Santino di Matteo
mató a diez personas... y perdió a una.
El
calvario de Giuseppe di Matteo: de tenerlo todo como hijo de mafioso a verse
secuestrado, torturado y asesinado por la mafia.
Aunque no
participó directamente en ese crimen, Santino di Matteo, alias Mezzanasca,
fue uno de los responsables del asesinato en 1992 del juez antimafia Giovanni Falcone. Hoy cita unas palabras del magistrado:
"Giovanni Falcone decía que todo tiene un inicio y un final. Mi inicio fue
la oscuridad. He matado mirando a los ojos a quienes mataba. He vivido en el
dolor y en la muerte. Pero mi final será la luz. Rezo por que sea la luz. Rezo para que mi camino hacia
Jesucristo sea cada vez más auténtico, más profundo, más maduro", confiesa a Avvenire.
LA CRUELDAD MAFIOSA
Santino fue detenido en junio de 1993, acusado de diez asesinatos. Decidió colaborar con la justicia y en noviembre sus antiguos compañeros secuestraron a su hijo de 12 años, Giuseppe, para coaccionarle y que no hablase. Al principio cedió, pero luego mantuvo su colaboración. Escapó temporalmente del lugar donde le custodiaba la policía para intentar rescatarle por su cuenta, pero fue inútil. Tras 779 días de cautividad en penosas condiciones, el mafioso Giovanni Brusca, responsable de un centenar de asesinatos y hoy también colaborador de la justicia, ordenó torturar al pequeño, estrangularlo y disolver su cuerpo en ácido nítrico.
Santino (o Mario, nombre con el que fue bautizado) es un hombre "cansado, pero sereno": "Cada noche pienso en mi niño, en cuándo nos veremos de nuevo. Sin duda él está en el cielo, pero yo aún tengo que trabajar duro para ganármelo. Pero Dios sabe perdonar. Me habla. Y me dice: Mario [su nombre real], sigue por este camino y te encontrarás con Giuseppe".
A Brusca, el asesino de su hijo, no puede perdonarle: "No puedo perdonar. No lo consigo. Brusca no es una persona, no hay en él nada humano. Yo sólo digo: Padre bueno, perdónale tú, yo no tengo fuerzas".
UN LUGAR DE ORACIÓN
Santino di Matteo vive en la periferia norte de Roma, en lo que fue mansión de un capo de la Magliana (banda criminal romana que operó con gran violencia entre finales de los 70 y principios de los 90), ocupada hoy por una veintena de hombres en situación marginal, algunos de ellos inmigrantes, a quienes un sacerdote vocacionista de 40 años, Antonio Coluccia, intenta reintegrar a una vida normal. La congregación vocacionista fue fundada por el sacerdote Giustino Russolillo (1891-1955), beatificado en 2011, con la finalidad de promover las vocaciones religiosas.
La casa de acogida recibe a quien la visita con un gran crucifijo de madera, una estatua de la Santísima Virgen sonriendo con los brazos abiertos y una foto del Papa Francisco, bajo la cual Don Antonio ha escrito sobre un papel, de su puño y letra, los diez mandamientos que gobiernan la casa.
Santino se revuelve contra sí mismo por haber violado el "No matarás". En algunas noches de remordimiento confiesa que se dirige a Dios en oración y le interroga: "¿Por qué tú, que todo lo puedes, no me quitaste la pistola de las manos? ¿Por qué no me detuviste?". Y evoca una ocasión en la que iba con Brusca para asesinar a una persona y, cuando vio que llevaba en brazos a uno de sus nietos, decidió dejarlo para otro día. Un límite que él no traspasó pero Brusca, ¡y con su propio hijo!, sí.
ANSIA DE PERDÓN
Ahora Mario quiere hacer algo más que contar y acusar: "Quiero que los demás se arrepientan como hice yo, que colaboren como yo. Mafiosos, pasad de la oscuridad a la luz", les dice, "haced como yo de una vez y para siempre". Pide a las autoridades que favorezcan la reinserción de los arrepentidos, para que se sientan como "hombres que han cometido terribles errores, pero con un ansia de ser rescatados".
Es su caso. A sus 60 años, tiene un hijo que le ha dado dos nietos, de los cuales la pequeña Francesca "es una copia de Giuseppe": "Quiero para ellos una vida hermosa. Estudios, amigos, vacaciones de verano... La belleza de la normalidad".
Él ya no tiene miedo a represalias. "Antes, cuando estaba del otro lado, sí tenía miedo. Ahora no. Ahora ya no. Ahora intento caminar hacia la luz. A menudo Don Antonio me pregunta, como sólo sabe hacerlo él: ´Mario, ¿cómo pudiste estar del otro lado?´. Yo sonrío y durante algunos instantes soy feliz: ´No hablemos más de eso, hoy sólo quiero estar con Jesucristo´".
Cuando el autor de la entrevista, Arturo Celletti, se despide de Santino, vuelven a pasar bajo la imagen del Papa. "Francisco ha sabido abrazar a un mundo desesperado", comenta Di Matteo: "Con humildad. Con la fuerza del perdón. Me gustaría mucho abrazarle y llorar con él".
LA CRUELDAD MAFIOSA
Santino fue detenido en junio de 1993, acusado de diez asesinatos. Decidió colaborar con la justicia y en noviembre sus antiguos compañeros secuestraron a su hijo de 12 años, Giuseppe, para coaccionarle y que no hablase. Al principio cedió, pero luego mantuvo su colaboración. Escapó temporalmente del lugar donde le custodiaba la policía para intentar rescatarle por su cuenta, pero fue inútil. Tras 779 días de cautividad en penosas condiciones, el mafioso Giovanni Brusca, responsable de un centenar de asesinatos y hoy también colaborador de la justicia, ordenó torturar al pequeño, estrangularlo y disolver su cuerpo en ácido nítrico.
Santino (o Mario, nombre con el que fue bautizado) es un hombre "cansado, pero sereno": "Cada noche pienso en mi niño, en cuándo nos veremos de nuevo. Sin duda él está en el cielo, pero yo aún tengo que trabajar duro para ganármelo. Pero Dios sabe perdonar. Me habla. Y me dice: Mario [su nombre real], sigue por este camino y te encontrarás con Giuseppe".
A Brusca, el asesino de su hijo, no puede perdonarle: "No puedo perdonar. No lo consigo. Brusca no es una persona, no hay en él nada humano. Yo sólo digo: Padre bueno, perdónale tú, yo no tengo fuerzas".
UN LUGAR DE ORACIÓN
Santino di Matteo vive en la periferia norte de Roma, en lo que fue mansión de un capo de la Magliana (banda criminal romana que operó con gran violencia entre finales de los 70 y principios de los 90), ocupada hoy por una veintena de hombres en situación marginal, algunos de ellos inmigrantes, a quienes un sacerdote vocacionista de 40 años, Antonio Coluccia, intenta reintegrar a una vida normal. La congregación vocacionista fue fundada por el sacerdote Giustino Russolillo (1891-1955), beatificado en 2011, con la finalidad de promover las vocaciones religiosas.
La casa de acogida recibe a quien la visita con un gran crucifijo de madera, una estatua de la Santísima Virgen sonriendo con los brazos abiertos y una foto del Papa Francisco, bajo la cual Don Antonio ha escrito sobre un papel, de su puño y letra, los diez mandamientos que gobiernan la casa.
Santino se revuelve contra sí mismo por haber violado el "No matarás". En algunas noches de remordimiento confiesa que se dirige a Dios en oración y le interroga: "¿Por qué tú, que todo lo puedes, no me quitaste la pistola de las manos? ¿Por qué no me detuviste?". Y evoca una ocasión en la que iba con Brusca para asesinar a una persona y, cuando vio que llevaba en brazos a uno de sus nietos, decidió dejarlo para otro día. Un límite que él no traspasó pero Brusca, ¡y con su propio hijo!, sí.
ANSIA DE PERDÓN
Ahora Mario quiere hacer algo más que contar y acusar: "Quiero que los demás se arrepientan como hice yo, que colaboren como yo. Mafiosos, pasad de la oscuridad a la luz", les dice, "haced como yo de una vez y para siempre". Pide a las autoridades que favorezcan la reinserción de los arrepentidos, para que se sientan como "hombres que han cometido terribles errores, pero con un ansia de ser rescatados".
Es su caso. A sus 60 años, tiene un hijo que le ha dado dos nietos, de los cuales la pequeña Francesca "es una copia de Giuseppe": "Quiero para ellos una vida hermosa. Estudios, amigos, vacaciones de verano... La belleza de la normalidad".
Él ya no tiene miedo a represalias. "Antes, cuando estaba del otro lado, sí tenía miedo. Ahora no. Ahora ya no. Ahora intento caminar hacia la luz. A menudo Don Antonio me pregunta, como sólo sabe hacerlo él: ´Mario, ¿cómo pudiste estar del otro lado?´. Yo sonrío y durante algunos instantes soy feliz: ´No hablemos más de eso, hoy sólo quiero estar con Jesucristo´".
Cuando el autor de la entrevista, Arturo Celletti, se despide de Santino, vuelven a pasar bajo la imagen del Papa. "Francisco ha sabido abrazar a un mundo desesperado", comenta Di Matteo: "Con humildad. Con la fuerza del perdón. Me gustaría mucho abrazarle y llorar con él".
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