Unidad integral de cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las dimensiones repercute en las otras.
Por: Humberto Del Castillo Drago | Fuente: CEC
Al aproximarnos al ser humano para responder a
su propia identidad no podemos sino mirarlo como una unidad: cuerpo, alma y
espíritu. La persona humana es, «por su propia
naturaleza, una unidad bio-psico-espiritual. Existe por lo tanto una íntima
relación entre lo exterior y lo interior, de manera que lo exterior repercute
en lo interior, y viceversa» (1).
La palabra “unidad” nos
hace entender que el ser humano no es un compuesto, una suma de partes o
elementos. No son tres naturalezas. Son tres dimensiones de una misma persona.
Para comprender mejor esta unidad trial propia del ser humano, recordemos las
palabras de San Pablo: «Que Él, el Dios de la paz,
os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma, y el
cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1Tes
5,23).
El hombre es, por su propia naturaleza, una
unidad bio-psico-espiritual. Unidad integral de
cuerpo, alma y espíritu en la que lo que sucede con cada una de las dimensiones
repercute en las otras.
El hombre es un ser corporal; ésta es una
realidad que se constata inmediatamente. Nuestro cuerpo tiene requerimientos
físicos, necesidades vinculadas a esta dimensión, que no pueden ser
desatendidas: respiración, alimento, bebida, abrigo y otras necesidades
vinculadas al bienestar. La persona además de necesitar lo básico para
sobrevivir requiere que su organismo mismo se desarrolle y viva en un ambiente
adecuado para su expansión adecuada.
Es claro que lo biológico no explica todo lo que
somos. Si seguimos avanzando en nuestra propia experiencia como personas,
advertimos que nuestra relación con el mundo trasciende este nivel: así llegamos a descubrir que poseemos una dimensión
psicológica. Esta dimensión tiene también sus propios requerimientos o
necesidades, que el hombre experimenta como necesidades intelectuales (de
saber, comprender, abarcar la realidad, etc.) y necesidades afectivas.
En ese sentido, podemos decir que en la dimensión del alma, o
psico-afectiva, el hombre experimenta también una serie de necesidades que
deben ser saciadas y que preceden en orden de dignidad a las necesidades
físicas.
Ninguna
de estas dos dimensiones agota la realidad del ser humano, sino que descubrimos
algo más profundo e íntimo. Dicha realidad es la espiritual, que permanece como
referencia continua de mi vida. Ésta dimensión se expresa como huella de Dios
en el ser humano, lo que se llama mismidad, que consiste en el núcleo mismo del
hombre. En dicha dimensión se encuentra la conciencia y la libertad humana, así
como la apertura al encuentro, la capacidad de relacionarse con Dios, y la
apertura al sentido de la existencia.
Un gran problema en la actualidad es el reduccionismo; esto
significa que al tratar de entendernos a nosotros mismos tendemos a tomar una
parte de lo que vemos y convertirla en la explicación global. De manera que
podemos decir que el hombre no es solamente sus sentimientos o emociones, como
tampoco es solamente su cuerpo, o sus roles o personajes, o pensamientos.
El ser humano es unidad y la dimensión espiritual
es la más importante, pero no anula a las demás áreas sino que debe haber una
jerarquía, de manera que sea lo espiritual lo que dirija y nutra la realidad
corporal y psicológica.
Quien pretenda la realización humana sólo
saciando las necesidades físicas o buscando el equilibrio psicológico sin la
vida espiritual, permanecerá frustrado, incluso en el ámbito físico y
psicológico.
Hoy en día el hombre contemporáneo es invitado a
plenificar su existencia como unidad: cuerpo, alma
y espíritu. Se trata de vivir el señorío de sí mismo, trabajando porque
sus tres dimensiones apunten armónicamente a la santidad en la vida cotidiana.
Notas:
Ver Camino hacia Dios Tomo
I, El silencio de cuerpo, VE, Lima 1998, p.160.
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