VATICANO, 06 Jul. 16 / 04:04 am (ACI).-Este miércoles, el Papa
Francisco no celebró la tradicional audiencia puesto que se retomará en agosto
después de unas semanas de descanso. Pero sí mantuvo un conmovedor encuentro
con 200 pobres, discapacitados y enfermos en el Aula Pablo VI, a quienes les
aseguró que son el tesoro de la Iglesia.
“La Iglesia ha querido compartir vuestra condición,
y se ha hecho, por amor, uno de ustedes, despreciado de los hombres, olvidado,
uno que no cuenta nada”, les dijo.
Los enfermos llegaron procedentes de Francia junto al Cardenal Philippe
Barbarin, Arzobispo de Lyon. Pertenecen al Movimiento Cuarto Mundo, que tiene
como principal objetivo ayudar a estar personas y fue inspirado por el
sacerdote Joseph Wresinski, de quien el Pontífice habló en su discurso.
Al comienzo, algunos de los asistentes contaron su testimonio y pidieron
a Francisco que la Iglesia abra las puertas a los pobres.
El Papa señaló que la presencia de todos ellos “es
un hermoso testimonio de fraternidad evangélica” y aseguró que están “en el corazón de la Iglesia, porque Jesús, en su vida, ha dado siempre prioridad a personas
que eran como ustedes, que vivían en situaciones límite”.
“Cual sea que es vuestra condición, vuestra
historia, el peso que lleváis es el de la capacidad de acoger. Él acoge a cada
uno. En Él somos hermanos, y querría que ustedes sientan cómo son bienvenidos
aquí, vuestra esperanza es importante para mí y también es importante que estén
aquí, en su casa”.
“La Iglesia, que ama y prefiere eso que Jesús ha
amado y preferido, no puede estar tranquila hasta que no haya reunido a todos
aquellos que experimentan el rechazo, la exclusión y que no cuentan nada”.
Francisco también tuvo palabras hacia aquellos que ayudan a estas
personas y las acompañan: “es la vida compartida
con los pobres que nos transforma y nos convierte”.
“No solo ustedes van al encuentro –continuó–, no
solo caminan ustedes con ellos, esforzándose por comprender su sufrimiento,
entrar en su desesperación”, sino que “suscitan
en torno a ellos una comunidad, restituyendo en ellos una existencia, una
identidad, una dignidad”.
“Me viene a la mente qué es lo que pensaba la gente
cuando vio a María, José y Jesús por las calles huyendo en Egipto. Ellos eran
pobres, estaban afligidos por la persecución, pero allí estaba Dios”, expresó.
Francisco los animó a “conservar el coraje
y, en medio de la angustia, conservar la alegría de la esperanza”. “Estén
seguros de que la prueba y el sufrimiento no durarán siempre, porque nosotros
creemos en un Dios que repara todas las injusticias, que consuela todas las
penas y que sabe recompensar a cuantos tienen confianza en Él”.
“El tesoro de la Iglesia son los pobres, dice el diácono
romano San Lorenzo”, afirmó el Papa de manera
improvisada. Es “una misión que solo ustedes, desde
su pobreza, serán capaces de llevar a término”.
“Jesús algunas veces ha sido muy severo y ha
regañado severamente a personas que no acogen el mensaje del Padre. Y así como
Él ha dicho esa palabra ‘beatos los pobres, los enfermos, aquellos que lloran,
aquellos que son odiados y perseguidos’ ha dicho otra, que dicha por Él da
miedo. Ha dicho ‘Ay’. Y lo ha dicho a los ricos, a los sabios, a aquellos que
ahora ríen, a aquellos que les gusta ser adorados, a los hipócritas”.
“Os doy la misión de orar por ellos, para que el
Señor les cambie el corazón. Os pido orar por los culpables de vuestra pobreza
para que se conviertan”, añadió.
“Recen por tantos ricos que visten de púrpura el
rostro y hacen fiesta con grandes banquetes sin recordar que en su puerta hay
muchos Lázaros deseosos de alimentarse de las sobras de su mesa. Oren también
por los sacerdotes, por los levitas que viendo en su camino un medio muerto
pasan mirando hacia otro lado porque no tienen compasión”.
“A todas estas personas y también a otros que están
unidas con vuestra pobreza y con tantos dolores, sonreíd desde el corazón,
desead su bien y pedid al Señor que se conviertan. Os aseguro que si ustedes
hacen esto habrá una gran alegría en la Iglesia, en vuestro corazón y también
en la amada Francia”.
Por Alvaro de Juana
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