viernes, 13 de noviembre de 2015

EL DEMONIO PROMUEVE EL RUIDO PARA AISLARNOS DE DIOS


La guerra contra el silencio.

Hay estrategias clave de ataque indirecto que el enemigo de nuestras almas utiliza para alterar significativamente nuestro progreso espiritual. Una de ellas es la corrupción de la sexualidad humana. Y otra es insertar el ruido, que causa estragos en la capacidad del alma para crecer en la intimidad con Dios.

En nuestra cultura, el ruido está en todas partes. Día tras día, nuestra paz es invadida por las pantallas de televisión gritando anuncios y programándonos a nosotros, la música en las tiendas, etc., que bombean este veneno en nuestras almas. Pero también está el ruido interno, en nuestra mente, que no puede acallar los problemas y las angustias.

EL RUIDO EXTERNO

Todos conocemos personas, incluso católicos, que parece que no pueden hacer tiempo (o ejercitar la voluntad) para incorporar el silencio en su vida con el fin de escuchar, oír y conocer la voz de Dios. Y ellos después se quejan que no pueden escuchar a Dios, pero cualquier sugerencia de la necesidad de cultivar el silencio es contestada con una mirada irritada.

Su rutina diaria se ve algo como esto: se levantan y encienden el televisor, cuando no lo utilizan como despertador. Desayunan viendo las noticias. Entran en el coche y encienden la radio para escuchar música o programas de radio o para hacer llamadas telefónicas. Una vez de vuelta a casa, encienden el televisor de nuevo hasta que es hora de ir a dormir (o se duermen con él encendido).

He aquí un perspicaz pensamiento de CS Lewis, a través del personaje del demonio en su obra maestra, The Screwtape Letters:

Los que entienden la realidad de cómo Dios trabaja y nos habla, saben que el silencio es fundamental para la salud de nuestras almas y para desarrollar algún grado de intimidad con Dios.

Debemos cultivar momentos de silencio cada día si vamos a aprender a escuchar su voz. Si el Señor parece una mera realidad distante para usted, tal vez es porque el enemigo ha inspirado en Ud. su plan de distracción ruidosa. Él está trabajando tiempo extra para asegurarse de que la voz de Dios nunca sobrepase más allá del ruido que ha permitido en su vida: el ruido del ajetreo, el ruido del entretenimiento, el ruido de las noticias, el ruido de la música (incluso la música cristiana), e incluso el ruido de una vida de oración limitado a la oración vocal.

Nunca se ha conocido a nadie que haya tomado el reto de bajar el ruido y lo haya lamentado. Irónicamente, cuando estamos rodeados por el silencio es cuando se oye más.

Pero tan importante como el silencio externo es el silencio interno.

¿CÓMO LLEGAR AL SILENCIO INTERIOR?

A veces permanecemos en silencio, pero en nuestro interior discutimos fuertemente, confrontándonos con nuestros interlocutores imaginarios o luchando con nosotros mismos. Mantener nuestra alma en paz supone una cierta sencillez: “No pretendo grandezas que superan mi capacidad”.

Hacer silencio es reconocer que mis preocupaciones no pueden mucho. Hacer silencio es dejar a Dios lo que está fuera de mi alcance y de mis capacidades. Un momento de silencio, incluso muy breve, es como un descanso sabático, una santa parada, una tregua respecto a las preocupaciones.

La agitación de nuestros pensamientos se puede comparar a la tempestad que sacudió la barca de los discípulos en el mar de Galilea cuando Jesús dormía. También a nosotros nos ocurre estar perdidos, angustiados, incapaces de apaciguarnos a nosotros mismos. Pero también Cristo es capaz de venir en nuestra ayuda. Así como amenazó el viento y el mar y “sobrevino una gran calma”, él puede también calmar nuestro corazón cuando éste se encuentra agitado por el miedo y las preocupaciones (Marcos 4).

AL HACER SILENCIO, PONEMOS NUESTRA ESPERANZA EN DIOS.

LA PALABRA DE DIOS: TRUENO Y SILENCIO

En el Sinaí, Dios habla a Moisés y a los israelitas. Truenos, relámpagos y un sonido de trompeta cada vez más fuerte precedía y acompañaba la Palabra de Dios (Éxodo 19). Siglos más tarde, el profeta Elías regresa a la misma montaña de Dios. Allí vuelve a vivir la experiencia de sus ancestros: huracán, terremoto y fuego, y se encuentra listo para escuchar a Dios en el trueno.

Pero el Señor no se encuentra en los fenómenos tradicionales de su poder. Cuando cesa el ruido, Elías oye “un susurro silencioso”, y es entonces cuando Dios le habla. (1 Reyes 19).

¿Habla Dios con voz fuerte o en un soplo de silencio? ¿Tomaremos como modelo al pueblo reunido al pie del Sinaí? Probablemente sea una falsa alternativa. Los fenómenos terribles que acompañan la entrega de los diez mandamientos subrayan su importancia. Guardar los mandamientos o rechazarlos es una cuestión de vida o muerte. Quien ve a un niño correr hacia un coche que está pasando tiene razón de gritar lo más fuerte que pueda. En situaciones análogas, han habido profetas que han anunciado la palabra de Dios de modo que resuene fuertemente a nuestros oídos.

Palabras que se dicen con voz fuerte se hacen oír, impresionan. Pero sabemos bien que éstas no tocan casi los corazones. En lugar de una acogida, éstas encuentran resistencia.

La experiencia de Elías muestras que Dios no quiere impresionarnos, sino ser comprendido y acogido. Dios ha escogido “una voz de fino silencio” para hablar. Es una paradoja.

DIOS ES SILENCIOSO, Y SIN EMBARGO HABLA

Cuando la palabra de Dios se hace “voz de fino silencio”, es más eficaz que nunca para cambiar nuestros corazones. El huracán del monte Sinaí resquebrajaba las rocas, pero la palabra silenciosa de Dios es capaz de romper los corazones de piedra. Para el propio Elías, el súbito silencio era probablemente más temible que el huracán y el trueno. Las manifestaciones poderosas de Dios le eran, en cierto sentido, familiares. Es el silencio de Dios lo que le desconcierta, pues resulta tan diferente a todo lo que Elías conocía hasta entonces.

El silencio nos prepara a un nuevo encuentro con Dios. En el silencio, la palabra de Dios puede alcanzar los rincones más ocultos de nuestro corazón.

En el silencio, la palabra de Dios es “más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu”. (Hébreos 4,12). Al hacer silencio, dejamos de escondernos ante Dios, y la luz de Cristo puede alcanzar y curar y transformar incluso aquello de lo que tenemos vergüenza.

SILENCIO Y AMOR

Cristo dice: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15,12). Tenemos necesidad de silencio para acoger estas palabras y ponerlas en práctica.

Cuando estamos agitados e inquietos, tenemos muchos argumentos y razones para no perdonar y no amar demasiado y con facilidad. Pero cuando mantenemos “nuestra alma en paz y en silencio”, estas razones se desvanecen.

Quizás evitamos a veces el silencio, prefiriendo en vez cualquier ruido, cualquier palabra o distracción, porque la paz interior es un asunto arriesgado: nos hace vacíos y pobres, disuelve la amargura y las rebeliones, y nos conduce al don de nosotros mismos.

Silenciosos y pobres, nuestros corazones son conquistados por el Espíritu Santo, llenos de un amor incondicional. De manera humilde pero cierto, el silencio conduce a amar.

UNA RECIENTE INVESTIGACIÓN

La mayoría de las personas sufre y se siente incómoda si tiene que estar durante unos minutos en una habitación sin ningún estímulo externo, según un estudio realizado por las universidades de Virginia y Harvard que publica la revista Science.

El experimento consistía en dejar a las personas, de diversas edades y contextos sociales, en una habitación con silencio y sin ninguna distracción posible.

Así, la mayoría de participantes declaró que durante el tiempo de aislamiento no se sintieron cómodos, fueron incapaces de concentrarse o sus mentes se distrajeron. Incluso, cuando el experimento se trasladó a sus casas, los voluntarios siguieron sin sentirse a gusto y un tercio de ellos confesó haber caído en la tentación de escuchar música o usar el teléfono móvil.

Timothy D. Wilson, autor principal del estudio e investigador de la Universidad de Virginia, explica que el uso de los aparatos electrónicos como los smartphones no ha acentuado esta ‘fronemofobia’ –miedo a pensar– en soledad sino que, probablemente, “estos dispositivos son solo la respuesta de la gente a tener siempre algo que hacer”.

Los científicos del trabajo fueron un paso más allá y plantearon a los ‘conejillos de indias’ la posibilidad de dejar el ‘rincón de pensar’ antes de tiempo si se sometían a una pequeña descarga eléctrica. Ante esta perspectiva, un 67% de los hombres y un 25% de las mujeres prefirieron el castigo a la ‘tortura’ de permanecer en una habitación en soledad y aislamiento.

En otra fase del estudio, el azar asignó a los participantes una de dos categorías. En una de ellas, los individuos debían hacer lo mismo que habían estado haciendo, es decir, pensar en soledad. El otro grupo, en cambio, debía pasar el mismo tiempo realizando una actividad como leer o escuchar música a solas. Este segundo grupo declaró haberse divertido y concentrado más.

“A pesar de que tenemos la capacidad de desconectarnos mentalmente y centrarnos solo en nuestros pensamientos, por lo general, no solemos hacerlo con mucha frecuencia o durante períodos largos de tiempo”, comentó el investigador.

LOS MEDIOS SOCIALES ESTÁN AHOGANDO A DIOS

Los jóvenes tienen que encontrar el silencio, lejos del ruido de los medios sociales con el fin de encontrar a Dios, ha dicho el arzobispo Salvatore Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, dijo que en un momento en que los jóvenes son bombardeados por el ruido y las distracciones, todavía hay un “profundo deseo” de silencio y del encuentro personal con Cristo.

“Hoy en día hay tanto ruido, con los medios de comunicación social, que no entendemos el valor del silencio”, dijo.

“Nos alejamos de él nosotros mismos. En el silencio, sin embargo, nos encontramos con nosotros mismos y con Dios. Hay un deseo de silencio, el deseo de espiritualidad, [entremedio de] los problemas de la sociedad. Si nos tomamos el tiempo en silencio encontramos la respuesta a este deseo”.

FUENTES:


Foros de la Virgen María

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