domingo, 19 de octubre de 2014

PABLO VI YA ES BEATO: FRANCISCO DESTACA SU DIMENSIÓN MISIONERA Y EVANGELIZADORA Y DEVOCIÓN MARIANA


Benedicto XVI acude a la beatificación y saluda a Francisco.

En una fecha más que marca la historia con fervor y alegría, la del 19 de octubre de 2014, el Papa Bergoglio pronunció la solemne fórmula en latín, elevando al honor de los altares a Pablo VI.

Fue en la Santa Misa con ocasión de la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la familia y de la beatificación de su Predecesor Giovanni Battista Montini - Pablo VI, coincidiendo también este domingo con la Jornada Misionera Mundial.

En una abarrotada Plaza de San Pedro, que recibió con júbilo sus palabras, el Obispo de Roma anunció asimismo que la fiesta litúrgica del nuevo Papa Beato será el 26 de septiembre, fecha de su nacimiento.

Y como se había anunciado estaba presente también el Papa emérito Benedicto XVI, que fue creado cardenal por el nuevo Beato y al que el Papa Francisco saludó cordialmente al comenzar la celebración.

El Himno Iubilate Deo, Cantate Domino acompañó entre grandes aplausos el momento en que fue desvelada la imagen del Beato Pablo VI, en el balcón central de la Basílica de San Pedro.

LAS PALABRAS DE FRANCISCO SOBRE PABLO VI
«¡Dar a Dios lo que es de Dios!» «¡Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones!» y «¡gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia!».

El Papa Francisco hizo resonar estas palabras en su homilía de la Santa Misa con ocasión de la conclusión del Sínodo extraordinario sobre la familia y de la beatificación Pablo VI.

«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz, enfatizó el Obispo de Roma, haciendo hincapié en que en eso reside la verdadera fuerza de los cristianos, «la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es una coartada: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra – y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos».

El Papa Bergoglio comenzó su homilía recordando una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21). Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre».

«Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder – que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios. ¡Él no tiene miedo de las novedades!»

«Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido».

HOMILÍA COMPLETA DE LA BEATIFICACIÓN
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21).
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido siempre.

Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y [dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer firmemente –frente a cualquier tipo de poder– que sólo Dios es el Señor del hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las sorpresas de Dios.

¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende, mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos hace siempre “nuevos”. Un cristiano que vive el Evangelio es “la novedad de Dios” en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta “novedad”.

«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de amor y de paz.

En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no es una huida de la realidad, no es una coartada: es ponerse manos a la obra para devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos nuevos.

Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los Obispos –“sínodo” quiere decir “caminar juntos”–. Y, de hecho, pastores y laicos de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio, con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la han perdido.

Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones» (1 Ts 1,2). Y que el Espíritu Santo que, en estos días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento (cf. 1 Co 3,6).

En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica sollicitudo).

Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.

El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.

Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).

PALABRAS DE FRANCISCO EN EL ÁNGELUS
A la hora del ángelus dominical el Papa Francisco destacó la figura del nuevo Beato Pablo VI, a quien definió valiente defensor de la misión ad gentes en el día en que se celebra también la Jornada Misionera Mundial.

Tras saludar a los peregrinos procedentes de Italia y de varios países, con un pensamiento deferente a las Delegaciones Oficiales y en particular a los fieles de las diócesis de Brescia, Milán y Roma, ligadas de modo significativo a la vida y al ministerio del Papa Montini, el Santo Padre agradeció a todos su presencia y exhortó a seguir fielmente las enseñanzas y el ejemplo del nuevo Beato.

Antes de rezar a la Madre de Dios, el Obispo de Roma destacó que a este Pontífice el pueblo cristiano le estará siempre agradecido por la Exhortación apostólica Marialis cultus y por haber proclamado a María “Madre de la Iglesia”, con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II.

TEXTO DE LA ALOCUCIÓN DEL PAPA ANTES DE REZAR A LA MADRE DE DIOS
Queridos hermanos y hermanas:
Al término de esta solemne celebración, deseo saludar a los peregrinos procedentes de Italia y de varios países, con un pensamiento deferente a las Delegaciones Oficiales. En particular saludo a los fieles de las diócesis de Brescia, Milán y Roma, ligadas de modo significativo a la vida y al ministerio del Papa Montini. Agradezco a todos su presencia y exhorto a seguir fielmente las enseñanzas y el ejemplo del nuevo Beato.

Él ha sido un valiente defensor de la misión ad gentes. Es testimonio de esto sobre todo la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi con la que ha querido despertar el impulso y el empeño para la misión de la Iglesia. Y esta exhortación aún es actual, tiene toda la actualidad. Es significativo considerar este aspecto del Pontificado de Pablo VI, precisamente hoy, en que se celebra la Jornada Misionera Mundial.

Antes de invocar todos juntos a la Virgen con la oración del Ángelus, me agrada subrayar la profunda devoción mariana del Beato Pablo VI. A este Pontífice el pueblo cristiano le estará siempre agradecido por la Exhortación apostólica Marialis cultus y por haber proclamado a María “Madre de la Iglesia”, con ocasión de la clausura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II.

Que María, Reina de los Santos, nos ayude a realizar fielmente en nuestra vida la voluntad del Señor, tal como lo hizo el nuevo Beato.

Angelus…

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