprendiera el diálogo entre los obispos para preservar la unidad de la
conferencia episcopal frente a los desacuerdos sobre este controvertido
tema".
Personalmente me
convence mucho más la postura mayoritaria de los obispos de negar la comunión a los proabortistas. Procuro advertirles si temo que algún político en
estas condiciones viene a comulgar, pero si, a pesar de estar advertidos,
vienen, se la niego.
Por: Pedro Trevijano
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