Que la cuaresma nos ayude a purificar nuestro corazón.
Por: Mons. Jorge Carlos Patrón Wong | Fuente:
Semanario Alégrate
¿Puede un ciego guiar a
otro ciego ? En muchas ocasiones Jesús se dirigió con
palabras fuertes a los fariseos, a quienes echaba en cara su hipocresía e
incongruencia. Llegó a señalarlos directamente como guías ciegos que provocaban
la ruina de los demás. Sin embargo, en esta ocasión palabras semejantes no van
dirigidas a los fariseos sino a todas las personas que dicen escucharlo.
El evangelio se dirige a aquellas comunidades
donde se comenzaban a presentar algunos casos de hermanos que se sentían
moralmente superiores a los demás, presumiendo de estar convertidos, y donde se
comenzaban a ostentar como guías espirituales, sintiéndose con la autoridad de
juzgar a los demás.
Es muy fácil exhibir los errores de los demás,
escondiendo las faltas propias que pueden ser todavía más delicadas. Es fácil
indignarnos a gran escala con el pecado de los demás, pero adormecer la
conciencia cuando se trata de reconocer las propias fragilidades. La figura que
utiliza Jesús, muy del estilo oriental, cuando habla de “la paja en el ojo de tu hermano y la viga que llevas”, quiere
llamar la atención sobre la desproporción que puede haber entre las pequeñeces
que se critican de los demás y las cosas graves que se toleran de sí mismo.
Jesús nos alerta a la tendencia de criticar a
los demás, sin pasar primero por la autocrítica; somos muy rápidos para
condenar, pero muy lentos para señalar nuestras propias faltas; vemos los
errores ajenos, pero somos miopes para los propios; con facilidad exhibimos las
faltas de los demás, pero ocultamos y justificamos las propias. Y algunas veces
las cosas que indignan de los demás, pueden ser menos graves que las cosas que
uno tolera y vive.
Para Jesús el problema no está en la vista que
ve con avidez y morbosidad los defectos de los demás, ni en la boca que condena
con ligereza y sin escrúpulo. El problema está en el corazón del hombre. Allí
es donde tenemos que realizar un proceso de purificación para asegurar la
pureza de la mirada en nuestra relación con el prójimo y para no adormecer la
conciencia a la hora de reconocer nuestras propias faltas.
Nuestro verdadero interés y el interés de un
guía debe ser erradicar el mal del propio corazón, para que de manera humilde y
comprensiva podamos ayudar a los demás a hacer lo mismo. Hay que curar nuestra
propia ceguera para estar en condiciones de guiar a los demás y de abrirlos a
la luz del evangelio.
Reconocer y agradecer la misericordia y la
paciencia que Dios ha tenido con nosotros debe hacernos más humildes y
caritativos para comprender a los demás y ayudarlos a levantarse de sus caídas.
Porque el que no olvida de las situaciones de las que Dios lo rescató, se porta
de manera comprensiva y misericordiosa con el que vive en el error, sin perder
la esperanza de rescatarlo para el bien.
Dice San Claudio de la Colombière: “Las personas realmente humildes nunca se escandalizan:
conocen su debilidad demasiado bien; saben que ellos mismos están tan cerca del
borde del precipicio y tienen tanto miedo de caerse que no se sorprenden al ver
que otros lo hacen”.
El tiempo de cuaresma, que iniciaremos el
próximo miércoles recibiendo el signo de la ceniza, es un tiempo de gracia y
bendición. Que la cuaresma nos ayude a purificar nuestro corazón, agradeciendo
la misericordia amorosa de Dios Padre, para que miremos a los demás con el amor
y misericordia que brotan de la experiencia de Dios. De esta forma nos
mantendremos en la alabanza humilde y gozosa recitando con el Salmo 91: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor… pregonando tu amor
cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!”.
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