viernes, 17 de agosto de 2018

PASTORES QUE SON LOBOS


ESCENARIO
De un tiempo a esta parte el escenario de la persecución se me presenta con decorados que no esperaba, no deseaba, no hubiera querido ver ni en el peor de mis sueños. Ya contaba con los perseguidores de la yihad, los radicales hindúes, los regímenes totalitarios comunistas, también con la persecución institucional Coran dixit- de las numerosas dictaduras islámicas y, por supuesto, la de algunas democracias occidentales que, con un pie en la logia y otro en la militancia liberal, gobiernan y legislan contra Dios y los suyos.
Pero en este escenario -que yo imagino como una guerra entre los secuaces del anticristo y los hijos de la luz- se me había pasado por alto un elemento que tal vez sea más siniestro que todos los que antes he citado. ¿Se había infiltrado el humo de Satanás en la Iglesia? Efectivamente, y a grandes bocanadas. Y algunos de esos lobos están haciendo más daño a las ovejas que todas las bombas de la yihad juntas. Y están causando escándalo, haciendo daño, desesperando, quién sabe si llevando a la perdición a rebaños enteros.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena. (Mt 10, 28)
Algunos de estos pastores ciegos llevan mitra y solideo. Por acción pensemos, por ejemplo, en McCarrick- y/o por omisión pensemos, por ejemplo, en todos los que sabían lo de McCarrick- están hundiendo a sus diócesis en un abismo de escándalo que hará que muchos fieles se tambaleen o se pierdan. Al fin y al cabo, la oveja es un animalillo bastante lerdo, al que sólo se le exige la confianza necesaria en su pastor, suponiendo claro que éste le llevará al pasto de la buena doctrina, a las praderas donde el Señor hace recostar a quienes le aman.
También los hay de mitra y solideo entre quienes han dejado de llamar pecado a lo que siempre lo fue, a quienes alabaron los supuestos aciertos del heresiarca Lutero pretendiendo incluso que ya no es necesario el estado de gracia, ni abrazar la fe católica, para recibir al mismísimo Cristo.
Dijo, pues, a sus discípulos: “Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.” (Lc 17, 1-3)
No necesitan que yo les enumere todos los escándalos que nos han dolido en los últimos años. Todos ustedes los tienen marcados como heridas, algunas sin cicatrizar, en su profundo y angustiado amor por la Iglesia, dolido Cuerpo de Cristo. No piensen, sin embargo, que les hablo solamente de los numerosos sobresaltos que están “aderezando” el actual papado. ¿No tienen ustedes, como yo, en la memoria, el caso de algún sacerdote de malísima doctrina a quien, en lugar de regalarle una prejubilación, simplemente se le cambia de parroquia? ¿Es muy distinta esta poca preocupación por las almas que la que empuja a un obispo a ocultar los abusos de uno de sus sacerdotes, tomando la misma cobarde determinación: el cambio de parroquia? ¿Tan poco importan las almas de la parroquia de destino del desnortado (si digo “hereje” me acusarán algunos de farisea tradicionalista…) o del abusador? ¿Por qué tanto temor al escándalo mediático y tan poco temor de Dios? ¿No es perseguir a los cristianos el poner en riesgo sus almas? Y, recuerden, perseguir a un cristiano no es otra cosa que perseguir al mismo Cristo.
Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mt 25- 40,41)
RAZONES
Van a pensar –y con razón- que me aventuro demasiado pretendiendo, desde mis pocas letras, exponer aquí las razones últimas de tan profunda crisis. Discúlpenme de antemano, corríjanme sin miedo –nos ayudarán a todos sus aportaciones en este sentido- y tómense lo que en adelante voy a decirles nada más que como el grito de un alma que eleva sus ojos al Padre buscando respuestas. Además, a buen seguro no les voy a decir nada nuevo…
Toda crisis de la Iglesia es una crisis de fe. Y lo que hoy veo en nuestra amada Iglesia es una profunda crisis de fe. No puedo no pensar que casos como el del Cardenal McCarrick solamente pueden explicarse como el inevitable comportamiento de quien ha perdido absolutamente la fe católica. No puede tener ni un gramo de fe alguien que al parecer podría haber estado durante años en situación de pecado mortal. Ni tiene fe católica quien con tranquilidad le encubre sin corregir la situación. Tampoco tiene fe católica el que trata la Eucaristía como una especie derecho de ingesta igualitario y universal no discriminatorio, a buen seguro quien así trata al Señor en la Eucaristía ya no cree que Él esté realmente presente en la misma. Transubstanciación, otra palabra delicada…
Ni qué decir tiene que, quien ha perdido la fe católica, desoye por completo la maravillosa doctrina católica sobre la gracia. De ese modo, en lugar de confiar en quien es el camino, la Verdad y la vida, desconfiando –como no podía ser de otro modo- del alcance de las fuerzas humanas desprovistas de la gracia de Dios, es natural que se negocie con el pecado. “Dios no puede pedir tanto”…y empezamos a liarla con la conciencia, el acompañamiento. La verdadera doctrina, en contra de lo que piensan los “detectores de fariseos”, es una maravillosa manifestación de la misericordia de Dios.
Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos.
En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.
Bendito eres, Señor, enséñame tus decretos.
Mis labios van enumerando todos los mandamientos de tu boca;
Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas.
Me fijo en tus mandatos, y me fijo en tus sendas;
Tus decretos son mi delicia, no olvidaré tus palabras. (Sal 119(118) 10-16)
Y, ¿de dónde nos ha venido esta pavorosa crisis de fe?  Permítanme aventurar una de las posibles razones, que es necesario traer precisamente a este blog: el horror al martirio. Hemos ido disfrazando la Verdad para congraciarnos con el mundo, hasta el punto que, en algunos casos, en lugar de evangelizar al mundo ha sido el mundo quien nos ha mundanizado. Quizás no hemos sabido identificar al enemigo. Quizás el Enemigo, en el acomodado occidente, ha abonado el terreno del apego al éxito económico, material, social…y ya no queremos sufrir por Cristo.
Ante la necesaria y anunciada persecución del mundo, no caben, como ya vimos, sino dos alternativas: los cristianos fieles son los confesores de Cristo y sus mártires, los que padecen alegremente por amor a Él la persecución, y permanecen fuertes en la Palabra divina, y por tanto en la verdad y en el bien. Por el contrario, los cristianos infieles son los pecadores y los apóstatas, es decir, aquellos que, avergonzándose de la cruz de Cristo, aceptan en su frente y en su mano –en su pensamiento y en su conducta- el sello de la Bestia, y escapan así a la persecución del mundo.
Quede claro, en todo caso, que los cristianos en este mundo han de verse necesariamente puestos a prueba por sus tres enemigos, demonio, mundo y carne. ¿Cuál será su respuesta? ¿Y cuáles serán las consecuencias de la fidelidad o de la infidelidad?
“A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos. Pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
Padre José María Iraburu. El martirio de Cristo y de los cristianos.
Por otra parte, Dios es Señor de la historia, y su providencia amorosa no nos abandona jamás. Y no está sucediendo nada que no haya sido ya anunciado.
El Catecismo de la Iglesia Católica cuando habla de “la última prueba de la Iglesia”, (¿de momento?) dice así (negritas y subrayados son míos):
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
Oigamos ahora lo que dijo la Virgen el 13 de octubre del año 1973 en Akita (Japón), en unas apariciones que fueron calificadas por el Cardenal Ratzinger, siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como “una continuación de Fátima”.
“Si los hombres no se arrepienten y se mejoran a sí mismos, el Padre infligirá un castigo terrible sobre toda la humanidad. Este será un castigo más grande que el diluvio, tal como nunca se ha visto antes. Fuego descenderá del cielo y destruirá una gran parte de la humanidad, los buenos también como los malos, sin escoger sacerdotes o fieles.
Los sobrevivientes se encontrarán tan desolados que envidiaran a los muertos. Las únicas armas que permanecerán para ustedes serán El Rosario y el Signo dejado por mi hijo. Cada uno recitará las oraciones del Rosario.
Con el rosario recen por el Papa, los Obispos y los sacerdotes.
El trabajo del demonio se infiltrará aun dentro de la Iglesia en tal forma que uno verá cardenales oponiéndose a otros cardenales, obispos en contra de obispos. Los sacerdotes que me veneren serán ridiculizados y opuestos por otros sacerdotes. Las iglesias y los altares serán saqueados. La Iglesia estará llena de aquellos que aceptan compromisos y el demonio pondrá presión sobre muchos sacerdotes y almas consagradas para que dejen el servicio del Señor.
El demonio será especialmente implacable en contra de las almas consagradas a Dios. El pensamiento de la perdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y en gravedad, ya no habrá perdón para ellos.
Recen mucho las oraciones del Rosario. Yo sola todavía puedo salvarles de las calamidades que se acercan. Aquellos que ponen su confianza en mí serán salvados”.
Esta última frase de la Virgen en Akita me hace recordar la “advertencia amorosa” de nuestra Madre en sus mensajes a Sor Lucía de Fátima: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. Recuerden que la mismísima Virgen insistía en la importancia de la consagración a Su Inmaculado Corazón-
LA TENTACIÓN DE LA DESESPERACIÓN
¿Qué podemos hacer para resistir esta prueba que está sacudiendo la fe de numerosos creyentes? Como no soy amiga de “recetas espirituales”, compartiré con ustedes lo que yo misma intento vivir, por si les fuera de alguna ayuda. Quiero decir que no se tomen esto como “10 cosas que tienes que hacer para…”. Por favor. No aguanto las recetas semipelagianas. Y menos las pelagianas.
Pidan, supliquen, demanden con todas sus fuerzas la gracia necesaria para que Dios, si es su Voluntad, nos dé hacer algo de lo que les voy a proponer a continuación:
-          Conságrense al Inmaculado Corazón de María.
-          Entreguen sus preocupaciones a nuestra amorosa Madre (si me vieran abrazada a veces a un busto de la Virgen que tenemos en casa, diciendo: “¡¡Mamá!!”…) aunque sea para dejar sus lágrimas en su manto.
-          Agárrense al Santo Rosario como si se tratara de un salvavidas.
-          Hagan suya, a modo de jaculatoria, esa frase que oímos en el Canon Romano –y que hoy en día parece pasar tan inadvertida-: “Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”. No vayamos a pensar que, como nos damos cuenta de ciertas cosas, somos ya el resto fiel que se salvará mientras los “herejes” perecen. ¡A ver si vamos a acabar de verdad siendo unos fariseos!
-          En este tiempo Satanás está poniendo a prueba nuestra confianza y nuestra esperanza. Si la desesperación les atenaza, véanla como una tentación de Satanás. Vade retro! En momentos de tentación, yo suelo rezar la oración al Arcángel San Miguel (Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, etc.)
-          No se dejen agobiar por quienes pretenden que los católicos debemos mostrarnos siempre con una alegría que debe evidenciarse en una perpetua sonrisa. Recuerden que Cristo, en Gestemaní, sudó sangre. Una cosa es la paz interior, fruto de la confianza en su Sagrado Corazón, y otra sonreír todo el tiempo. Si quieren llorar, lloren. También el regazo de “Mamá”, es el mejor sitio para esas lágrimas. Abracen ustedes también la cruz y quédense “de guardia”, con la Virgen, en el Calvario.
-          CRUX, VIRGO…ET HOSTIA. SEAN ADORADORES.
Permítanme también decirles que no estoy totalmente de acuerdo con quienes dicen simplemente  –citando a un gran santo, lo sé- que “lo que no da paz, no es de Dios” para referirse al pasmo (y, por qué no, cabreo) que nos producen los acontecimientos, recomendando una “sana ignorancia” de cuanto sucede. Es esta una cuestión delicada que por supuesto debe discernirse en la oración y la dirección espiritual, pero diría que en algunos casos, por vivir en esa ignorancia, se pierde mucha necesaria oración. Quizás necesitamos repasar lo que de las pasiones dice Santo Tomás: no son buenas ni malas. Todo depende de su objeto. Ya nos mostró el Señor una “santa ira” en el Templo…
Por otra parte, se pone un excesivo énfasis en la paz, entendida a veces como tranquilidad, como signo de una buena o mala situación espiritual. El reto espiritual al que hoy muchos nos enfrentamos es cómo enfrentar la realidad que nos ha tocado vivir sin perder la fe. Lo de la paz…si toca Getsemaní, toca sufrir y llorar, pero con la confianza puesta en el Padre. Vivir la filiación divina da muchísima paz. Aunque nos ahoguemos en lágrimas.
 Quizás algo de lo que les he propuesto antes pueda ayudarles. A mí me ayuda. Si quieren proponer más, adelante. En cualquier caso, digamos con la liturgia: “Danos, Señor, luz para ver Tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla”.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, Virgen gloriosa y bendita.
María Arratíbel

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