lunes, 27 de agosto de 2018

AL AMPARO DEL ALTÍSIMO NO TEMO EL ESPANTO NOCTURNO


Queridos amigos:
Les escribo hoy desde el Monasterio de la Oliva, móvil en mano, de modo que les pido disculpas de antemano por el formato que pueda dar a este artículo.
Desde que supe de Dios ya no veo casualidades. Una no casualidad que me sucedió ayer mismo fue que había programado ya un muy breve retiro en este querido Monasterio y, “casualmente", mi estancia dio comienzo sólo unas horas después de que se publicara la carta de Viganó. Como ustedes, me había quedado con el alma encogida. Con esa “arruga interior” me vine al Monasterio…
Hacía años que no venía aquí a retirarme. Es este un lugar queridísimo porque aquí me regaló Dios gritarme su existencia, y aquí di mis primeros pasos en la fe. Nunca agradeceré lo suficiente a esta comunidad monástica su valiosa oración escondida. Confiad…por cada monasterio tenemos un pulmón exhalando alabanzas, súplicas, cánticos.
Les decía que me vine con una sombra. Y les quiero contar que encontré consuelo. A veces no tengo palabras para Dios. No sé qué decir, cómo pedir socorro, ni siquiera sé por dónde empezar a pedir. Y me encuentro entonces con la liturgia.
Desde el primer salmo de vísperas supe que el mismísimo Espíritu Santo gemía en mí con palabras inefables. Todos los versículos eran mi súplica, mi alabanza, mi grito y también mi confianza. Dios me daba Su Palabra para hablarle. Rezad por mí. Una y otra vez me propongo ser fiel al menos a los laudes pero demasiados días se me quedan en la lavadora o camino del colegio, con nuestros niños…en fin. Alguna vez acaba el día con las completas. Algo es algo.
Supongo que fue espeluznante vivir en una Iglesia con tres papas. No sé si más o menos espeluznante que la que nos está cayendo hoy encima. En cualquier caso este es el tiempo que Dios me ha dado vivir. Un tiempo en el que Satanás, como un brujo ante su marmita, está removiendo en la Iglesia con su enorme cuchara roñosa, degustando con placer un sopicaldo en el que se remojan, placenteras, almas consagradas que parecen haber olvidado la fe, desde la primera catequesis con sus diez mandamientos hasta el último tomo de la Summa. Hay también miles de almas consagradas que lloran esos pecados, y llorarán en tanto no se apague el fuego. Consuelo, reparación son esas lágrimas. Gracias, gracias por vuestra fidelidad.
Y está Dios mismo. El que es. La Santísima Trinidad. Cristo glorioso. La Virgen Santísima.
El Señor es mi refugio. La liturgia el lenguaje que no sé pronunciar.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Al amparo del Altísimo no temo el espanto nocturno.
(Por favor, busquen y recen el salmo 90. El móvil no me deja copiarlo aquí.. )
María Arratíbel

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