El Papa Francisco presidió la Audiencia General de este miércoles 4 de mayo desde la Plaza de San Pedro, donde reflexionó acerca de la coherencia de la fe de los ancianos y su ejemplo hacia los jóvenes.
A continuación, el texto completo del Papa
Frrancisco:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos
días!
En el camino de catequesis sobre la vejez, hoy encontramos un personaje
bíblico de nombre Eleazar, que vivió en los tiempos de la persecución de
Antíoco Epífanes. Su figura nos entrega un testimonio de la relación especial
que existe entre la fidelidad de la vejez y el honor de la fe. Quisiera
hablar precisamente del honor de la fe, no solo de la coherencia, del anuncio,
de la resistencia de la fe. El honor de la fe se encuentra periódicamente
bajo la presión, también violenta, de la cultura de los dominadores, que
trata de envilecerla tratándola como un hallazgo arqueológico, vieja
superstición, terquedad anacrónica.
La historia bíblica – hemos escuchado un pasaje, aunque es bonito leerlo
entero – narra el episodio de los judíos obligados por un decreto del rey
a comer carnes sacrificadas a los ídolos. Cuando es el turno de Eleazar, que
era un anciano muy estimado por todos, los oficiales del rey le aconsejan
que haga una simulación, es decir que finja comer la carne sin hacerlo
realmente. Hipocresía, hipocresía religiosa, que hay tanta. Hipocresía
clerical, que hay tanta. Así Eleazar se habría salvado, y – decían aquellos –
en nombre de la amistad habría aceptado su gesto de compasión y de afecto. La salida
hipócrita. Después de todo – insistían – se trataba de un gesto mínimo, hacer
como si comiera pero sin comer, un gesto insignificante.
La respuesta tranquila y firme de Eleazar se basa en un argumento que
nos llama la atención. El punto central es este: deshonrar
la fe en la vejez, para ganar unos cuantos días, no es comparable con la
herencia que esta debe dejar a los jóvenes, durante enteras generaciones
futuras. Un anciano que ha vivido en la coherencia de la propia fe
durante toda la vida, y ahora se adapta a fingir el repudio, condena a la
nueva generación a pensar que toda la fe haya sido una ficción, una cubierta
exterior que se puede abandonar pensando que se puede conservar en la
propia intimidad. No es así, dice Eleazar. Tal comportamiento no honra la
fe, ni tampoco frente a Dios. Y el efecto de esta banalización exterior
será devastador para la interioridad de los jóvenes.
Es precisamente la vejez la que aparece aquí como el lugar decisivo e
insustituible de este testimonio. Un anciano que, a causa de su
vulnerabilidad, aceptara considerar irrelevante la práctica de la fe, haría
creer a los jóvenes que la fe no tiene ninguna relación real con la vida. Esta
les aparecería a ellos, desde su inicio, como un conjunto de comportamiento
que, si es necesario, pueden ser simulados o disimulados, porque ninguno
de ellos es tan importante para la vida, pero está la coherencia de este
hombre que piensa en los jóvenes, que piensa en la herencia futura y piensa en
su pueblo. Y esto es bonito para vosotros los ancianos.
La antigua gnosis heterodoxa, que fue una insidia muy poderosa y muy
seductora para el cristianismo de los primeros siglos, teorizaba
precisamente esto: que la fe es una espiritualidad,
no una práctica; una fuerza de la mente, no una forma de vida. La
fidelidad y el honor de la fe, según esta herejía, no tienen nada que ver con
los comportamientos de la vida, las instituciones de la comunidad, los
símbolos del cuerpo. La seducción de esta perspectiva es fuerte, porque interpreta,
a su manera, una verdad indiscutible: que la
fe nunca se puede reducir a un conjunto de normas alimenticias o de
prácticas sociales. La fe es otra cosa.
El problema es que la radicalización gnóstica de esta verdad anula el realismo
de la fe cristiana. Porque la fe cristiana es realista, no es solamente decir
el Credo, es pensar el Credo y decir el Credo, y hacer el Credo. Actuar con las
manos. Sin embargo, esta propuesta gnóstica finge que lo importante es que tú
dentro tengas la espiritualidad y luego puedas hacer lo que quieras. Y esto no
es cristiano, y la primera herejía de los gnósticos, que está muy de moda
ahora, en tantos centros de espiritualidad y demás. Y vacía también su
testimonio, que muestra los signos concretos de Dios en la vida de la
comunidad y resiste a las perversiones de la mente a través de los gestos
del cuerpo.
La tentación gnóstica, que es una de las herejías de las desviaciones
religiosas de este tiempo, siempre permanece actual. En muchas tendencias
de nuestra sociedad y de nuestra cultura, la práctica de la fe sufre una
representación negativa, a veces en forma de ironía cultural, a veces con una
marginación oculta. La práctica de la fe para estos gnósticos, que ya existían
en el tiempo de Jesús, es considerada como una exterioridad inútil e
incluso nociva, como un residuo anticuado, como una superstición enmascarada.
En resumen, una cosa para ancianos. La presión que esta crítica
indiscriminada ejerce en las jóvenes generaciones es fuerte. Cierto, sabemos
que la práctica de la fe se puede convertir en una exterioridad sin alma. Este
es el otro peligro, el contrario. Pero en sí misma no lo es en absoluto.
Quizá nos corresponde precisamente a nosotros los ancianos devolver a la fe
su honor. Hacerla coherente, la coherencia hasta el final. La práctica de
la fe no es el símbolo de nuestra debilidad, sino más bien el signo de su
fuerza. Ya no somos niños. ¡No bromeamos cuando nos
pusimos en el camino del Señor!
La fe merece respeto y honor hasta el final: nos
ha cambiado la vida, nos ha purificado la mente, nos ha enseñado la
adoración de Dios y el amor del prójimo. ¡Es una bendición para todos!
Pero toda la fe, no una parte. No cambiaremos la fe por unos cuantos días
tranquilos. Coherente hasta el final, como Eleazor, que va mártir así.
Demostraremos, con mucha humildad y firmeza, precisamente en nuestra
vejez, que creer no es algo “de ancianos”. Y
el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas, con gusto nos
ayudará.
Queridos hermanos y hermanas, y ancianos para no decir viejos, estamos
todos en el mismo grupo. Por favor, mirad a los jóvenes, porque ellos nos
miran. No olviden esto. Me viene a la cabeza la película del fin de la guerra
tan bonita: “Los niños nos miran”. Nosotros
podemos decir lo mismo con los jóvenes. Los jóvenes nos miran, y nuestra
coherencia puede abrir un camino de vida bellísimo para ellos. Sin embargo una
hipocresía puede hacer mucho mal. Recemos unos por los
otros. Que Dios nos bendiga a todos los ancianos.
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