lunes, 24 de julio de 2017

LOS DEMONIOS TIEMBLAN ANTE LA PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA

Una reflexión a partir del robo de una hostia consagrada por un grupo de satánicos.
Hace unos años, escribí sobre una experiencia poco común que tuve al celebrar la misa: una persona, atormentada por una posesión demoníaca, salió corriendo de la iglesia en el momento de la consagración. Volveré a hablar de este caso un poco más adelante.
Me acordé de este hecho por la noticia sobre un culto satánico de la ciudad de Oklahoma (EUA) que robó una hostia consagrada de una parroquia y anunció que la profanaría durante una misa negraque se realizaría ese mes de septiembre.
El arzobispo de Oklahoma, monseñor Paul Coakley, procedió con una acción judicial para impedir el sacrilegio y exigir que el grupo devolviera la propiedad robada a la Iglesia. Monseñor Coakley resaltó, durante el proceso, que la hostia sería profanada de la manera más vil imaginable, como ofrenda hecha en sacrificio a Satanás.
El portavoz del grupo satánico, Adam Daniels, declaró: “Toda la base de la ‘misa’ (satánica) es que tomamos la hostia consagrada y hacemos una “bendición” u ofrenda a Satanás. Hacemos todos los ritos que normalmente bendicen un sacrificio, que es, obviamente, la hostia del cuerpo de Cristo. Entonces nosotros, o el diablo, la volvemos a consagrar…”.
A la luz del proceso judicial, el grupo devolvió a la Iglesia la hostia consagrada que había robado. Gracias a Dios.
¿Pero usted observó lo que el portavoz satánico declaró sobre la Eucaristía? Al hablar de lo que sería ofrecido en sacrificio, él dijo: “…que es, obviamente, la hostia del cuerpo de Cristo”.
Por más grave y triste que sea este caso (no es el primero), estos satánicos explícitamente consideran que la Eucaristía católica es el Cuerpo de Cristo.
Por lo que sé, nunca ha habido intentos por parte de satánicos de robar y profanar una hostia metodista, o episcopal, o bautista, o luterana, etc. Es la hostia católica la que están buscando. Y tenemos una afirmación de la propia Escritura que es garante: “También los demonios lo creen y tiemblan” (Stg 2,19).
En otro pasaje, la Escritura habla de un hombre que vagaba en medio de la multitud y estaba atormentado por un demonio. Cuando vio a Jesús, todavía lejos, corrió hasta Él y lo adoró (Mc 5,6).
El Evangelio de Lucas cita a otros demonios que salían de muchos cuerpos poseídos y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él no les permitía hablar, porque sabían que Él era el Cristo (Lc 4,41-42).
De hecho, como puede comprobarse por muchos que ya han presenciado exorcismos, hay un poder maravilloso en el agua bendita, en las reliquias, en la cruz del exorcista, en la estola del sacerdote y en otros objetos sagrados que ahuyentan a los demonios.
Incluso así, muchos católicos y no católicos infravaloran esos sacramentales (así como los mismos sacramentos) y los utilizan de cualquier manera, con poca frecuencia o sin frecuencia alguna. Hay mucha gente, incluso católicos, que los consideran poco importantes. Pero los demonios no.
Vergonzosamente, los demonios, a veces, manifiestan más fe (aunque llena de miedo) que los creyentes que deberían reverenciar los sacramentos y los sacramentales con fe amorosa. Incluso el satánico de Oklahoma reconoce que Jesús está realmente presente en la Eucaristía. Es por eso que busca una hostia consagrada, aunque para fines tan nefastos y perversos.
Hace casi 15 años…
Todo eso me lleva de vuelta al caso real que describí anteriormente. Les presento a continuación algunos fragmentos de lo que escribí hace casi quince años, cuando estaba en la parroquia de Santa María Antigua (Old St Mary, en la capital norteamericana) celebrando la misa en latín en la forma extraordinaria.
Era una misa solemne. No era diferente de la mayoría de los domingos, pero algo muy impresionante estaba a punto de suceder
Como ustedes deben saber, la antigua misa en latín era celebrada ad orientem, o sea, orientada en dirección al oriente litúrgico. El sacerdote y los fieles quedan todos de frente hacia la misma dirección, lo que significa que el celebrante permanecía, en la práctica, de espaldas a las personas. Al llegar la hora de la consagración, el sacerdote se inclinaba con los antebrazos sobre el altar, asegurando la hostia entre los dedos.
Ese día, pronuncié las venerables palabras de la consagración en voz baja, pero de manera clara y distinguida: “Hoc est enim Corpus meum” (Este es mi Cuerpo). La campana sonó en cuanto me arrodillé.
Detrás de mí, sin embargo, hubo algún tipo de perturbación, agitación o sonidos incongruentes que provenían de los bancos de la parte delantera de la iglesia, justo detrás de mí, un poco a mi derecha. Enseguida, un gemido o gruñido.
“¿Qué fue eso?”, me pregunté. No parecían sonidos humanos, sino graznidos de algún animal grande, como un jabalí o un oso, junto a un gemido lastimero que tampoco parecía humano. Elevé la hostia y nuevamente me pregunté: “¿Qué fue eso?”. Luego, silencio. Al celebrar el antiguo rito de la misa en latín, no podía voltearme fácilmente para mirar. Pero seguí pensando: “¿Qué fue eso?”.
Llegó la hora de la consagración del cáliz. Una vez más me incliné, pronunciando claramente y con distinción, pero en voz baja, las palabras de la consagración: “Hic est enim calix sanguinis mei, novi et aeterni testamenti; mysterium fidei; qui pro vobis et pro multis effundetur em remissionem pecatorum. Haec quotiescumque feceritis in mei memoriam facietis” (Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, misterio de la fe, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía).
Entonces, volví a oír un ruido, esta vez un innegable gemido y, luego enseguida, un grito de alguien que clamaba: “¡Jesús, déjame en paz! ¿Por qué me torturas?”. Hubo de repente un ruido que parecía una pelea y alguien corrió hacia afuera, al son de un gemido como si se tratara de alguien herido. Las puertas de la iglesia se abrieron y enseguida se cerraron. Después, silencio.
CONCIENCIA
No podía voltearme para mirar porque estaba levantando el cáliz de la consagración. Pero entendí en ese mismo instante que alguna pobre alma atormentada por el demonio se había visto frente a Cristo en la Eucaristía y no había logrado soportar su presencia real, expuesta frente a todos. Me acordé de las palabras de la Escritura: “También los demonios lo creen y tiemblan” (Stg 2,19).
ARREPENTIMIENTO
Así como Santiago usó esas palabras para reprender la fe débil de su rebaño, yo también tenía motivos para la contrición. ¿Por qué, al final, un pobre hombre atormentado por el demonio era más consciente de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y quedaba más impactado con ella que yo?
Él quedó impactado en el sentido negativo y corrió lejos. Pero ¿por qué yo no me impactaba de forma positiva con la misma intensidad? Y ¿cuántos de los demás creyentes, estaban en los bancos?
Yo no dudo que todos nosotros creyéramos intelectualmente en la presencia eucarística. Pero es algo muy diferente y maravilloso si nos dejamos conmover por ella en la profundidad de nuestra alma. ¡Qué fácil es bostezar en la presencia del Divino! Y nos olvidamos de la presencia milagrosa e inefable, disponible ahí para todos.
Quiero dejar constancia de que, ese día, hace casi quince años, quedó muy claro para mí que yo tenía en mis manos al Señor de la Gloria, el Rey de los Cielos y la Tierra, el Justo Juez y el Rey de reyes de la tierra. ¿Jesús está presente en la Eucaristía? ¡Hasta los demonios lo creen!

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