Junto al encuentro habitual con Dios, sin dejar la vida, la oración es también encuentro en la intimidad de una pausa amistosa, filial.
Cristo,
acosado por las mil ocupaciones de una vida en servicio total, no se dispensa
de retirarse a un «lugar solitario» para
dedicarse a la oración.
Y yo… ¿no tengo tiempo?
El
empleo del tiempo está siempre determinado por nuestros juicios de valor.
Si Dios no tiene un sitio en nuestro tiempo, es que él no es un
valor y, por tanto hay:
otros deberes más importantes,
otros tesoros mas importantes,
otros tesoros más preciosos,
otros intereses…, más interesantes.
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