viernes, 30 de septiembre de 2016

10 CLAVES PARA ENTENDER LA SECUENCIA DE HECHOS DE LA MISA CATÓLICA


Los católicos saben que es obligatorio ir a Misa los días de precepto, los domingos por ejemplo.
Pero a veces olvidan cómo deben prepararse para entender lo que pasa cuando se celebra la Misa.
Ir a Misa es encontrarse con Jesucristo. 
El Señor “está” allí, esperándonos, viéndonos entrar, aguardando que lo saludemos. 
Y como está allí en realidad debemos pensar seriamente como llegamos a la misa
1 – PREPARÁNDONOS PARA IR A MISA
En primer lugar pensemos en nuestro corazón.
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¿Estamos en buena condición espiritual para celebrar adecuadamente la Eucaristía?
Esto no se refiere a estar en gracia o no, porque todo pecador puede acercarse a Dios.
Tiene que ver con la disposición de entregarnos a Jesús. Eso, en lo que tiene que ver con nuestro espíritu.
Miremos nuestra ropa. ¿Está de acuerdo con la importancia del momento?
Si fuéramos a encontrarnos con un Embajador, luciríamos nuestras mejores galas.
El Señor no quiere despliegues lujosos, pero sí que nos ataviemos con sobriedad y respeto para ir a Su encuentro.
Hay que guardar respeto a Él desde el momento en que entramos al Templo.
Todo los demás puede esperar. Nuestra atención debe centrarse física y espiritualmente, en el altar.
2 – ¿SABEMOS A QUÉ CLASE DE EVENTO VAMOS?
Si nos preguntamos qué es la Santa Misa, y no nos hemos preocupado de formarnos bien, tal vez estaríamos un tanto desconcertados.
Antes del Concilio Vaticano II, se tenía bien claro lo que era la Misa. Una ceremonia de ofrecimiento a Dios.
Tanto el celebrante como los fieles, miraban hacia el Sagrario, que estaba en el medio del altar.
Y juntos ofrecían, sacerdote y grey, un culto de adoración y alabanza a la Santísima Trinidad.
Eso se llamaba mirar “ad orientem”. Porque es desde el Este donde veremos regresar al Señor en toda su gloria.
Antiguamente era obligatorio orientar los templos y los altares en esa dirección.
Los cambios que introdujo el Concilio fueron en función de que el pueblo se integrara más y mejor al sacrificio de la Misa.
El Celebrante dejó de estar de espaldas a los fieles y se abandonó el latín como lengua universal del culto, pasándose a utilizar el idioma nativo de cada país.
Pero ese cambio, que fue bueno para integrarnos, de a poco fue desvirtuando el significado de la Santa Misa.
Gradualmente se fue perdiendo la maravilla de la adoración.
Jesús dejó de ser el Redentor (que dio su vida por nosotros), para ser un “amigo” con el que podíamos hablar “de Tú a tú”.
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Y fuimos perdiendo la conciencia del sacrificio que supone que es la misa.
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Del poder de Dios Omnipotente y de la veneración que Él merece.
3 – ¿SOMOS CONSCIENTES QUE EN LA MISA PARTICIPAMOS DEL SACRIFICIO DE LA CRUZ?
El Padre Pío nos dejó una maravillosa enseñanza del paralelismo entre los distintos momentos de la Misa con la Pasión de Jesús, ver aquí.
Seguramente si nos trasladáramos al pie de la Cruz viendo sufrir a Jesús, nuestra actitud sería de reverencia y de dolor.
Pues bien, lo cierto es que cuando vamos a la misa “estamos al pie de la Cruz”.
Este santo franciscano, que sufría cada minuto de la Misa, nos enseñó que, desde la señal de la Cruz hasta el Ofertorio encontramos a Jesús en Getsemaní.
Y deberíamos recordar entonces que fue en esos angustiosos momentos en que desfilaron ante los ojos de Jesús todos los pecados de “todas” las generaciones del mundo.
Nuestros pecados, los de cada uno de nosotros, cayeron sobre Él hiriéndolo más que los azotes.
Cuando el Sacerdote nos dice que nos pongamos en la presencia de Dios para pedirle perdón por nuestros pecados deberíamos hacer eso.
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Aunque pensemos que estamos en gracia, deberíamos hacerlo con todo el corazón, el cuerpo y la mente.
Y también que cuando el Sacerdote eleva las manos en oración, está intercediendo poderosamente por nosotros ante la Santísima Trinidad.
Al cantar el Gloria, debemos recordar que lo estamos haciendo junto con todos los coros celestiales, que aunque no vemos ni oímos físicamente, se unen a nosotros en esta alabanza.
No importa si no tenemos voz o si es desentonada, a Dios le gustará nuestra alegría y gozo al cantar.
De la misma manera debemos recitar el Credo creyendo íntimamente que es la definición de nuestra vida.
Es la reafirmación de la razón por la cual estamos allí. Creemos en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo y lo manifestamos en voz alta.
4 – ¿ESTAMOS ATENTOS PARA RECIBIR LOS MENSAJES DE AMOR QUE NOS ENTREGAN?
Escuchar la Palabra de Dios leída desde el ambón es abrir nuestro corazón a los mensajes de amor que Dios nos envía.
Pensemos que estamos escuchando Su Voz que nos habla.
Tratándose de una Verdad Eterna, no es sorprendente que la lectura de la Escritura, toque algo de lo que nosotros estamos viviendo.
Dios está allí, dándonos una respuesta a algo que nos preocupa en ese momento, invitándonos a seguirlo, a reedificar nuestra vida, a convertirnos.
Es un desafío a cambiar la imagen de complacencia que generalmente tenemos de nosotros mismos.
Y a vernos como realmente nos ve Dios, o sea, pecadores, débiles, y necesitados de amor.
Luego el Sacerdote nos explicará las Escrituras, como el Señor hizo con los discípulos de Emaús.
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Por eso debemos escuchar con humildad y apertura.
5 – ¿LLEGAMOS A SENTIR QUE DIOS PADRE NOS REGALÓ NUESTRA VIDA Y JESÚS DIO SU VIDA POR NOSOTROS?
En el Ofertorio el celebrante ofrece el pan y el vino. Jesús ofreció su vida, su cuerpo y su sangre por nosotros.
Es cuando entramos en el camino del Calvario. Los soldados lo arrestan como si fuera un criminal.
Es el momento en que nosotros podemos hacer una ofrenda espiritual que sea grata al Señor y una material que sirva para los gastos de la Iglesia.
Tanto una como la otra deberían ser algo que nos ‘duela’.
Ofrecer un rencor olvidado, una enemistad sanada, alguna ofensa recibida, un sufrimiento físico o espiritual.
Y de la misma manera, dejar en la limosna lo que gastaríamos en una salida.
El Señor todo lo ve y sería bueno que al llegar a Su Presencia no tuviéramos que lamentar no haber sido más generosos.
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Recordemos que “cuando morimos, dejamos todo lo que tenemos y nos llevamos todo lo que dimos”.
En el Prefacio, el Sacerdote, respondiendo a nuestra oración, dice “En verdad, es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Dios Padre… etc.”
Es el espíritu de Jesús que alaba y agradece al Padre por haberle permitido llegar a esta hora.
6 – EL SEÑOR NOS RUEGA QUE NO NOS APARTEMOS DE ÉL
De ahí hasta la consagración, sería bueno que tuviéramos presente que Jesús está en prisión sufriendo toda clase de vejámenes y burlas por nuestra causa.
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Atrozmente flagelado y coronado de espinas, comienza su Vía Crucis por las callejuelas de Jerusalén.
El Sacerdote reza por todos, por los que estamos allí, por nuestras necesidades, por nuestros difuntos, por todos aquellos por los cuales Jesús dio hasta la última gota de Su Sangre.
Si bien en la Consagración estamos haciendo memoria de la Última Cena, ese momento de la Misa evoca la Crucifixión del Señor.
El Señor se entregó en la Cruz y se entrega nuevamente ahora, místicamente, por nosotros.
Cuando el Sacerdote levanta la Hostia, también es alzada la Cruz en el Monte Calvario.
Deberíamos celebrar con reverencia la maravilla del regalo que nos dio, al no medir Su dolor para evitarnos el perder nuestras almas.
Pero Él sabe que si nos apartamos de Él, todo Su esfuerzo y Su heroísmo habrán sido en vano.
Por eso nos pide que no lo olvidemos: “hagan esto en conmemoración mía”.
7 – NOSOTROS DAMOS FE COMUNITARIA QUE NO NOS APARTAMOS DE ÉL
“Por Cristo, con Él y en Él…”. Jesús entrega Su Espíritu en manos del Padre.
Ya el hombre no está más separado de Dios, ya nosotros, los Hijos Pródigos hemos vuelto a poder arrodillarnos ante el Padre, llamándolo “Padre”.
Ese Amor de Dios hacia nosotros como hijos, se expresa en el Padrenuestro que rezamos a viva voz todos juntos.
Este momento de unión fraterna se hace vida en el gesto de la Paz.
8 – NOS HACEMOS UNO CON ÉL EN LA COMUNIÓN
El Sacerdote realiza la Fracción del Pan. Es el momento de la Muerte de Jesús.
Un instante después, el Celebrante deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de Su Preciosa Sangre.
Vuelven a unirse el Cuerpo y la Sangre y es a Cristo Crucificado y ya Resucitado a quien recibimos en la Comunión.
“Dichosos los invitados a la Cena del Señor”, dice el Sacerdote y eso significa que no todos pueden ir a Comulgar.
Es indispensable estar en gracia para aprovechar los frutos de la Comunión.
No olvidemos que estamos recibiendo “el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Cristo”.
Y tampoco olvidemos que la totalidad del Señor está en cada partícula de la Hostia.
Por esa razón, antiguamente se utilizaba la patena que el monaguillo ponía debajo del mentón del comulgante.
Nos debe caerse ni un pedacito de la Hostia, estaría cayendo Jesús.
La Comunión en la boca elimina el peligro de esa terrible posibilidad.
Al recibirlo, estamos siendo uno con Él, no dejemos pasar ese momento único para decirle lo mucho que lo amamos.
Hagamos una oración de agradecimiento.
Recordemos que mientras el Sacerdote no coloca el Copón y el Cáliz nuevamente dentro del Sagrario, deberíamos permanecer arrodillados o de pie.
9 – AL TERMINAR EL EVENTO Y EL SEÑOR NOS ENVÍA A EVANGELIZAR
El Sacerdote nos da la Bendición final trazando en el aire la Cruz, signo distintivo de todos los cristianos y escudo protector contra el maligno.
Es además, un gesto de envío y de misión, tal como lo hizo Jesús Resucitado antes de subir al Cielo.
El Papa Benedicto XVI estipuló que después del “Pueden ir en paz”, el Celebrante diga  “Glorifiquen a Dios con sus vidas”.
Esa frase final que pronuncia el Sacerdote, involucra dos cosas: nuestra conducta como cristianos y nuestro deber y misión de evangelizar tal como lo pidió el Señor.
No podemos decir que somos seguidores de Cristo e invitar a otros a unirse al rebaño, si nuestra vida no concuerda con Su enseñanza.
Y no podemos ser fieles a Su enseñanza si no tenemos vida de oración.
“Cuida la manera en que vives, tal vez tu testimonio de vida sea el único Evangelio que tu hermano lea”.
10 – DEMOS GRACIAS A DIOS
El Señor, nuestro Ángel, la Santísima Madre nos han llevado al templo a participar en la misa.
Ha sido un regalo que nos ha fortalecido, por eso debemos dar Gracias a Dios.
El Padre Pío pasaba horas después de cada eucaristía agradeciendo a Dios el haberla realizado.
Y otros sacerdotes han tenido la costumbre de realizar otra eucaristía privada para dar gracias por la eucaristía comunitaria celebrada antes.
No olvidemos que la misa en la que participamos en la Tierra es la liturgia que se produce en el Cielo, es permanente y para siempre.
Y a ella llegan millones de ángeles, santos y María, y almas del purgatorio a quien Dios ha dado permiso.
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Y es presidida por Jesucristo. Ver aquí. La Misa es una ventanita al cielo.  
Fuentes:


Escrito por María de los Ángeles Pizzorno
Foros de la Virgen María

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