lunes, 27 de agosto de 2018

LA TRANSMISIÓN DE LA FE EN EL POSTMODERNISMO: EN Y DESDE LA FAMILIA


Vamos a hablar sobre la transmisión de la fe. Me refiero a los hijos, a otros parientes, a los amigos, vecinos y colegas: a todos los que entran en una casa alegre y abierta; en una casa abierta a personas de todo tipo y condición, de todos los colores y de todas las creencias.

Sumario
Introducción
I. El ambiente actual:
1. La época del postmodernismo
2. Actitud ante los cambios culturales
II. La personalidad de quien habla:
1. Ser y parecer
2. Identidad cristiana y autenticidad
3. Serenidad
4. Amor y confianza
III. Hablar sobre la fe:
1. Una búsqueda común
2. Aprender de todos
3. Tomar en serio las necesidades y los deseos humanos
4. Ir a lo esencial
5. Un lenguaje claro y sencillo
6. Un lenguaje existencial
– Nota final.

Introducción
Vamos a hablar sobre la transmisión de la fe. Me refiero a los hijos, a otros parientes, a los amigos, vecinos y colegas: a todos los que entran en una casa alegre y abierta; en una casa abierta a personas de todo tipo y condición, de todos los colores y de todas las creencias.

Quiero empezar nuestra reflexión con una escena que nos presentó Nietzsche hace más de cien años. En su libro “La gaya ciencia”, este filósofo tan perspicaz hizo gritar a un hombre loco: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!… ¿A dónde se ha ido Dios?» …

Os lo voy a decir… «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le hemos matado!… Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos». … Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y le miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos, y se apagó. «Vengo demasiado pronto —dijo entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres» [1].

Hoy, un siglo más tarde, podemos constatar que este “enorme suceso” sí ha llegado a los oídos de gran parte de nuestros contemporáneos, para los que “Dios” no es nada más que una palabra vacía. Se habla de un actual analfabetismo religioso”, de una ignorancia incluso de los conceptos más básicos de la fe [2].

Algunos se han preguntado si un niño, que no conoce la palabra “gracias”, puede estar agradecido: porque el lenguaje no sólo expresa lo que pienso, también lo detiene. En todo caso, lo determina muy profundamente. Podemos comprobarlo en los diferentes idiomas. Hablar chino o francés, no quiere decir simplemente, cambiar una palabra por otra, sino tener otros esquemas mentales y percibir el mundo según las circunstancias de cada lugar. Algunas tribus de Siberia, por ejemplo, tienen muchas palabras distintas para la “nieve” (dependiendo de si es blanca o gris, dura o blanda, nueva o antigua), mientras que los pueblos árabes disponen de un sinnúmero de palabras para “caballo”. Si se tiene esto en cuenta, se puede comprender que Carlos V afirmó: Cuantos idiomas hablo, tantas veces soy hombre“.

Con respecto al tema religioso, podemos concluir: si vivo en un mundo secularizado e ignoro el lenguaje de la fe, es humanamente imposible llegar a ser un cristiano.

I. EL AMBIENTE ACTUAL
Si queremos hablar sobre la fe, es preciso tener en cuenta el ambiente en el que nos movemos. Tenemos que conocer el corazón del hombre de hoy —con sus dudas y perplejidades—, que es nuestro propio corazón, con sus dudas y perplejidades.

1. La época del postmodernismo.-
Tenemos, generalmente, muchos ídolos, por ejemplo, la salud, el “culto al cuerpo”, la belleza, el éxito, el dinero o el deporte; todos ellos adquieren, en circunstancias, rasgos de una nueva religión. Chesterton dice: Cuando se deja de creer en Dios, ya no se puede creer en nada, y el problema más grave es que, entonces, se puede creer en cualquier cosa.

Y, realmente, a veces parece que cualquier cosa es más creíble que una verdad cristiana. Mis alumnos de las Facultades civiles, por ejemplo —estudiantes de derecho o de químicas— hablan, con muy buena voluntad, de la “reencarnación” de Cristo (que tuvo lugar hace 2000 años): al parecer, la palabra “reencarnación” les es mucho más familiar que la palabra “encarnación”. Observamos la influencia del budismo y del hinduismo en Occidente. ¿Por qué ejercen una atracción tan fuerte? Parece que se desea lo exótico, lo “liberal”, algo así como una “religión a la carta”. No se busca lo verdadero, sino lo apetecible, lo que me gusta y me va bien: un poco de Buda, un poco de Shiva, un poco de Jesús de Nazaret.

En épocas anteriores, la vida era considerada como progreso. Hoy, en cambio, la vida es considerada como turismo: no hay continuidad, sino discontinuidad; caminamos sin una dirección fija. El lema de un motorista lo expresa muy bien: “No sé adónde voy, pero quiero llegar rápidamente allí”. En la literatura se habla de la “oscuridad moderna”, del “caos actual”.

“El hombre moderno es un gitano”, se ha dicho con razón. No tiene hogar: quizá tiene una casa para el cuerpo, pero no para el alma. Hay falta de orientación, inseguridad, y también mucha soledad. Así, no es de extrañar que se quiera alcanzar la felicidad en el placer inmediato, o quizá en el aplauso. Si alguien no es amado, quiere ser al menos alabado.

Tal vez, todos nos hemos acostumbrado a no pensar: al menos, a no pensar hasta el final. Es el llamado pensamiento débil. Vivimos en una época en la que tenemos medios cada vez más perfectos, pero los fines están bastante perturbados.

A la vez, podemos descubrir una verdadera “sed de interioridad”, tanto en la literatura como en el arte, en la música y también en el cine. Cada vez más personas buscan una experiencia de silencio y de contemplación; al mismo tiempo, están decepcionados del cristianismo que, en muchos ambientes, tiene fama de no ser nada más que una rígida “institución burocrática”, con preceptos y castigos. 

Otras personas huyen de la Iglesia por motivos opuestos: la predicación cristiana les parece demasiado “superficial”, muy “lighf”, sin fundamento y sin exigencias rigurosas. No buscan lo “liberal”, sino todo lo contrario: buscan lo “seguro”. Quieren que alguien les diga con absoluta certeza cuál es el camino hacia la salvación, y que otro piense y decida por ellos: ahí tenemos el gran mercado de las sectas [3].

Vivimos en sociedades multiculturales, en las que se puede observar simultáneamente los fenómenos más contradictorios. Algunos intentan resumir todo lo que nos pasa en una única palabra: postmodernismo. El término indica que se trata de una situación de cambio: es una época que viene “después” del modernismo y “antes” de una nueva era que todavía no conocemos. (Los adeptos de New Age se han apropiado del nombre: según ellos, ya estaríamos en esta nueva época, pero —a mi modo de ver— se trata de un error: ellos son simplemente “postmodernos”).

El postmodernismo es una era limitada que indica el fracaso del modernismo. Se la puede comparar con la “postguerra” —el tiempo difícil después de una guerra—, que es la preparación para algo nuevo. Y se la puede relacionar también con el período “postoperatorio”, en el que una persona convalece de una cirugía, antes de retomar sus actividades normales.

Parece, realmente, que vivimos un cambio de época: estamos entrando en una nueva etapa de la humanidad. Y las novedades reclaman un nuevo modo de hablar y de actuar.

2. Actitud ante los cambios culturales.-
¿Cómo conviene hablar sobre la fe en este desconcierto? Antes que nada, nos pueden ayudar unas reflexiones de Romano Guardini que no han perdido nada de su actualidad. En sus Cartas desde el lago de Como, este gran escritor cristiano habla sobre su inquietud con respecto al mundo moderno. Se refiere, por ejemplo, a lo artificioso de nuestra vida, escribe acerca de la manipulación a la que diariamente estamos expuestos, trata de la pérdida de los valores tradicionales y de la luz estridente que nos viene del psicoanálisis… Después de mostrar, en ocho largas cartas, una panorámica verdaderamente desesperante, al final del libro cambia repentinamente de actitud. En la novena y última carta expresa un “sí redondo” a este mundo en que le ha tocado vivir, y explica al sorprendido lector, que esto es exactamente lo que Dios nos pide a cada uno. El cambio cultural, al que asistimos, no puede llevar a los cristianos a una perplejidad generalizada [4]. No puede ser que en todas direcciones se vean personas preocupadas y agobiadas que añoran los tiempos pasados. Pues es Dios mismo quien actúa en los cambios. Tenemos que estar dispuestos a escucharle y dejamos formar por Él [5].

Quien quiere influir en el presente, tiene que amar el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, y todo su estilo de vida. “En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente”, dice Bonhoeffer. “Quien huye del presente, huye de la hora de Dios” [6].

Hoy en día, una persona percibe los diversos acontecimientos del mundo de otra forma que las generaciones anteriores, y también reacciona afectivamente de otra manera. Por esta razón, es tan importante saber escuchar [7]. Un buen teólogo lee tanto la Escritura como el periódico, alguna revista o el internet; muestra cercanía y simpatía hacia nuestro mundo [8]. Y sabe que es en las mentes y en los corazones de los hombres y mujeres que le rodean, donde puede encontrar a Dios, de un modo mucho más vivo que en teorías y reflexiones.

Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias creencias de un modo distinto que antes [9]. A este respecto comenta un escritor: No estoy dispuesto a modificar mis ideas (básicas) por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie[10].

II. LA PERSONALIDAD DE QUIEN HABLA
Para tratar sobre Dios, no sólo hace falta tener en cuenta el ambiente que nos rodea. Todavía más decisiva es la personalidad de quien habla: porque, al hablar, no sólo comunicamos algo; en primer lugar, nos expresamos a nosotros mismos. El lenguaje es un “espejo de nuestro espíritu” [11].

Existe también un lenguaje no verbal, que sustituye o acompaña nuestras palabras. Es el clima que creamos a nuestro alrededor, ordinariamente a través de cosas muy pequeñas, como son, por ejemplo, una sonrisa cordial o una mirada de aprecio. Cuando faltan los oligoelementos en el cuerpo humano, aunque sean mínimos, uno puede enfermar gravemente y morir. De un modo análogo podemos hablar de “oligoelementos” en un determinado ambiente: son aquellos detalles, difícilmente demostrables y menos aún exigibles, que hacen que el otro se sienta a gusto, que se sepa querido y valorado.

1. Ser y parecer.-
Nos conviene tomar en serio algunas de las modernas teorías de la comunicación (que, por cierto, expresan verdades de perogrullo). Estas teorías nos recuerdan que una persona transmite más por lo que es que por lo que dice. Algunos afirman incluso que el 80% o 90% de nuestra comunicación ocurre de forma no verbal.

Además, transmitimos sólo una pequeña parte de la información de modo consciente, y todo lo demás de modo inconsciente: a través de la mirada y la expresión del rostro, a través de las manos y los gestos, de la voz y todo el lenguaje corporal. El cuerpo da a conocer nuestro mundo interior, “traduce” las emociones y aspiraciones, la ilusión y la decepción, la generosidad y la angustia, el odio y la desesperación, el amor, la súplica, la resignación y el triunfo; y difícilmente engaña. San Agustín habla de un “lenguaje natural de todos los pueblos” [12].

Los demás perciben el mensaje, asimismo, sólo en parte de modo consciente, y se enteran de muchas cosas inconscientemente. Se me ha grabado una situación, en la que he comprobado esta verdad de un modo muy claro. Cuando trabajaba en una institución para personas enfermas y solitarias, algún día, un directivo entró en la habitación de un enfermo y le hablaba muy amablemente, haciéndole todo tipo de caricias. Pero cuando salió de la habitación, el enfermo me confesó que sentía mucha antipatía hacia este director. ¿Por qué? Por razones de mi trabajo me había enterado que el visitante, en realidad, despreciaba al enfermo. Quería disimularlo, pero lo expresó inconscientemente. Y, como era de temerse, el enfermo lo percibió perfectamente.

Esto quiere decir que no basta sonreír y tener una apariencia agradable. Si queremos tocar el corazón de los otros, tenemos que cambiar primero nuestro propio corazón. La enseñanza más importante se imparte por la mera presencia de una persona madura y amante. En la antigua China y en la India, el hombre más valorado era el que poseía cualidades espirituales sobresalientes. No sólo transmitía conocimientos, sino profundas actitudes humanas. Quienes entraban en contacto con él, anhelaban cambiar y crecer —y perdían el miedo a ser diferentes.
Justamente hoy es muy importante experimentar que la fe es muy humana y muy humanizante; la fe crea un clima en el que todos se sienten a gusto, amablemente interpelados a dar lo mejor de sí. Esta verdad se expresa en la vida de muchos grandes personajes, desde el apóstol San Juan hasta la Madre Teresa de Calcuta y San Josemaría Escrivá.

2. Identidad cristiana y autenticidad.-
Para hablar con eficacia sobre Dios, hace falta una clara identidad cristiana. Quizá nuestro lenguaje parece, a veces, tan incoloro, porque no estamos todavía suficientemente convencidos de la hermosura de la fe y del gran tesoro que tenemos, y nos dejamos fácilmente aplastar por el ambiente.

Pero la luz es antes que las tinieblas, y nuestro Dios es el eternamente Nuevo. No es la “vetustez” del cristianismo originario lo que pesa a los hombres, sino el llamado cristianismo burgués. Pero este cristianismo burgués no es el cristianismo advierte Congar—. Es tan sólo la encarnación del cristianismo en la civilización burguesa.” [13]. Este hecho nos permite tener una cierta porción de optimismo y de esperanza a la hora de hablar de Dios.

Un cristiano no tiene que ser perfecto, pero sí auténtico. Los otros notan si una persona está convencida del contenido de su discurso, o no. Las mismas palabras —por ejemplo, Dios es Amor— pueden ser triviales o extraordinarias, según la forma en que se digan. Esa forma depende de la profundidad de la región en el ser de un hombre, de donde proceden, sin que la voluntad pueda hacer nada. Y, por un maravilloso acuerdo, alcanzan la misma región en quien las escucha[14]. Si alguien habla desde la alegría de haber encontrado a Dios en el fondo de su corazón, puede pasar que conmueva a los demás con la fuerza de su palabra. No hace falta que sea un brillante orador. Habla sencillamente con la autoridad de quien vive —o trata de vivir— lo que dice; comunica algo desde el centro mismo de su existencia, sin frases hechas ni recetas aburridas.

Una persona asimila, como por ósmosis, actitudes y comportamientos de quienes le rodean. Así, toda actividad cristiana puede invitar a abrirse a Dios, esté o no en relación explícita con la fe. Pero también puede escandalizar a los demás, de modo que las palabras pierdan valor. Edith Stein cuenta que perdió su fe judía cuando, de niña, se dio cuenta de que, en las ceremonias de la Pascua, sus hermanos mayores sólo “hacían teatro” y no creían lo que decían.

3. Serenidad.-
Un cristiano no es, en primer lugar, una persona “piadosa”, sino una persona feliz, ya que ha encontrado el sentido de su existencia. Precisamente por esto es capaz de transmitir a los otros el amor a la vida, que es tan contagioso como la angustia.

No se trata, ordinariamente, de una felicidad clamorosa, sino de una tranquila serenidad, fruto de haber asimilado el dolor y los llamados “golpes del destino”. Es preciso convencer a los otros —sin ocultar las propias dificultades— que ninguna experiencia de la vida es en vano; Siempre podemos aprender y madurar —también cuando nos desviamos del camino, cuando nos perdemos en el desierto o cuando nos sorprende una tempestad. Gertrud von Le Fort afirma que no sólo el día soleado, sino también la noche oscura tiene sus milagros. Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación[15].

¿Cómo puede comprender y consolar quien no ha sido nunca destrozado por la tristeza? Hay personas que, después de sufrir mucho, se han vuelto comprensivos, cordiales, acogedores y sensibles frente al dolor ajeno. En una palabra, han aprendido a amar.

4. Amor y confianza.-
El amor estimula lo mejor que hay en el hombre. En un clima de aceptación y cariño, se despiertan los grandes ideales. Para un niño, por ejemplo, es más importante crecer en un ambiente de amor auténtico, sin referencias explícitas a la religión, que en un clima de “piedad” meramente formal, sin cariño. Si falta el amor, falta la condición básica para un sano desarrollo. No se puede modelar el hierro frío; pero cuando se lo calienta, es posible formado con delicadeza.

A través de los padres, los hijos deberían descubrir el amor de Dios [16]. Hace falta el “lenguaje de las obras”; es preciso vivir el propio mensaje. Lo decisivo no son las lecciones y las clases de catecismo, que vendrán más tarde. Antes, mucho antes, conviene preparar la tierra para que acoja la semilla.

En sus primeros años de vida, cada niño realiza un descubrimiento básico, que será de vital importancia en su carácter: o “soy importante, me entienden y me quieren”, o “estoy por medio, estorbo”. Cada uno tiene que hacer, de algún modo, esta experiencia de amor que nos transmite Isaías: “Eres precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero… En la palma de mis manos te tengo tatuado” [17].

Si falta esta experiencia, puede ocurrir que una persona nunca sea capaz de establecer relaciones duraderas, ni de trabajar con seriedad. Y, sobre todo, será difícil para ella creer de verdad en el amor de Dios: creer que Dios es un Padre que comprende y perdona, y que exige con justicia para el bien del hijo [18]. “La historia de la decadencia de cada varón y de cada mujer habla dé que un niño maravilloso, valioso, singularísimo y con muchas cualidades perdió el sentimiento del propio valor” [19]. Esto difícilmente se puede arreglar más tarde dando clases sobre el amor de Dios. Una persona dijo con acierto: “Lo que haces, es tan ruidoso que no oigo lo que dices”.

Muchas personas no han podido desarrollar la “confianza originaria”. Y como no la conocen, se mueven en un ambiente de “angustia originaria”. No quieren saber nada de Dios; llegan a sentir miedo y hasta terror frente al cristianismo. Porque, para ellos, Dios no es nada más que un Juez severo, que castiga y condena, incluso con arbitrariedad. No han descubierto que Dios es Amor, un Amor que se entrega y que está más interesado en nuestra felicidad que nosotros mismos.

Por eso, es tan importante creer en las capacidades de los demás y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchos hombres y mujeres que saben animar a los otros a ser mejores, a través de una admiración discreta y silenciosa. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, que, con paciencia y constancia, animan y ayudan a desarrollar.

Cuando alguien nota que es querido, adquiere una alegre confianza en el otro: comienza a abrir su intimidad. La transmisión de la fe comienza —a todos los niveles— con un lenguaje no verbal. Es el lenguaje del cariño, de la comprensión y de la auténtica amistad.

III. HABLAR SOBRE LA FE
Cuando conozco bien a otro, conozco también sus experiencias, sus heridas y sus ilusiones. Y —si hay reciprocidad en ese conocimiento— el otro sabe lo que yo he vivido, lo que me hace sufrir y lo que me da esperanza. La amistad nunca es una vía unilateral. En un clima de mutuo conocimiento es más fácil hablar de todo, también de la fe.

1. Una búsqueda común.-
Hay personas que tienen una fuerte identidad cristiana y, a pesar de ella, no logran convencer a nadie. Cuando alguien se muestra demasiado seguro, en principio, no se le acepta hoy en día. Hay un rechazo a los “grandes relatos” y también a los “portadores de la suma verdad”, porque tenemos más claro que nunca que nadie puede saberlo todo. Se habla de una pastoral “desde abajo”, no “desde arriba”, no desde la cátedra, que quiere instruir a los “pobres ignorantes”. Este modo de actuar ya no es eficaz, y quizá nunca lo fue.

Viene a la memoria lo que se cuenta del Papa Juan Pablo II. Ocurrió durante el Concilio Vaticano II. En una de las sesiones plenarias del Concilio, el entonces joven obispo Wojtyla pidió la palabra e, inesperadamente, hizo una aguda crítica al proyecto de uno de los documentos más importantes, que se había propuesto. Dio a entender que el proyecto no servía nada más que para ser echado a la papelera. Las razones eran las siguientes: En el texto presentado, la Iglesia enseña al mundo. Se coloca, por así decirlo, por encima del mundo, convencida de su posesión de la verdad, y exige del mundo que le obedezca”. Pero esta actitud puede expresar una arrogancia sublime. “La Iglesia no ha de instruir al mundo desde la posición de la autoridad, sino que ha de buscar la verdad y las soluciones auténticas de los problemas difíciles de la vida humana junto al mundo[20]. El modo de exponer la fe no debe convertirse nunca en un obstáculo para los otros.

2. Aprender de todos.-
Lo que atrae más en nuestros días, no es la seguridad, sino la sinceridad: conviene contar a los otros las propias razones que me convencen para creer, hablar también de las dudas y de los interrogantes [21]. En definitiva, se trata de ponerse al lado del otro y de buscar la verdad junto con él. Ciertamente, yo puedo darle mucho, si tengo fe; pero los otros también pueden enseñarme mucho.

Santo Tomás afirma que cualquier persona, por erróneas que sean sus convicciones, participa de alguna manera de la verdad: lo bueno puede existir sin mezcla de lo malo; pero no existe lo malo sin mezcla de lo bueno [22]. Por tanto, no sólo debemos transmitir la verdad que —con la gracia divina— hemos alcanzado, sino que estamos también llamados a profundizar continuamente en ella y a buscada allí donde puede encontrarse, esto es, en todas partes. Es muy enriquecedor, por ejemplo, conversar con judíos o con musulmanes; siempre se nos abren nuevos horizontes. Y la verdad, la diga quien la diga, sólo puede proceder de Dios [23].

Como los cristianos no tenemos conciencia plena de todas las riquezas de la propia fe, podemos (y debemos) avanzar, con la ayuda de los demás. La verdad nunca se posee entera. En última instancia, no es algo, sino alguien, es Cristo. No es una doctrina que poseemos, sino una Persona por la que nos dejamos poseer. Es un proceso sin fin, una “conquista” sucesiva.

3. Tomar en serio las necesidades y los deseos humanos.-
Podemos preguntarnos: ¿por qué esta o aquella ideología atrae a tanta gente? Ordinariamente, muestran los deseos y necesidades más hondas de nuestros contemporáneos (que son nuestros propios deseos y necesidades). La teoría de la reencarnación, por ejemplo, manifiesta la esperanza en otra vida; la meditación trascendental enseña cómo uno puede apartarse de los ruidos exteriores e interiores; y los grupos skinhead o cabezas rapadas, al igual que los punk de los años 80 (y 90), los góticos de los 90 (y del 2000) y los raperos de hoy ofrecen una solidaridad —un sentido de pertenencia— que muchos jóvenes no encuentran en sus familias.

Sin embargo, la fe ofrece respuestas mucho más profundas y alentadoras. Nos dice que todos los hombres —y en particular los cristianos— somos hermanos, llamados a andar juntos por el camino de la vida. Nunca nos encontramos solos. Cuando hablamos con Dios en la oración —que podemos hacer en cualquier momento del día—, no nos distanciamos de los demás, sino que nos unimos con quien más nos quiere en este mundo, y quien nos ha preparado a todos una vida eterna de felicidad.

Si conseguimos exponer el misterio divino desde la clave del amor, será más fácil despertar los intereses del hombre moderno. Hay intentos considerables en este sentido [24]. El Dios de los cristianos es el Dios del Amor, porque no sólo es Uno; a la vez es Trino. Como amar consiste en relacionarse con un tú —en dar y recibir—, un Dios “solo” (una única persona) no puede ser Amor. ¿A quién podría amar, desde toda la eternidad? Un Dios solitario, que se conoce y se ama a sí mismo, puede ser considerado, en el fondo, como un ser muy inquietante.

El Dios trino es, realmente, el Dios del Amor. En su interior, descubrimos una vida de donación y de entrega mutua. El Padre da todo su amor al Hijo; ha sido llamado el “Gran Amante”. El Hijo recibe este amor y lo devuelve al Padre; es el que nunca dice “no” al Amor. El Espíritu es el mismo Amor entre ambos; es el con-dilecto“, según Hugo de San Víctor: muestra que se trata de un amor abierto, donde cabe otro, donde cabemos también nosotros [25].

Estar en el mundo quiere decir: ser querido por Dios“, afirma Gabriel Marcel. Por esto, un creyente puede sentirse protegido y seguro. Puede experimentar que sus deseos más hondos están colmados.

4. Ir a lo esencial.-
Cuando hablamos de la fe, es importante ir a lo esencial: el gran amor de Dios hacia nosotros, la vida apasionante de Cristo, la actuación misteriosa del Espíritu en nuestra mente y en nuestro corazón… Tenemos que huir de lo que hacen los que quieren quitar fuerza al cristianismo: reducen la fe a la moral, y la moral al sexto mandamiento. En todo caso, conviene dejar muy claro que la Iglesia dice un sí al amor. Y para salvaguardar el amor, dice un no a las deformaciones de la sexualidad.

Benedicto XVI se ha decidido por este mismo modo de actuar. Después del “Encuentro Mundial de las Familias”, en Valencia, concedió una entrevista a Radio Vaticano, en la que le preguntaron: “Santo Padre, en Valencia, usted no ha hablado ni del aborto, ni de la eutanasia, ni del matrimonio gay. ¿Correspondió a una intención?”. Y el Papa respondió: Claro que sí… Teniendo tan poco tiempo no se puede comenzar inmediatamente con lo negativo. Lo primero es saber qué es lo que queremos decir, ¿no es así? Y el cristianismo… no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Es muy importante que esto se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi completamente. Se ha hablado mucho de lo que no está permitido, y , ahora hay que decir: Pero nosotros tenemos una idea positiva que proponer… Sobre todo es importante poner de relieve lo que queremos[26].

5. Un lenguaje claro y sencillo.-
Cuando era estudiante en Colonia, tuve que preparar, en una ocasión, un trabajo largo y difícil para un seminario de la Universidad. Antes de entregarlo al profesor, lo enseñé a un compañero mayor, que lo leyó con interés, y después me dio un consejo amistoso que nunca he olvidado: “Está bien —me comentó—. Pero si quieres tener una nota buena, tienes que decir lo mismo de un modo mucho más complicado”.

Así somos. A veces, confundimos lo complicado con lo inteligente, y olvidamos que Dios —la suma verdad— es, a la vez, la suma sencillez. El lenguaje de la fe habla con llaneza sobre realidades inefables. “Prefiero decir cinco palabras con sentido para instruir, que diez mil en lenguajes no inteligibles”, advierte San Pablo [27].

Se pueden usar imágenes para acercar el misterio trinitario a nuestro espíritu. (En la sencillez de las imágenes encontramos más verdad que en los grandes conceptos). Una de las más corrientes es la del sol, su luz y su calor; o también la fuente, el río y el mar, comparación muy apreciada por los Padres griegos [28]. (Como los Padres de la Iglesia se expresan muchas veces en imágenes, su teología es siempre moderna). Se pueden buscar también anécdotas, citas de la literatura o escenas de películas. En tiempos del Vaticano II, los expertos fueron invitados a hablar en un lenguaje accesible: Que se abandone todo idioma exangüe y árido, la disección cargada de afirmaciones conceptualistas, para emprender un lenguaje más vivo y concreto, a semejanza de la Biblia y de los antiguos Padres. Que se abandone la sobrecarga de discusiones secundarias y de \\’cuestiones\\’ de mera curiosidad… Dirigir a alguien un discurso abstruso, dificilmente inteligible… tiene algo de ultrajante e irrespetuoso, tanto para la verdad como para la persona que tiene derecho a comprender[29].

Quien no entiende lo que está diciendo otra persona, no puede expresar sus dudas, no puede investigar libremente por cuenta propia. Depende del otro, y fácilmente puede ser manipulado por él.

6. Un lenguaje existencial.-
Asimismo, el otro tiene derecho a conocer toda la verdad. Si reprimimos una parte de la fe, creamos un ambiente de confusión, y no prestamos una ayuda auténtica al otro. Daniélou lo dice claramente: La condición básica de un diálogo sincero con un no cristiano es decide: tengo la obligación de depirte que un día te encontrarás con la Trinidad [30].

Es preciso explicar a los demás la propia fe tan clara e íntegramente como sea posible [31]. Con ello, por otro lado, ganamos en sinceridad en cualquier relación humana: queremos dar a conocer la propia identidad, es decir, en nuestro caso, la identidad cristiana. El otro quiere saber quién soy yo. Si no hablamos, cuidadosamente, sobre todos los aspectos de la fe, los otros no podrían aceptamos tal como somos en realidad, y nuestra relación se tomaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería.

Pero no sólo queremos dar a conocer el propio proyecto vital. Tenemos el deseo de animar a los otros a dejarse encantar y conquistar por la figura luminosa de Cristo.

Aquí se manifiesta el carácter existencial y dinámico del lenguaje sobre la fe, que invita a los demás a entrar, poco a poco, en la vida cristiana, que es diálogo e intimidad, correspondencia al amor y, al mismo tiempo, una gran aventura, «la aventura de la fe».

NOTA FINAL.-
Creer en Dios significa, caminar con Cristo -en medio de todas las luchas que tengamos- hacia la casa del Padre [32]. Pero, para ello, de poco sirven los esfuerzos, y menos aún los sermones. Nuestro lenguaje es muy limitado. La fe es un don de Dios, y también lo es su desarrollo. Podemos invitar a los otros a pedirla, junto con nosotros, humildemente de lo alto. La meta de nuestro hablar de Dios consiste en llevar a todos a hablar con Dios. Incluso Nietzsche, que combatió el cristianismo durante largas décadas, hizo al final de su vida un impresionante poema “Al Dios desconocido”, que puede considerarse una verdadera oración: “Vuelve a mí, ¡con todos tus mártires! Vuelve a mí, ¡al último solitario! Mis lágrimas, a torrentes, discurren en cauce hacia Ti, y encienden en mí el fuego de mi corazón por Ti. ¡Oh, vuelve, mi Dios desconocido! Mi dolor, mi última suerte, ¡mi felicidad!” [33].

Notas
[1] F. NIETZSCHE, La gaya ciencia (1887), Palma de Mallorca 1984, n.255.
[2] Cfr. Las estadísticas publicadas por J. FL YNN, Analfabetismo religioso, en “Zenit” (Agencia Internacional de Información de Roma), 3-V-2007.
[3] Cfr. M. GUERRA, Historia de las religiones, Pamplona 1980, vol. 3.
[4] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et Spes (=GS), n. 4.
[5] R. GUARDINI, Cartas del lago de Como, San Sebastián 1957.
[6] D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen, Meditation en I,1984, pp. 196-202.
[7] Cfr. Y. CONGAR, Situación y tareas de la teología de hoy, Salamanca 1970: “Si la Iglesia quiere acercarse a los verdaderos problemas del mundo actual, debe abrir un nuevo capítulo de epistemología teológico-pastoral. En vez de partir solamente del dato de la revelación y de la tradición, como ha hecho generalmente la teología clásica, habrá que partir de hechos y problemas recibidos del mundo y de la historia. Lo cual es mucho menos cómodo; pero no podemos seguir repitiendo lo antiguo, partiendo de ideas y problemas del siglo XIII o del siglo XIV. Tenemos que partir de las ideas y los problemas de hoy, como de un dato nuevo, que es preciso ciertamente esclarecer mediante el dato evangélico de siempre, pero sin poder aprovechamos de elaboraciones ya adquiridas en la tranquilidad de una tradición segura“. pp. 89 y ss.
[8] El Concilio cambia el modo habitual de la reflexión teológica y comienza a contemplar el mundo de hoy, con sus desequilibrios, temores y esperanzas; se abre a los signos de los tiempos. “El pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios”. GS, 11 y 44; cfr. 4-10. Cfr. JUAN XXIII, Bula Humanae salutis (25-XII-196l), por la que el Papa convocaba el Concilio Vaticano II. IDEM, Encíclica Pacem in terris (1l-IV-1963), 39.
[9] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Unitatis redintegratio, 6.
[10] J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8ª ed., Madrid 1988, p. 42.
[11] Cfr. E. SCHOCKENHOFF, Zur Lüge verdammt, Freiburg 2000, p. 73.
[12] SAN AGUSTÍN, Confesiones 1,8. A la vez, la expresión de los sentimientos está modalizada por la cultura. Comprender el valor expresivo de un gesto, de una mirada o de una sonrisa, indica que se está dentro de una determinada cultura.
[13] J. DANIÉLOU, El misterio de la historia. Un ensayo teológico, San Sebastián 1963, pp.39s.
[14] S. WEIL, Gravity and Grace, New York 1952, p. 117.
[15] Gertrud von Le Fort, Unser Weg durch die Nacht, en Die Krone der Frau, Zürich 1950, pp. 90 y ss.
[16] Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 14 y 36.
[17] Is 43,1-4; 49,15-16.
[18] En esta línea se explica, en parte, el fenómeno de la teología feminista radical. ¿Por qué hay tantas personas que ya no quieren hablar de “Dios Padre”? No hay pocas a las que es imposible dirigirse a Dios como “Padre”, porque han tenido experiencias desagradables con sus propios padres.
[19] Cfr. J. BRADSHAW, Das Kind in uns, München 1992, p. 66.
[20] M. MALINSKI; A. BUJAK, Juan Pablo II: historia de un hombre, Barcelona 1982, p. 106. En ciertas situaciones, sin embargo, la Iglesia debe enseñar con autoridad, pero sin “autoritarismo”, es decir, con autoridad y humildad.
[21] Se habla también de una “teología narrativa” que intenta descubrir la acción del Espíritu en el mundo, a través de acontecimientos y hechos concretos. Algunos autores cuentan su propia vida (Cfr. J. SUDBRACK, Gottes Geist ist konkret. Spiritualitat im christlichen Kontext, Würzburg 1999, pp.3-31), otros toman ejemplos de la literatura o de la historia para ilustrar cómo Dios actúa en todos los acontecimientos (Cfr. V. CODINA, Creo en el Espíritu Santo. Pneumatología narrativa, cit., pp.11-27 y pp.179-185). La pneumatología narrativa se convierte a veces en hagiografía. El hecho de que algunos grandes santos se convirtieron con la lectura de vidas de otros santos es significativo. Así, por ejemplo, Edith Stein descubrió la fe leyendo la “Autobiografía” de Teresa de Jesús. Rans Urs von Ba1thasar y René Laurentin han empezado, entre otros, a hacer una teología a partir de los santos que tienen un mensaje muy concreto para sus contemporáneos y las generaciones posteriores (Cfr. R.U. VON BALTHASAR, Thérese de Lisieux. Geschichte einer Sendung, Koln 1950. R. LAURENTIN, Vie de Bernadette, París 1978. IDEM, Vie de Catherine Labouré, Paris 1980).
[22] “Bonum potest inveniri sine malo; sed malum non potest inveniri sine bono“. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-IIae q. l09, a.1, ad 1.
[23] “Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est“. Ibid cfr. IDEM, De veritate, q. 1, a.8.
[24] Cfr. BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est (25-XII-2005).
[25] Cfr. SAN AGUSTÍN: “He aquí que son tres: el Amante, el Amado y el Amor.” De Trinitate, VIII,10,14: PL 42,960.
[26] Cfr. BENEDICTO XVI, Entrevista concedida a Radio Vaticano y a cuatro cadenas de televisión alemanas con motivo de su próximo viaje a Alemania, Castelgandolfo 5-VIII-2006.
[27] 1 Co 14,19.
[28] Se trata evidentemente de imágenes muy imperfectas que reclaman cada vez más explicaciones.
[29] G. PHILIPS, Deux tendances dans la théologie contemporaine, en Nouv. Rev. Théol (1963/3), p. 236.
[30] J. DANIÉLOU, Mitos paganos, misterio cristiano, Andorra 1967, p.123.
[31] Llegará el momento en que se pueda introducir —cuidadosamente— algunos términos “técnicos” —como persona, relación o naturaleza—, que se han utilizado a la hora de formular los grandes dogmas. La teología —como cualquier ciencia— tiene una terminología muy precisa de la que no podemos prescindir. Muchas palabras de las fórmulas dogmáticas proceden del ámbito filosófico; tras una larga historia de disputa entre fe y filosofía, llegaron a ser expresión específica de lo que la fe puede decir sobre sí misma. Por lo tanto, esas palabras no son solamente el lenguaje del platonismo, del aristotelismo o de cualquier otra filosofía, sino que pertenecen al lenguaje propio de la fe. Ciertamente, la revelación es superior a todas las culturas. Pero al transmitir la Buena Nueva de Cristo, se transmite también algo de cultura.
[32] Cfr. Flp 3,20.
[33] Cfr. F. NIETZSCHE, en F. WÜRZBACH (ed.), Das Vermiichtnis Friedrich Nietzsches, Salzburg-Leipzig 1940.

Jutta Burggraf

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