De las 11 a las 12 de la
mañana
La Crucifixión de Jesús.
La Crucifixión de Jesús.
Jesús es coronado
de espinas por tercera vez
Tus enemigos, cansados, pero
no satisfechos, al despojarte de tus vestiduras te han arrancado la corona de
espinas de tu santísima cabeza con indecible dolor, y luego te la han vuelto a
clavar causándote dolores inauditos traspasando con nuevas heridas tu santísima
cabeza. ¡Ah!, tú reparas la perfidia y la obstinación del pecado especialmente
de soberbia. Jesús, me doy cuenta que si el amor no te hiciera querer llegar
hasta lo más alto, tú ya hubieras muerto por la atrocidad del dolor que
sufriste en esta tercera coronación de espinas. Más veo que ya no puedes
soportar el dolor y con tus ojos cubiertos de sangre buscas para ver si al
menos hay uno que se acerque a ti para sostenerte en tanto dolor y confusión.
Dulce Bien mío, Vida mía,
aquí no estás solo como en la noche de tu pasión en el huerto; se encuentra
aquí tu Madre Santísima, que con el Corazón deshecho sufre tantas muertes por
cuantas son tus penas. ¡Oh Jesús!, también está aquí la amante Magdalena, que
parece enloquecida por motivo de tus penas y el fiel Juan que parece que se ha
quedado mudo por la fuerza del dolor de tu pasión. Este es el monte de los
amantes, no podías estar aquí solo.
Pero dime, Amor mío, ¿quién
quisieras tú que te sostuviera en tanto dolor? ¡Ah!, permíteme que sea yo quien
te sostenga. Soy yo quien tiene más necesidad que todos. Tu querida Madre y los
demás me ceden el puesto y yo, ¡oh Jesús!, me acerco a ti, te abrazo y te pido
que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas sentir tus espinas. Quiero
poner mi cabeza junto a la tuya, no solamente para sentir tus espinas, sino
también para lavar con tu preciosísima sangre todos mis pensamientos, para que
puedan estar todos en acto de repararte cualquier ofensa de pensamiento que
cometan las criaturas. ¡Oh Amor mío!, estréchate a mí que quiero besar una por
una todas las gotas de sangre que diluvian sobre tu rostro santísimo; y
mientras una por una las adoro, te suplico que cada gota de tu sangre sea luz
para cada mente creada, para hacer que ni una de ellas te ofenda con malos
pensamientos.
Pero mientras te tengo
abrazado y apoyado a mí, te miro, oh Jesús, y veo que estás viendo la cruz que
tus enemigos te están preparando, y oyes los golpes que le dan para hacer los
agujeros en los que te clavarán. ¡Oh Jesús!, siento que tu Corazón late
violentamente y casi con gozo, anhelando ardientemente ese lecho, para ti el
más deseado, aunque con dolor indescriptible, por medio del cual sellarás en ti
la salvación de nuestras almas; y te oigo decir:
« Amor mío, cruz
amada, mi precioso lecho: tú has sido durante toda mi vida mi martirio y ahora
eres mi descanso; ¡oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos! Estoy esperando con
impaciencia. Cruz santa, en ti le daré cumplimiento a todo. ¡De prisa, de
prisa, haz que se cumplan mis ardientes deseos que hacen que me consuma por
darles vida a las almas, vida que llevará tu sello, oh cruz! ¡Ah, no tardes
más, que con ansia espero extenderme sobre ti, para abrirles el cielo a todos
mis hijos y cerrar el infierno! ¡Oh cruz, es cierto que tú eres mi batalla,
pero también eres mi victoria y mi triunfo completo, y en ti les concederé a
mis hijos abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas! ».
Pero, ¿quién podría decir
todo lo que Jesús le dice a la cruz?
Y mientras Jesús se desahoga con la cruz, sus enemigos le mandan que se extienda sobre ella y él obedece inmediatamente, para reparar por nuestras desobediencias.
Y mientras Jesús se desahoga con la cruz, sus enemigos le mandan que se extienda sobre ella y él obedece inmediatamente, para reparar por nuestras desobediencias.
Amor mío, antes de que te
extiendas sobre la cruz, déjame que te estreche más fuerte a mi corazón y que
te dé, y tú también a mí, un beso. Mira Jesús, yo no quiero dejarte; quiero
extenderme yo también sobre la cruz para quedar clavado junto contigo. El
verdadero amor no puede soportar ninguna clase de separación. Tú perdonarás la
audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificado contigo.
Mira, tierno Amor mío, no
solamente soy yo quien te lo pide, sino también tu dolorosa Madre, la
inseparable Magdalena, tu predilecto Juan; todos te dicen que les sería más
fácil soportar el quedar crucificados contigo, que solamente asistir y verte
crucificado a ti solo. Por eso, unido a ti, me ofrezco al Eterno Padre,
unificado a tu Voluntad, a tu mismo amor, a tus reparaciones, a tu Corazón y a
todas tus penas.
¡Ah!, parece que mi
adolorido Jesús me dice:
«Hijo mío, has
previsto mi amor; esta es mi Voluntad: ¡Que todos los que me aman queden
crucificados conmigo! ¡Ah, sí, ven tú también a extenderte junto conmigo sobre
la cruz; te La crucifixión
haré vida de mi
vida y serás para mí el predilecto de mi Corazón! ».
Dulce Bien mío, ya te
extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos, quienes tienen en sus manos los
clavos y el martillo que usarán para clavarte, pero los miras con tanto amor y
dulzura, que como que los invitas dulcemente a que te crucifiquen de inmediato.
Y ellos, aunque con gran repugnancia, te sujetan con ferocidad inhumana la mano
derecha, ponen el clavo y a golpes de martillo hacen que salga por el otro lado
de la cruz; pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres, ¡oh Jesús mío!,
que estás temblando: la luz de tus ojos se eclipsa, tu rostro santísimo se pone
lívido y pálido...
Diestra bendita, te beso, te
compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y por todos. Por cuantos fueron
los golpes que recibiste, tantas almas te pido que liberes en este momento de
la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas
te ruego que laves en tu preciosísima sangre; y por el dolor atroz que
sufriste, sobre todo cuando te clavaron sobre la cruz estirándote los nervios
de los brazos, te ruego que les abras a todos el cielo y que bendigas a todos;
que tu bendición llame a la conversión a todos los pecadores y a la luz de la
fe a los herejes e infieles.
¡Oh Jesús mío, dulce Vida
mía!, habiéndote crucificado ya la mano derecha, tus enemigos, con inaudita
crueldad, toman la mano izquierda y te la jalan tanto, para hacer que llegue al
agujero que ya habían empezado, que sientes que se te dislocan las
articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia del dolor tus
piernas convulsionan y se contraen.
Mano izquierda de mi Jesús,
te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias; te ruego que por esos golpes
y por los dolores que sufriste cuando te la atravesaron con el clavo, me
concedas en este momento que tantas almas puedan emprender el vuelo del
purgatorio al cielo; y por la sangre que derramaste te suplico que extingas las
llamas que atormentan a estas almas y que sea para todas refrigerio y baño
saludable que las purifique de toda mancha disponiéndolas a la visión
beatífica.
Amor mío y Todo mío, por el
agudo dolor que sufriste cuando te clavaron la mano izquierda, te ruego que les
cierres el infierno a todas las almas y que contengas los rayos de la divina
justicia, que por desgracia está tan irritada a causa de nuestras culpas. ¡Ah,
Jesús!, haz que este clavo sea en tu mano izquierda la llave que le cierre para
siempre la puerta a la divina justicia, para hacer que ya no lluevan sus
flagelos sobre la tierra y que al mismo tiempo abra los tesoros de tu divina
misericordia en favor de todos. Por eso te suplico que nos estreches entre tus
brazos.
Parece que ya has quedado
inmóvil para todo, quedando nosotros libres para poder hacerte todo lo que
queramos. Por eso pongo en tus manos el mundo entero y a todas las generaciones
humanas, y te ruego Amor mío, con la voz de tu misma sangre, que no le niegues
a nadie el perdón y, por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la
salvación y la gracia divina para todos, sin excluir a nadie, ¡oh Jesús mío!
Amor mío, Jesús, tus enemigos no están satisfechos todavía; con ferocidad
diabólica cogen tus santísimos pies, siempre incansables en busca de almas y,
así como estaban, contraídos por la fuerza del dolor de las manos, tiran de
ellos tan fuertemente que quedan descoyuntadas las rodillas, las costillas y
todos los huesos de tu pecho.
Mi corazón no puede
resistir, oh Bien mío, al ver que por la vehemencia del dolor, tus hermosos
ojos eclipsados y cubiertos de sangre se ponen en blanco, tus labios lívidos e
hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, tus dientes
tiemblan terriblemente, el pecho te sofoca, y tu Corazón, por la tensión tan grande
con la que han sido estirados tus manos y tus pies, sufre violentas
convulsiones... ¡Amor mío, con cuántas ganas me pondría yo en tu lugar para
evitarte tanto dolor! Quiero extenderme sobre todos tus miembros, para darte
por todos alivio, para darte un beso, un consuelo, una reparación por todo.
Jesús mío, veo que te
colocan un pie sobre el otro y te los atraviesan con un clavo, por añadidura
sin punta. ¡Ah!, permíteme que mientras el clavo te atraviesa los pies, te
ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes para que sean luz de los
pueblos, especialmente a quienes no conducen una vida buena y santa; y en tu
pie izquierdo déjame poner a todos los pueblos, para que reciban la luz de
parte de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y que así como te
atraviesa los dos pies, traspase a los sacerdotes y a los pueblos, para que
unos y otros no puedan separarse de ti.
¡Oh Jesús!, beso tus pies
santísimos, los compadezco, los adoro y les doy gracias por los dolores tan
atroces que sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos tus huesos;
y por la sangre que derramaste, te suplico que encierres a todas las almas en
tus llagas. No desdeñes a nadie, ¡oh Jesús! Que tus clavos crucifiquen nuestras
potencias para que no se separen de ti; nuestro corazón, para que quede siempre
y solamente fijo en ti; que todos nuestros sentimientos queden clavados con tus
clavos para que no tomen gusto alguno que no provenga de ti.
¡Oh crucificado Jesús mío!,
te veo todo ensangrentado como nadando en un mar de sangre, y estas gotas de
sangre no hablan más que de almas; es más, en cada una de estas gotas de sangre
veo presentes a las almas de todos los siglos; así que a todos nos contenías en
ti, ¡oh Jesús! Por eso, por la potencia de esta sangre te pido que jamás vuelva
a huir nadie de ti.
¡Oh Jesús mío!, terminando
los verdugos de clavarte los pies, yo me acerco a tu Corazón; me doy cuenta de
que ya no puedes más, pero tu amor grita más fuerte:
« ¡Quiero más
penas! ».
Jesús mío, abrazo tu
Corazón, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y por todos.
¡Oh Jesús!, quiero apoyar mi cabeza sobre tu Corazón para sentir lo que sufres
en tu crucifixión. ¡Ah!, siento que cada golpe de martillo repercute en tu
Corazón, que es el centro de todo: por él empiezan todos tus dolores y en él
terminan. ¡Ah!, si no fuera porque esperas la lanza que debe traspasarte el
Corazón, ya las llamas de tu amor y tu sangre que hierve en torno a él se
hubieran hecho camino y ellas mismas te lo habrían traspasado. Esta sangre y
estas llamas llaman a las almas amantes para que hagan su feliz morada en tu
Corazón; y yo, ¡oh Jesús!, por amor a este Corazón y por tu sacratísima sangre,
te pido, te suplico por la santidad de las almas que te aman. ¡Oh Jesús, no las
dejes salir jamás de tu Corazón! Y con tu gracia, multiplica las vocaciones de
almas víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. Tú quisieras darles un
lugar especial en tu Corazón a estas almas amantes: haz que jamás vayan a
perderlo.
¡Oh Jesús!, que las llamas
de tu Corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu
amor me tenga siempre clavado al amor con el dolor y la reparación.
¡Oh Jesús mío!, los
verdugos, después de haberte clavado las manos y los pies en la cruz, la
voltean para remachar los clavos y te obligan a que toques con tu divino rostro
la tierra ensangrentada con tu propia sangre y con tu boca divina le das un
beso. Con este beso, ¡oh Amor mío!, quieres besar a todas las almas y
vincularlas a tu amor, sellando su salvación. ¡Oh Jesús!, déjame tomar tu
lugar, y mientras los verdugos remachan los clavos, haz que estos golpes me
hieran también a mí y que me crucifiquen totalmente a tu Amor.
Jesús mío, pongo mi cabeza
en la tuya y mientras las espinas se van hundiendo cada vez más en tu cabeza,
quiero ofrecerte, dulce Bien mío, todos mis pensamientos, para que como besos
llenos de amor te consuelen y mitiguen el dolor que te causan las espinas.
¡Oh Jesús!, pongo mis ojos
en los tuyos y veo que tus enemigos todavía no están satisfechos de tantos
insultos y burlas, y yo quiero consolar tus miradas divinas con mis miradas de
amor.
Pongo mi boca en la tuya,
¡oh Jesús! Tu lengua ya casi está pegada al paladar por la amargura de la hiel
y por la sed abrasadora; y para aplacar tu sed, ¡oh Jesús mío!, quisieras que
todos los corazones de las criaturas estuvieran rebosantes de amor; y no
teniéndolos te consumes cada vez más por ellos. Dulce Amor mío, quiero
ofrecerte ríos de amor, para mitigar de algún modo la amargura de tu sed
ardiente.
¡Oh Jesús mío!, pongo mis
manos en las tuyas; veo que en cada movimiento que haces, las llagas de tus
manos se van abriendo cada vez más y más, y el dolor se hace más intenso y
amargo. Amado Bien mío, quiero ofrecerte todas las obras santas de las
criaturas para confortar y endulzar de algún modo la amargura de tus llagas.
¡Oh Jesús!, pongo mis pies
en los tuyos. ¡Cuánto sufres! Todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo
parecen repercutir en los pies y nadie está cerca de ti para socorrerte y
mitigar de algún modo la acerbidad de tus dolores. ¡Oh Jesús mío!, quisiera
girar por todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, tomar todos los
pasos de las criaturas y ponerlos en los tuyos para sostenerte y darte alivio,
antes bien oh Jesús mío, quiero poner todos los pasos del Eterno en los tuyos
para así poder darle un verdadero alivio a tu divina persona.
¡Oh Jesús mío!, pongo mi
corazón en el tuyo. ¡Pobre Corazón, cómo está destrozado! Si mueves los pies,
sientes como que te arrancan los nervios de la punta de tu Corazón; si mueves
las manos, los nervios de los dos lados de tu Corazón quedan peor que si te los
jalaran con clavos; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del Corazón te
sangra y vuelves a sentir toda la crucifixión. ¡Oh Jesús mío!, ¿cómo podré
confortar tanto dolor? Me difundiré en ti, pondré mi corazón en el tuyo, mis
deseos en los tuyos que son ardientísimos, para destruir los malos deseos de
las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, para que con tu fuego se enciendan
todos los corazones de las criaturas y se destruyan los amores profanos; me
difundiré en tu Santísima Voluntad para poder aniquilar todo acto maligno; y es
así que tu Corazón queda confortado y yo te prometo, ¡oh Jesús!, que de ahora
en adelante me quedaré siempre clavado a tu Corazón con los clavos de tus
deseos, de tu amor y de tu Voluntad.
¡Oh Jesús mío!, crucificado
tú, crucificado yo en ti. No permitas que me desclave en lo más mínimo de ti,
sino que quede siempre clavado, para poder amarte y repararte por todos, y
mitigar así [el dolor] que te causan las criaturas con las ofensas.
Jesús es levantado
sobre la cruz
Jesús mío, veo que tus
enemigos levantan el pesado leño de la cruz y lo dejan caer en el hoyo que han
hecho; y tú, dulce Amor mío, quedas suspendido entre el cielo y la tierra. Y,
¡oh!, en este solemne momento te diriges al Padre y con voz débil y apagada le
dices:
« Padre Santo,
aquí estoy, cargado de todos los pecados del mundo; no hay culpa que no recaiga
sobre mí. Por eso, ya no descargues sobre los hombres los flagelos de tu divina
justicia, sino sobre mí, tu Hijo. ¡Oh Padre!, permíteme vincular a esta cruz a
todas las almas y que implore perdón para todas ellas con las voces de mi
sangre y de mis llagas. ¡Oh Padre!, ¿no ves a qué estado me he reducido? Por
esta cruz y en virtud de estos dolores, concédeles a todos verdadera
conversión, paz, perdón y santidad ».
Oración para
desarmar a la Divina Justicia
¡Oh Jesús![1], mientras
traspasado te encuentras sobre la cruz, tu alma ya no se halla sobre la tierra,
sino en el cielo, con tu Divino Padre, para defender y sostener la causa de
nuestras almas.
Crucificado Amor mío, yo
también quiero seguirte ante el trono del Eterno y junto contigo quiero
desarmar a la divina justicia. Hago mía tu santísima humanidad, unida a tu
Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que tú haces. Es más, permíteme Vida
mía, que mis pensamientos corran en los tuyos, mis latidos en tu Corazón y todo
mi ser en ti, para que no vaya a dejar de hacer nada y repita todo lo que tú
haces, acto por acto, palabra por palabra.
Pero veo, crucificado Bien
mío, que tú, viendo a tu Divino Padre sumamente indignado contra las criaturas,
te postras ante él y las escondes a todas dentro de tu santísima humanidad,
poniéndonos al seguro, para que el Padre, mirándonos a todos en ti, por amor a
ti, no nos arroje de sí mismo. Y si nos mira indignado, es porque tantas almas
han desfigurado la bella imagen que él creó y no tienen otro pensamiento que el
de ofenderlo; y su inteligencia que debería ocuparse en comprenderlo, la han
convertido en una guarida en donde anidan todas sus culpas. Y tú, oh Jesús mío,
para aplacarlo, atraes la atención de tu Divino Padre para que mire tu
santísima cabeza coronada de espinas en medio de los más atroces dolores, las
cuales tienen en tu mente como clavadas a todas las inteligencias de las
criaturas, por las que una por una expías para satisfacer a la divina justicia.
¡Oh, cómo todas estas espinas son como voces piadosas que, ante la Majestad
Divina, excusan todos los malos pensamientos de las criaturas!
Jesús mío, mis pensamientos
son uno sólo con los tuyos; por eso, junto contigo, ruego, imploro, reparo y
excuso ante la Majestad Divina por todo el mal que hacen todas las criaturas
con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia y
que vaya recorriendo contigo las inteligencias de todas las criaturas uniendo
tu inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu inteligencia les
devuelva su inteligencia original, tal como fue creada por ti; que con la
santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de todas las
criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno sobre todos. ¡Ah, sí, oh Jesús
mío, sé únicamente tú quién domine cada pensamiento, cada afecto y a todos los
pueblos! Rige únicamente tú todas las cosas, solamente así la faz de la tierra,
que causa horror y espanto, se renovará.
Crucificado Jesús mío, me
doy cuenta de que ves que tu Divino Padre sigue indignado, que mira a las
pobres criaturas y las ve a todas enfangadas de culpas y cubiertas con las más
repugnantes asquerosidades, tanto que hasta le da asco a todo el cielo. ¡Oh,
cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, tanto que casi ya no
puede reconocer a la pobre criatura como obra de sus santísimas manos! Es más,
parece como si fueran monstruos los que ocupan la tierra, los cuales atraen la
indignación de la mirada del Padre. Pero tú, ¡oh Jesús mío!, para aplacarlo,
tratas de endulzar su mirada cambiando sus ojos por los tuyos, haciéndoselos
ver cubiertos de sangre y de lágrimas; y lloras ante su Majestad Divina para
moverlo a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas; y oigo tu voz
que dice:
« Padre mío, es
cierto que la ingrata criatura se va enlodando cada vez más con sus culpas,
hasta ya no merecer tu mirada paterna; pero mírame, ¡oh Padre!, yo quiero
llorar tanto ante ti que llegue a formar un baño de lágrimas y de sangre para
lavar todas las inmundicias con las que se han cubierto las criaturas. Padre
mío, ¿quieres acaso rechazarme? No, no puedes; soy tu Hijo y al mismo tiempo
soy también la cabeza de todas las criaturas y ellas son mis miembros;
¡salvémoslas, Padre mío, salvémoslas! ».
Jesús mío, Amor sin fin,
quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la perdición
de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes. Permíteme que tome
tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una sola cosa con las mías y que
vaya en busca de todas las criaturas. Y para moverlas a compasión por sus
propias almas y por tu amor, les haré ver que tú lloras por causa de ellas y
que mientras ellas se enfangan tú les tienes ya preparadas tus lágrimas y tu
sangre para lavarlas y así, al verte llorar, se rendirán a ti. ¡Ah!, con estas
lágrimas tuyas, déjame lavar todas las inmundicias de las criaturas; déjame
hacer que estas lágrimas entren dentro de sus corazones y ablanden a tantas
almas endurecidas en la culpa, que obtenga victoria sobre la obstinación de
todos los corazones y que haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles
levantar su mirada al cielo para que te amen y no las dejen seguir vagando
sobre la tierra para ofenderte. De este modo, tu Divino Padre ya no desdeñará
mirar a la pobre humanidad.
Crucificado Bien mío, veo
que el Padre está tan indignado que todavía no se aplaca, porque su paternal
bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura, ha llenado cielos y
tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que muy bien se
puede decir que a cada paso y en cada acto debería sentir fluir en sí misma el
amor y las gracias de ese Corazón paterno, y en cambio, la criatura siempre
ingrata, despreciando este amor, no quiere reconocerlo, sino que hace frente a
tanto amor, llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y ultrajes,
llegando al grado de pisotearlo bajo sus inmundos pies, y hasta queriendo
destruirlo idolatrándose a sí misma. ¡Ah, todas estas ofensas se elevan hasta
el cielo y llegan ante la Majestad Divina, que se indigna sumamente al ver la
villanía de la criatura que llega a insultarla y a ofenderla de mil modos!
Pero tú, ¡oh Jesús mío!,
siempre atento para defendernos con la fuerza arrebatadora de tu amor, obligas
al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos insultos y
desprecios y le dices:
« Padre mío, no
desdeñes a la pobre criatura; si los desdeñas a ellos es a mí a quien desdeñas.
¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde
por todos. Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; están ciegos y
no saben lo que hacen. Por eso, obsérvame bien y mira cómo he quedado reducido.
Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca al menos
mi rostro cubierto de salivazos y sangre, amoratado e hinchado por tantas
bofetadas y golpes recibidos. ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los
hijos de los hombres, y ahora estoy tan desfigurado que ya no me reconozco, me
he convertido en el último de todos los hombres. Por eso, ¡a cualquier precio
quiero salvar a la criatura! ».
Jesús mío, pero, ¿es posible
que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón y queriendo seguirte en
todo, déjame hacer mío tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder de modo que
pueda mostrárselo continuamente al Padre, así, desfigurado, para hacer que se
mueva a compasión por la pobre humanidad que se encuentra tan oprimida bajo el
látigo de la divina justicia y que yace como moribunda.
Permíteme ir a mostrarles a
las criaturas tu rostro tan desfigurado por causa suya, para hacer que se
muevan a compasión por sus propias almas y por tu amor; que la luz que emana de
tu rostro y la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres
tú y quienes son ellas que se atreven a ofenderte, para que sus almas, que
viven muertas a la gracia a causa de tantos pecados, resurjan, y así todas se
postren ante ti, adorándote y glorificándote.
Jesús mío, Crucificado
adorable, la criatura continúa sin cesar irritando a la divina justicia y de su
lengua resuena el eco de tantas horribles blasfemias, imprecaciones y
maldiciones, malas conversaciones, tramas para prepararse a destrozarse, del
peor modo posible, entre ellos mismos y llevar a cabo matanzas terribles. ¡Ah!,
todos estos ecos ensordecen la tierra y elevándose hasta el cielo ensordecen
los oídos divinos. El Padre, cansado de oír estos ecos llenos de veneno que
recibe de parte de las criaturas, quisiera deshacerse de ellas, apartándolas de
sí mismo, porque todas estas voces llenas de veneno imprecan y piden venganza y
justicia contra sí mismas. ¡Ah, cómo la divina justicia se siente obligada a
descargar sus flagelos! ¡Cómo tantas blasfemias encienden su ira contra la
criatura! Pero tú, ¡oh Jesús mío!, amándonos con tu amor supremo, haces frente
a todas estas voces mortales con tu voz omnipotente y creadora, haciendo
resonar el eco de tu dulcísima voz en los oídos de tu Padre, para reparar por
todas las molestias que le causan las criaturas con el eco de tus bendiciones y
alabanzas; y gritas:
« ¡Misericordia! ¡Gracias!
¡Amor para la pobre criatura! ».
Y para aplacarlo todavía
más, le muestras tu santísima boca, diciéndole:
« ¡Padre mío,
vuelve a mirarme; no escuches las voces de las criaturas, sino la mía; soy yo
quién te da Satisfacción por todos! Por eso, te ruego que mires a las
criaturas, pero que las mires en mí; si las miras fuera de mí, ¿qué sería de
ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de toda
clase de miserias. ¡Piedad, Padre mío! ¡Ten piedad de las pobres criaturas! Yo te
respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed,
abrasada y consumada por el amor ».
Amargado Jesús mío, mi voz
en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas. Déjame que tome tu
lengua, tus labios y que haga un recorrido sobre todas las criaturas tocando
sus lenguas con la tuya, para que cuando estén por ofenderte, al sentir ellos la
amargura de tu lengua, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al menos por la
amargura que sientan. Déjame que toque sus labios con los tuyos, y con tu voz
omnipotente haz que el fuego de la culpa que está sobre los labios de todos
penetre hasta su pecho, y así pueda detener en ellos la corriente de todas las
malas palabras transformando sus voces humanas en voces de bendición y
alabanzas.
Crucificado Bien mío, ante
tanto amor y dolor tuyo, la criatura todavía no se rinde; al contrario,
despreciándote sigue añadiendo culpas a más culpas, cometiendo enormes
sacrilegios, homicidios, suicidios, duelos, fraudes, engaños, crueldades y
traiciones. ¡Ah!, todas estas malas obras, hacen que los brazos del Padre se
vuelvan más pesados, quien no pudiendo ya sostener su peso, está a punto de
dejarlos caer derramando sobre la tierra cólera y destrucción. Y tú, ¡oh Jesús
mío!, para liberar a la criatura de la cólera divina, temiendo verla destruida,
tiendes tus brazos al Padre para que no deje caer los suyos y destruya a las
criaturas, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso de tantas culpas, lo
desarmas y le impides a la justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por
la mísera humanidad y enternecerlo, con tu voz más conmovedora, le dices:
« Padre mío, mira
mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan y que me tienen
clavado junto a todas las obras malas. ¡Ah!, en estas manos siento todos los
terribles dolores que me causan todas estas obras malas. ¿No estás contento, oh
Padre mío, con mis dolores? ¿Acaso no son capaces de satisfacerte? ¡Ah!, estos
brazos míos descoyuntados, serán para siempre cadenas que tendrán a la pobre
criatura abrazada a mí, para que no huya de mí, a no ser que alguna quisiera
apartarse por la fuerza; y también, estos brazos míos serán las cadenas
amorosas que te atarán, Padre mío, para impedirte que destruyas a la pobre
criatura; más aún, te atraeré siempre hacia ella para que las llenes de tus
gracias y de tu misericordia ».
Jesús mío, tu amor es un
dulce encanto para mí y me impulsa a que yo también haga todo lo que haces tú.
Por eso, dame tus brazos, que junto contigo quiero impedir que intervenga la
divina justicia contra la pobre humanidad, a costa de cualquier sacrificio. Con
la sangre que abundantemente sale de tus manos quiero extinguir el fuego de la
culpa que enciende su ira y aplacar su furor; y para hacer que el Padre tenga
piedad de las pobres criaturas, permíteme que ponga en tus brazos a tantos
miembros destrozados, los gemidos de tantos heridos, los corazones adoloridos y
oprimidos. Déjame que haga un recorrido por todas las criaturas y que las
abrace a todas entre tus brazos, para que todas regresen a tu Corazón.
Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de
tantas obras llenas de maldad e impida a todos hacer el mal.
Amable Jesús mío
crucificado, la criatura todavía no está satisfecha de ofenderte tanto, quiere
beber hasta el fondo las heces de la culpa y corre como enloquecida por el
camino del mal. Se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y,
desconociéndote, se rebela contra ti y casi, sólo para hacerte sufrir, quiere
irse al infierno. ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y tú, ¡oh Jesús
mío!, triunfando sobre todo, incluso sobre la obstinación de las criaturas, para
aplacar a tu Divino Padre, le muestras toda tu santísima humanidad lacerada,
destrozada horriblemente, y tus santísimos pies traspasados en los que están
encerrados todos los pasos de las criaturas, los cuales te causan dolores
mortales, tanto que se contorsionan por la atrocidad de los dolores. Y oigo tu
voz, más que nunca conmovedora, como si estuvieras por expirar, que a fuerza de
amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el Corazón de tu
Padre:
« Padre mío,
mírame, obsérvame bien de la cabeza a los pies: ¡No se encuentra ya alguna
parte sana en mí, no tengo en dónde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme
más sufrimientos! Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor,
¿quién va a poder aplacarte? ».
« Hijos míos, si
ustedes no se rinden a tanto amor, ¿qué esperanza quedará para que se
conviertan? Mis llagas y mi sangre serán siempre súplicas, las cuales harán que
desciendan del cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y de
compasión hacia la pobre humanidad ».
Jesús mío, me doy cuenta que
te haces violencia para aplacar al Padre y vencer a la pobre criatura; por eso,
permíteme que tome tus santísimos pies y que vaya en busca de todas las
criaturas y ate sus pasos a tus pies, para que si quieren caminar por el camino
del mal, al sentir las cadenas con las que los has atado a ti, no puedan ni dar
un paso. ¡Ah!, con tus pies haz que retrocedan del camino del mal y ponlas en
el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes; y con tus clavos
cierra el infierno, para que nadie más caiga en él. Jesús mío, Amante
Crucificado, veo que ya no puedes más.
La tensión terrible que
sufres sobre la cruz, el continuo rechinar de tus huesos que a cada pequeño
movimiento se dislocan cada vez más, tus carnes que se siguen abriendo más y
más, las repetidas ofensas que recibes, que cada una te procura una pasión y
muerte aún más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores
que te sofocan de tanta amargura, de tanto dolor y amor, y la ingratitud
humana, que aún en medio de tantos martirios, te hace frente y penetra como una
ola impetuosa dentro de tu Corazón traspasado, ¡ay!, te aniquilan de tal
manera, que tu santísima humanidad, no pudiendo resistir el peso de tantos
martirios, está a punto de sucumbir y delirando por tanto amor y tantos
sufrimientos suplica ayuda y piedad.
Crucificado Jesús mío, ¿será
posible que tú que lo riges todo y a todo le das vida tengas que pedir ayuda?
¡Ah!, quiero penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzar
cada una de tus llagas santísimas, para mitigar el dolor que te causa cada
espina y hacer menos dolorosas sus punzadas; y para darle alivio a la
intensidad de las amarguras de cada pena interior de tu Corazón, quiero darte
vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la cruz para
ponerme yo en tu lugar. Pero me doy cuenta de que soy nada y nada puedo, de que
soy demasiado insignificante, por eso, date totalmente a mí y yo tomaré tu vida
y en ti te daré a ti mismo; sólo así mis ansias quedarán satisfechas.
Destrozado Jesús mío, tu
santísima humanidad se acaba y no por ti, sino por darle totalmente
cumplimiento a nuestra redención. Necesitas ayuda divina y por eso te arrojas
en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el
Padre al mirar cómo han destrozado terriblemente tu santísima humanidad, la
tremenda obra que ha hecho el pecado en tus sagrados miembros! Y para contentar
tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios
necesarios para que le des cumplimiento a nuestra redención; y mientras te
estrecha, sientes en tu Corazón que se repiten con más fuerza los martillazos
de los clavos, los golpes de los flagelos, las heridas de tus llagas y las
punzadas de las espinas. ¡Oh, cómo se conmueve el Padre! ¡Cómo se indigna al
ver que todas estas penas llegan hasta tu Corazón por obra de las almas
consagradas a ti!
Y en su dolor, te dice:
« Pero, ¿es
posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte escogida por ti esté toda contigo?
Antes al contrario, parece que estas almas piden refugio en tu Corazón sólo
para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es peor, todos estos
dolores que recibes de parte de ellos van escondidos y cubiertos de
hipocresías. ¡Ah, Hijo mío, no puedo seguir conteniendo mi indignación por la
ingratitud de estas almas, las cuales me causan más dolor que todas las demás
criaturas juntas! ».
Pero tú, ¡oh Jesús mío!,
triunfando sobre todo, defiendes a estas almas y con el amor inmenso de tu
Corazón haces una reparación por las oleadas de amarguras y las heridas
mortales que estas almas te procuran; y para aplacar a tu Padre, le dices:
« Padre mío, mira
mi Corazón. Que todos estos dolores te satisfagan y cuanto más amargos, tanto
más potentes sean sobre tu Corazón de Padre, para obtener gracias, luz y perdón
para todos ellos. Padre mío, no los rechaces: ellos serán los que me defenderán
y continuarán mi vida sobre la tierra ».
« ¡Oh amorosísimo
Padre mío!, considera que si bien mi humanidad ha llegado ahora al colmo de sus
padecimientos, también mi Corazón está por estallar a causa de tantas amarguras
y de todas las penas íntimas y de los inauditos tormentos que he sufrido a lo
largo de 34 años a partir del primer instante de mi encarnación. Tú conoces
bien, oh Padre, la intensidad de estas amarguras interiores, que hubieran sido
capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si nuestra omnipotencia
no me hubiera sostenido para poder prolongar mis sufrimientos hasta llegar a
esta extrema agonía. ¡Ah!, si no te bastan todas las penas de mi santísima
humanidad que te he ofrecido hasta ahora para aplacar tu justicia sobre todos
los hombres y para atraer en cambio tu misericordia triunfadora sobre ellos,
ahora, especialmente por los extravíos de las almas consagradas a nosotros, yo
te presento mi Corazón destrozado, oprimido y quebrantado, pisado en el lagar
de cada instante de mi vida mortal ».
« ¡Ah, mírame
Padre mío!, este es el Corazón que te ha amado con amor infinito, que siempre
ha estado ardiendo de amor por todos mis hermanos, hijos tuyos en mí; este es
el Corazón con el que con tanta generosidad he anhelado padecer, para darte la
satisfacción completa por todos los pecados de los hombres. ¡Ah, te lo suplico,
ten piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios, de sus
angustias, de sus tristezas ante la muerte! ».
« ¿Acaso ha
habido, ¡oh Padre mío!, un solo latido de mi Corazón que no haya buscado tu
gloria y la salvación de mis hermanos aun a costa de penas y hasta de mi
sangre? ¿No han salido de mi Corazón siempre oprimido ardientes súplicas,
gemidos, suspiros y clamores válidos, con los que durante 34 años he llorado y
gritado pidiendo misericordia en tu presencia? ».
« Tú me has
escuchado, ¡oh Padre mío!, una infinidad de veces y por una infinidad de almas,
y te lo agradezco infinitamente; pero ahora, ¡oh Padre!, mira cómo mi Corazón
no puede calmarse en medio de tantas penas ni por una sola alma que se le vaya
a escapar a su amor, porque nosotros amamos a una sola alma cuanto a todas las
almas juntas. ¿Y se dirá que tendré que dar mi último suspiro sobre este
doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso a almas consagradas a
nosotros? Yo me estoy muriendo en un mar de angustias por la iniquidad y la
perdición eterna del pérfido Judas, que se comportó tan dura e ingratamente
conmigo, que rechazó todos mis más delicados y amorosos detalles, y que además
le llegué a hacer tanto bien que hasta lo hice sacerdote y obispo como a los
demás apóstoles. ¡Ah Padre mío, que ya termine este abismo de penas! ¡Cuántas
almas escogidas por nosotros para esta doble vocación sagrada veo que quieren
imitar a Judas, quién más y quién menos! ».
« ¡Ayúdame Padre
mío, ayúdame! ¡Yo no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si en mi Corazón
puedes hallar alguna fibra que no esté más atormentada que todas las llagas que
tengo en mi cuerpo! ¡Mira si toda mi sangre no está brotando, más que de mis
llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor! ¡Piedad, Padre mío,
piedad, no para mí que quiero sufrir hasta el infinito por las pobres almas,
sino de todas ellas y especialmente de las que han sido llamadas a desposarse
con mi amor y a mi santo servicio! ¡Oh Padre!, escucha cómo mi Corazón, próximo
a la muerte, acelera sus latidos de fuego y grita: ¡Padre mío, por mis
innumerables penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera
conversión para todas estas infelices almas! ¡Que ninguna de estas almas se nos
pierda! ».
« ¡Tengo sed,
Padre mío, tengo sed de todas las almas y especialmente de éstas! ¡Tengo sed de
sufrir más y más por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu Voluntad,
Padre mío; que ahora esta Voluntad mía, que es también la tuya, se cumpla
perfectamente por amor a mí, tu amadísimo Hijo, en quien has hallado todas tus
complacencias ».
¡Oh Jesús mío, ya no resisto
más! ¡Me uno a tus súplicas, a tus sufrimientos, a tu amor penante! Dame tu
Corazón para que pueda sentir tu misma sed de almas consagradas a ti y para que
con los latidos de mi corazón te devuelva el amor y los afectos que ellas te
deben. Permíteme que haga un recorrido por todas estas almas y que ponga tu
Corazón en ellas, para que cuando apenas los toque puedan calentarse las que
están frías, sacudirse las que están tibias, encaminarse de nuevo las que están
extraviadas, de modo que puedan volver a recibir todas aquellas gracias que han
rechazado. Tu Corazón está sofocado de dolor y de amargura al constatar que por
su falta de correspondencia no se han llegado a realizar los planes que habías
hecho para ellas, y por lo tanto, que tantas almas que por medio de ellas
debían obtener vida y salvación han sufrido las tristes consecuencias. Pero yo
les mostraré tu Corazón tan amargado, por su causa; desde tu Corazón las heriré
con tus flechas de fuego, presentándoles todas tus súplicas y todos tus
sufrimientos por ellas, de modo que no será posible que no se rindan a ti; así
regresarán contritas a ti, se verán restablecidos tus amorosos designios sobre
ellas y ya no estarán en ti y cerca de ti para ofenderte, sino para repararte,
consolarte y defenderte.
Vida mía, crucificado Jesús
mío, veo que sigues agonizando en la cruz sin que tu amor quede todavía
satisfecho para darle cumplimiento a todo. ¡Yo también agonizo contigo! Quiero
llamar a todos los ángeles y a los santos: ¡Vengan, vengan todos al monte
Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos sus
llagas ensangrentadas, adorémoslas; sostengamos esos miembros lacerados;
démosle gracias a Jesús por haberle dado cumplimiento a nuestra redención.
Démosle también una mirada a
nuestra Madre Santísima traspasada por tantas penas y muertes que siente en su
Corazón Inmaculado, tantas cuantas ve que su HijoDios está sufriendo; hasta sus
mismos vestidos están cubiertos de sangre, como también por todo el monte Calvario
se puede ver la sangre de Jesús. Así que, tomemos todos juntos esta sangre y
pidámosle a nuestra dolorosa Madre que se una a nosotros; dividámonos por todo
el mundo y ayudemos a todos; socorramos a quienes están en peligro para que no
perezcan, a los que han caído para que se levanten de nuevo, a los que están a
punto de caer para que no caigan.
Démosles esta sangre a
tantas pobres almas que están ciegas, para que resplandezca en ellas la luz de
la verdad; vayamos a donde se encuentran quienes están combatiendo, seamos para
ellos vigilantes centinelas, y si están por caer alcanzados por las balas,
recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos y si se ven abandonados por
todos o están impacientes por su triste suerte, démosles esta sangre, para que
se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores. Y si vemos almas que
están a punto de caer en el infierno, démosles esta sangre divina que contiene
el precio de su redención, para arrebatárselas a Satanás.
Y mientras tendré a Jesús
abrazado a mi corazón para defenderlo y reparar por todo, abrazaré a todos a su
Corazón, para que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión,
fortaleza y salvación.
¡Oh Jesús!, tu sangre
diluvia de tus manos y de tus pies. Los ángeles haciéndote corona admiran los portentos
de tu inmenso amor. Veo a tu Madre al pie de la Cruz traspasada por el dolor, a
tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos como petrificados en un
éxtasis de estupor, de amor y de dolor.
¡Oh Jesús!, me uno a ti y me
abrazo a tu cruz y hago mías todas las gotas de tu sangre para depositarlas en
mi corazón. Y cuando vea irritada a tu divina justicia contra los pecadores, te
mostraré esta sangre para aplacarte. Y cuando vea almas obstinadas en la culpa
te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi plegaria, porque
en mis manos tengo la prenda con la que puedo obtenerlo todo.
Por eso, ¡oh Jesús!, a
nombre de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, junto a tu Madre
Santísima y a todos los ángeles, me postro ante ti crucificado Bien mío y te
digo:
« Te adoramos,
¡oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa cruz has redimido al mundo ».
Foros de la Virgen María
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