miércoles, 1 de marzo de 2017

LA DUDA


La película La duda no es una gran película: es una cinta correcta, de impecable factura, con estupendas interpretaciones, complejo análisis de la psicología de los personajes y muy buen hacer por parte del director que se contiene siempre, no dejando que la historia caiga en el histrionismo ni un solo momento, esta falta de excesos no es nada fácil de conseguir.

Pero no era mi opinión sobre la película lo que quería hacer hoy. Sino algunas reflexiones con ocasión de la película.

¿Es cierto que hay personajes como la superiora del convento de esa película (Meryl Streep)? Sí, es cierto. Hay individuos (laicos, sacerdotes, religiosos) que tienen esa forma de ser. Y la religión les otorga un estupendo vehículo para canalizar su crueldad, para legitimar su deseo de destruir a alguien. Eso sí, todo lo hacen por bien de la gloria de Dios.

La capacidad de estas personas para hacer daño no debe ser minusvalorada nunca.

Hay obispos que son inteligentes y santos. (No siempre ambas cosas van unidas.) Pero en otros casos un obispo puede dar oído a acusaciones cuyo único fundamento es la nada, cuyo único sostén es una mente patológicamente anclada en la sospecha concentrada en una persona a la que detesta. Que Dios consuele al pobre pastor que se encuentra ante un obispo que no sepa cómo llevar esta situación.

En la película, además, se da una situación de un gran realismo: la superiora del convento se pone a investigar por su cuenta. Esparce la semilla de la duda con una religiosa, llama a la madre del niño, quiere telefonear a la antigua parroquia donde estuvo el párroco.

El proceso de investigación es ya causa suficiente, en cualquier sitio, para generar rumores. Una vez puesta en marcha esa máquina trituradora, las sombras se transforman en realidades, los fantasmas en monstruos tangibles. En este tema, el proceso de investigación es ya causa suficiente para destruir a alguien para toda su vida: para acabar con sus ilusiones al ir al seminario, para agotar su entusiasmo en la labor apostólica. Un proceso de investigación mal gestionado basta para rodearle de un aura de culpabilidad que le rodee hasta el último de sus días.

El proceso de investigación debe hacerse con la prudencia que requiere cada caso, con los medios razonables para cada situación.  Una medicina irrazonable puede transformarse en causa de enfermedad. Un remedio desaforado se puede convertir en algo tóxico.

Qué inmensa responsabilidad la de ser obispo. Un oficio que requeriría una sabiduría que no es de este mundo.


P. FORTEA

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