martes, 25 de julio de 2017

LA TENEBROSA HISTORIA DE OKIKU: LA MUÑECA JAPONESA POSEÍDA QUE HACE RECORDAR A ANNABELLE


En el templo Mannenji de Japón se encuentra una muñeca presuntamente poseída por el espíritu de una pequeña niña fallecida.

Los sucesos de muñecas y muñecos infantiles que adquirieron vida propia no son tan raros como podría creerse. A los conocidos casos de la muñeca Ann Annabelle (que permanece actualmente en el museo de Horror de los Warren en Estados Unidos) o el muñeco de paja Robert -que inspiró la película “Chucky”-, existen otros casos de juguetes malditos o poseídos.
En Japón, tierra de mitos, fantasmas y criaturas extrañas, ocurrió hace más de ocho décadas el increíble caso de Okiku, la muñeca poseída presuntamente por un espíritu y cuyo cabello no para de crecer. La historia de este sobrenatural juguete se relaciona con una pequeña niña japonesa llamada Kikuko Suzuki, de tres años de edad, quien en 1932 contrajo una grave enfermedad que la obligó a guardar cama durante algunos meses.
Durante su convalecencia, el hermano mayor de Kikuko, Eikichi Suzuki, de 17 años, visitó la ciudad de Hokkaido (Sapporo), lugar donde le compró un regalo a su pequeña hermana enferma. Se trataba de una simpática e inofensiva muñeca que media unos 40 cms. de alto, tenía un pelo negro cortado a la altura de los hombros y vestía con un kimono tradicional japonés. Sus ojos, además, parecían perlas negras dentro de una cara blanca de porcelana hiperrealista. En cuanto Eikichi vio la muñeca, supo inmediatamente que parecía hecha especialmente para su hermana; por ello, la compró de inmediato.
Cuando Kikuko recibió la muñeca de manos de su hermano no volvió a separarse de ella. De inmediato la bautizó con el nombre de Okiku, jugaba a diario con ella, la cuidaba a conciencia para que no sufriese daños y le hablaba en los típicos juegos infantiles que suelen jugar las niñas de corta edad. No obstante, con el paso del tiempo la salud de Kikuko comenzó a empeorar. Tanto, que, en enero de 1933, la niña falleció tras pasar algo más de cinco meses postrada en su cama, acompañada a diario por su inseparable muñeca.
Como era costumbre en Japón, el día de la cremación del cadáver de Kikuko sus familiares colocaron los objetos que la niña más estimaba para que se quemasen junto a ella, pero debido al gran dolor de su pérdida, la familia olvidó dejar la muñeca entre los objetos que debían incinerarse. Contrarios a quemarla a posteriori, la familia decidió finalmente conservar la muñeca colocándola algunos días después junto a las cenizas de la pequeña en un pequeño altar dentro de la vivienda familiar.
Sin embargo, con el paso del tiempo la familia se percató, con espanto, que el cabello color azabache y liso de la muñeca, que había sido cortado hasta los hombros en un estilo tradicional, comenzaba inexplicablemente a crecer. En cosa de semanas el cabello había crecido hasta las rodillas de la muñeca, lo que movió a pensar a la familia que el espíritu de Kikuko estaba de alguna manera dentro de la muñeca. Incluso cuando volvieron a cortar de nuevo el pelo de la muñeca, éste volvía a crecer inexplicablemente.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939, la familia Suzuki emigró de su lugar de residencia, y aunque estaban seguros que el espíritu de Kikuko se encontraba en el interior de Okiku, confió la custodia de la muñeca a los sacerdotes del tempo Mannenji en la ciudad de Iwamizawa, Japón, quienes la guardaron junto a las cenizas de la niña. La familia, por supuesto, también les explicó a los sacerdotes del templo las cualidades sobrenaturales de la muñeca. Los monjes del templo, pese a su incredulidad inicial, comprobaron posteriormente con sus propios ojos cómo el pelo de la muñeca seguía creciendo. De ese modo, a medida que fue pasando el tiempo cortarle el pelo a Okiku se convirtió en una de las tantas tareas habituales de los sacerdotes en el templo, y éstos incluso solían colgar como adorno las fotografías de la muñeca con el pelo de diferentes medidas.
La muñeca Okiku todavía permanece en la actualidad en el templo Mannenji, en la prefectura japonesa de Hokkaido, donde es visitada cada año por miles de curiosos que quieren comprobar por ellos mismos el fantástico portento. Hoy en día, algunos incluso aseguran que no sólo el pelo de Okiku sigue creciendo, sino que los labios, que antes estaban cerrados, ahora permanecen levemente abiertos mientras que los ojos oscuros parece que miraran fijamente a los visitantes, como si tuviesen vida propia.


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