MI AMIGO HOMOSEXUAL: LO QUE
NUNCA TE DIJERON SOBRE EL AMOR Y EL SEXO
Hace ya algún tiempo que vengo impartiendo una conferencia dirigida a jóvenes entre 15 y 20 años —y algunos «colados» por debajo o por encima de esa edad—, que se anuncia pomposamente con el título: Lo que nunca te dijeron sobre el amor y el sexo.
A los
cinco o diez minutos suelo haberles «revelado» algunas de esas cosas que nunca
les dijeron… o, por lo menos, que nunca oyeron de un señor de 54 años, con una
calva considerable, con más o menos panza… y con muchos años de feliz
matrimonio.
Primer «secreto»: que el amor y el sexo es algo
infinitamente más maravilloso de lo que ninguno de ellos pueda nunca haber
soñado. División de actitudes: desde la sonrisa escéptica hasta una cierta
curiosidad.
Segundo:
que, después de tanto tiempo, estoy muchísimo más enamorado de mi mujer, y ella
me resulta tremendamente más atractiva que cuando nos conocimos o nos casamos…
en todos los sentidos, también en el estrictamente sexual. Con lo que un
respetable tanto por ciento de los escépticos pasan a la categoría de curiosos
y bastantes de estos a la de los «por ahora
atentos».
… y
parece que les interesa
¿Con
buenos resultados? Al menos, con interés, a juzgar por lo que se extienden las
sesiones. El récord lo batimos en Guayaquil (Ecuador), tras una convocatoria
pública a través de los medios: sin previa selección de los asistentes.
Unos 1200
jóvenes, después de aguantarme un par de horas, comenzaron las preguntas… hasta
que avisaron que cerraban el salón del hotel que nos acogía. Eran las 9.30 de
la noche, y habían transcurrido 5 horas completas.
Hace
poco, en una Universidad de Celaya (México), la cosa se alargó tanto… que tuve
que implorar piedad: había pasado con creces el tiempo de la comida, y estaba
agotado y hambriento.
La homosexualidad
Lo apunto
porque fue en esta ocasión cuando, como ya sucede casi siempre, uno de los «colados por encima», de unos 30 años, me
interrumpió para preguntarme con especial intención sobre el «amor homosexual».
Con plena
conciencia de lo que hacía, y sabiendo que la cuestión volvería a plantearse al
final, le contesté: «es inviable», y
proseguí con la conferencia.
Al
terminarla, el «adolescente maduro» —como le
llamé en tono de broma cariñosa desde antes de comenzar la sesión— levantó un
par de veces la mano con insistencia. Me las arreglé para contestar antes a
otros que también la alzaron, con la excusa de que se trataba de chicas, de que
no se habían «colado», etcétera.
No
trataba en absoluto de eludir la respuesta, sino de dar algunos elementos de
juicio que permitieran una mejor comprensión: como los motivos por los que las
relaciones llamadas pre-matrimoniales resultan más bien anti-matrimoniales,
pues dificultan la convivencia… antes y después de casados.
Amor homo… no-sexual
¿Por qué
un amor inviable? No porque niegue a las personas homosexuales la capacidad de
amar. En absoluto. Lo que rechazo de plano, justificadamente, es que pueda
haber un amor homo-sexual… porque el engañoso prefijo (homo-) hace imposible
que el presunto amor resulte verdaderamente sexual.
No es
difícil de entender, en cuanto la sexualidad se advierta en toda la hondura
personal que lleva consigo. No reducida, por tanto, a la mera genitalidad y a
lo que pueda seguirse superficialmente de ella; sino en su completa dimensión
humana: biológico-psíquico-espiritual.
Y, así
entendido, lo sexual es necesariamente consecuencia de la unión de dos personas
sexuadas complementarias. Incluso desde el punto de vista biológico, el
organismo sexual no es cosa de uno… ni de dos personas del mismo sexo, sino que
solo existe como resultado de la unión íntima de una mujer con un varón.
Y algo
análogo sucede en la esfera psíquica o en la del espíritu.
Y no-legislable
Por eso,
y no hay aquí afán de ofender, sino de precisión terminológica, a lo más podría
hablarse de personas homo-genitales, pero no propiamente homo-sexuales: porque,
en su relación recíproca, la sexualidad en cuanto tal no puede hacer acto de
presencia.
Y, por lo
mismo, tampoco puede darse ese tipo preciso de amor, el amor sexual, que es el
único capaz de situarse en la base del matrimonio… y fundamentar una
legislación al respecto (sobre todo por su virtual fecundidad, pues es la
venida de los hijos al mundo lo que muestra más claramente sus repercusiones
sociales y reclama una legislación ad hoc).
Con lo
que también resultan «antropológicamente» claros los absurdos aparejados a la
pretensión de equiparar legalmente el matrimonio con la unión (por fuerza
no-sexual ni conyugal) de dos personas homosexuales.
Una situación delicada
En otro
lugar de América Latina, que no nombro por razones que quedarán patentes, la
cuestión resultó más peliaguda. Se trataba también de los alumnos de una
Universidad, más algunos profesores no-deseados (ni por los alumnos ni por mí:
prefiero que no haya ningún adulto presente… para hablar con más claridad y «soltura»).
En el
turno de preguntas, tras un par de horas, se levanta un chico de unos 22 ó 23
años. Revuelo en la sala, cuchicheos. El joven se acerca hasta casi la mesa
donde me encuentro, aunque permanece a unos seis metros de mí. Expone —con un
aire que interpreté como irónico— que se trata de algo muy difícil, que siente
un poco de vergüenza, que no se atreve… también por su mujer y sus dos hijos.
Le animo a que
continúe, diciéndole que va muy bien.
Lo hace
entrecortadamente, de forma que pienso que tal vez esté «interpretando», con el
fin de darle más fuerza a su pregunta, y así dejarme en ridículo o ponerme en
un compromiso.
Al fin lo
suelta: «hace un par de meses, una noche había
bebido de más, besé en la boca a un hombre… y desde entonces ya no me atraen
las mujeres, incluida la mía: solo me gustan los varones».
¿Una
«representación» bien conseguida?
Sonrío y
le digo que me parece un magnífico actor.
Lo niega,
asegurándome que es verdad.
Le dejo
claro que, en cualquier caso, mi respuesta no iba a variar. Y empiezo
advirtiéndole que, en mi exposición, yo había puntualizado más y mejor. Que, de
ordinario, había hablado de persona masculina y persona femenina.
Por
tanto, ahora me tocaba hablar de persona homosexual. Y, ante la grandeza del
sustantivo persona, cualquier añadido pierde casi toda su capacidad de sumar o
restar valía a la maravilla de cualquier persona: ¡la tan traída y llevada «dignidad»!
Pero… ¿es bueno o malo?
Asiente
sin agresividad, pero se empeña en que me pronuncie «antropológicamente» —así
dice— sobre la homosexualidad.
Después
de explicarle lo que resumí hace algunos párrafos, le digo que se trata
claramente de una desviación. Y lo es, por la contradicción que implica el que
la naturaleza produzca algo-ordenado-hacia-un-fin (el amor y la unión sexual,
en este caso) que, como apunté, resulta imposible alcanzar (nada de
«orientación», por tanto; más bien «des-orientación»).
Todos batallamos
Añado de
inmediato que la tendencia en sí, al margen de su origen, aunque des-ordenada,
no es intrínsecamente mala. Que lo malo sería dar rienda suelta a esa
tendencia… igual que, al menos en algunos casos, a muchas otras.
Y ejemplifico,
en consonancia con lo que antes había expuesto: yo estoy enamoradísimo de mi
mujer, pero, me siguen gustando todas las demás.
Cosa
—añado, aunque veo que no sería necesario— que me alegra enormemente, también
por mi mujer. Pero que no hace legítimo el que acepte y prosiga esa atracción
con cualquier otra, justo porque debo y quiero defender la libertad de ser fiel
a la mía, tal como le prometí gozosa y libérrimamente en el día en que nos
casamos (¡ese “sí” es libertad que genera
libertades!).
En tal
sentido —solo en ese— tu situación no es muy distinta de la mía. Los dos
experimentamos una inclinación a la que no nos es lícito atender: tú, nunca;
yo, excepto cuando, gracias a ella, manifiesto e incremento el amor hacia mi
esposa.
Preludio de un abrazo
Tampoco
ahora hay la más mínima agresividad por su parte. De hecho, cuando concluyo, se
sienta en la primera fila, en un extremo. Mientras prosiguen las preguntas y
los comentarios, le digo con gestos que, al terminar, querría darle un abrazo.
Después de tres o cuatro intentos, logro que me entienda. Asiente con la
cabeza… sin que yo sepa todavía si todo ha sido un bluff o realmente lo que me
ha contado es cierto (luego me enteré de que era verdad).
Tensión y relax
Hemos
pasado por momentos tensos —los dos y el resto del público—, pero también nos
hemos divertido. Un rato serio, no de tirantez, trascurrió mientras contaba la
vida de aquel buen amigo, de un buen amigo mío, con fuertes y muy arraigadas
tendencias homosexuales.
Una
persona que lucha no solo ni principalmente contra su tendencia sexual, sino
por ser buen trabajador, acabando su labor a conciencia; buen amigo de sus
amigos, buen ciudadano… y también —¡como yo!, pero con manifestaciones
distintas— por mantener íntegra su dignidad personal, no ahogándola ni
ofuscándola con un uso irrespetuoso del cuerpo.
La
seriedad se trocó en risa cuando les comenté lo que mi amigo, bromista, le
había dicho en cierta ocasión a este otro al que acabo de referirme. Más o
menos fueron sus palabras: «me entusiasma el que
estés luchando tan a fondo. Así, cuando te mueras, te harán el patrono… de los
varones homosexuales».
Igual que yo. Lo del
abrazo iba en serio.
Al acabar
las distintas intervenciones, ya bien entrada la noche, se me acercaron algunas
personas, para hacerme comentarios, intentar que les resolviera sus dudas,
contarme algo que les parecía pertinente…
Yo seguía
pensando en el autor de la pregunta. Pasó como un cuarto de hora. Cuando ya
salía del recinto, me aguardaba en la puerta.
Mi
alegría fue grande. Inicié un fuerte abrazo, que él correspondió con la misma o
más energía. Era un abrazo sincero de amigos sinceros… aunque recientes.
El
momento y la situación más oportunos para que él comenzara un breve diálogo, al
que también yo respondí muy sucintamente y con una sonrisa en los labios:
— «Y, entonces, ¿qué hago?».
— «Pues igual que yo: ¡luchar!».
Tomás Melendo Granados
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia
Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia
Fuente: Catholic.net
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