viernes, 29 de junio de 2018

(276) LOS MANDAMIENTOS EN VERITATIS SPLENDOR



Frente a la ideosincrasia personalista, que suele explicar los Mandamientos en clave de diálogo, la encíclica de San Juan Pablo II Veritatis splendor de 1993, los presenta como lo que son, Mandamientos. Sin falsas dicotomías fenomenológicas.
Los personalismos posmodernos, en sintonía con la ética globalista del nuevo orden mundial, contextualizan el Decálogo en un marco democratizante o semipelagiano que maximiza la autonomía humana. Los reinterpreta en clave hegeliana, al servicio del principio de autodeterminación como guía, ideal, diálogo, propuesta, invitación, inspiración, más que como propiamente Mandamientos.
Son minusvalorados en cuanto tienen de deberes, como si por sí mismos dificultaran la experiencia personal y amorosa con Dios. La ley, se dice, no está antes que la fe, como diciendo que el Decálogo es sólo para creyentes.
Los personalismos posmodernos suelen presentar, también, la vida cristiana, como vida de liberación, pero no como vida en la ley moral por la gracia. Su concepto de libertad es la libertad negativa moderna.
Es común, entre los humanismos surgidos del rompimiento de la Cristiandad, considerar los mandamientos como obligaciones convencionales, compromisos arbitrarios, normas positivistas, pesadas, que aplastan el amor.
Del Decálogo se dice que si libera del egoísmo es por el amor de Dios, no por sus preceptos. La salvaguarda de la ley natural es relacionada con la voluntad, no con la salvación ni el amor.
Opina el pensamiento moderno que primero es la memoria de los dones divinos, y después la obediencia, como si los Mandamientos, en clave nominalista, sólo obligaran a los creyentes, cual normas de uso interno desligadas de la naturaleza humana y del plan creador.
Es común, también, opinar que la centralidad del Decálogo no expresa una espiritualidad filial, sino una moral de esclavos, como decía Nietzsche, considerando la ley moral siempre bajo la óptica de la servidumbre.

LOS MANDAMIENTOS EN VERITATIS SPLENDOR
Veritatis splendor 11, sin embargo, fiel a la Tradición cristiana, no establece falsas dicotomías entre guardar los Mandamientos y pertenecer a un Pueblo ya liberado de la esclavitud:
«Mediante la moral de los mandamientos se manifiesta la pertenencia del pueblo de Israel al Señor» 
El Décalogo es presentado en el punto 12 como un signo de liberación y de alianza:
«La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva […] para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jr 17, 1). Entonces será dado “un corazón nuevo” porque en él habitará “un espíritu nuevo", el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28)»
Lejos de establecer una separación artificial entre salvación y Mandamientos, Veritatis splendor 12 establece su íntima y vivificante conexión: «se enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; él mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación.»
Tampoco reconoce fractura entre deberes para con Dios y reconocimiento de los dones que nos ha dado. Antes bien, son compendio de los bienes con que ha adornado a la persona: «En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son más que la refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia católica, “los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana”»
Conforme a la Tradición de la Iglesia, Veritatis splendor 13 considera los Mandamientos como una etapa primera, básica y fundamental; como una prioridad, porque tutelan bienes fundamentales de toda persona, no sólo de los creyentes:
«Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. “La primera libertad —dice san Agustín— consiste en estar exentos de crímenes…, como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta.."»
En el punto 14 se deja claro que guardar los Mandamientos no se opone al amor a Dios Padre, ni pertenece a otra dinámica espiritual, antes bien son su concreción necesaria: «Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios.»
En el párrafo 15, se explica que en las exigencias del Decálogo late el amor divino perfeccionante: «Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios —en particular, el mandamiento del amor al prójimo—, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor (cf. Col 3, 14)»
El parágrafo 15, además, muestra cómo Jesús mismo se transforma en Ley. Seguir a Jesús y seguir los Preceptos de la ley natural no es presentado con una dialéctica de ideas contrapuestas: «Jesús mismo es el “cumplimiento” vivo de la Ley, ya que él realiza su auténtico significado con el don total de sí mismo; él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da, mediante el Espíritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35).»
Es más, en el punto 16 se expone que hay una coherencia interna entre las bienaventuranzas y los Mandamientos, que lejos de oponerse, expresan la misma lógica divina: «Por otra parte, no hay separación o discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón de la montaña comienza con el anuncio de las bienaventuranzas, pero hace también referencia a los mandamientos (cf. Mt 5, 20-48). Además, el Sermón muestra la apertura y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la perfección que es propia de las bienaventuranzas. Éstas son, ante todo, promesas de las que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la vida moral. En su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él»
Veritatis splendor 18 atribuye el menosprecio de los Mandamientos a los que viven según la carne: «Quien “vive según la carne” siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad.»
La encíclica se esmera en mostrar ese anhelo sobrenatural que anida por gracia en el corazón del creyente, por el cual su alma ansía guardar los preceptos de Dios. 
Veritatis splendor, síntesis magnífica de la teología moral católica tradicional, no interpreta los mandamientos de la ley de Dios como un conjunto de normas opresivas, ni considera su centralidad un síntoma de moral de esclavos. Por el contrario, tiene muy presentes las palabras de Nuestro Señor: 
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.(Jn 14, 21)»
Alonso Gracián

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