Cuando en 2002 estalló el escándalo de los abusos sexuales cometidos por
sacerdotes, el golpe, el desconsuelo y la vergüenza golpearon duro a la
diócesis de Boston. Su arzobispo, el cardenal O'Malley, hizo frente a esta
crisis con tres antídotos: asistencia a las víctimas, castigo a los culpables y
asistencia a un clero abatido
Noticia digital (21-X-2014)
Hace treinta años, en las Islas Vírgenes, el joven arzobispo Sean
Patrick O'Malley se asustó cuando vio el pequeño y destrozado hidroplano en el
que debía embarcarse. Frente a él había una mujer muy gorda. El piloto bajó,
con un cuaderno en la mano, para anotar el peso de sus pasajeros, antes del
despegue. Cuando le preguntó a la mujer, ella respondió, con cierto mimo: «40
kilos». Luego se dirigió al joven monseñor. «Yo peso 150 kilos» respondió
imperturbable O'Malley. «De este modo, desde el primer día como arzobispo,
aprendí a cargar el peso de mi rebaño».
Patrick O'Malley ahora tiene 70 años, es arzobispo de Boston y tiene un
sentido del humor espontáneo y surrealista, cuenta con el afecto del público
que acude a verlo, en gran número, a la catedral de Milán. El martes pasado fue
invitado por el cardenal Scola (ausente, porque actualmente está ocupado en el
Sínodo extraordinario para la familia) para el ciclo de encuentros sobre la
evangelización en el tercer milenio.
BOSTON, DIÓCESIS CATÓLICA PERO SECULARIZADA.
El rebaño de los bostonianos que O'Malley debe guiar no es de los más
ligeros. Con una población católica mayoritaria, pero extremadamente
secularizada, progresista, una alta tasa de inmigración de América Latina (sólo
los brasileños son 200.000), Boston es un campo de batalla para la fe.
«Más difícil aún que un pueblo que no ha conocido nunca la fe, es el
pueblo que la ha conocido y se considera vacunado contra la Palabra», comenta
el arzobispo. O'Malley, del paraíso de las Islas Vírgenes fue transferido a
Massachusetts en 1992, en Fall River, diócesis herida por el escándalo de los
abusos de menores.
Fortalecido por esta experiencia fue nombrado arzobispo metropolitano de
Boston en 2003, por san Juan Pablo II, después de un año en la diócesis de Palm
Beach (Florida). En contacto con una de las sociedades más laicistas de Estados
Unidos, O'Malley no ha hecho nunca concesiones, a costa de ceder a importantes
relaciones públicas.
Ha definido abiertamente el aborto un «crimen contra la humanidad» y, el
año pasado, rehusó recibir al Primer Ministro Irlandés Enda Kenny, que lo
estaba legalizando, cuando estaba de visita en el Boston College, invitado por
los jesuitas.
El arzobispo, haciendo un amplio uso de los medios de comunicación, en
2012 condujo una batalla ganadora contra la legalización de la eutanasia, en un
referendum en que el frente pro-muerte dulce estaba a la cabeza hasta un
par de meses antes. Es intransigente su defensa de la vida y de la dignidad
desde la concepción.
TOLERANCIA CERO.
Y precisamente por eso ha adoptado una estrategia de tolerancia cero en
relación a los abusos de menores, que ha combatido en primera línea en su
diócesis. Y esta es, desde un punto de vista histórico, la parte más
interesante de su testimonio de evangelización.
El momento fue uno de los más difíciles y duros para toda la Iglesia, no
sólo para la diócesis de Boston, de donde surgió el escándalo: «El dolor de las
personas y los sacerdotes, en toda la diócesis, era palpable. Sabía que mi
primera tarea era reconstruir la Iglesia en Boston». En 2003 se trataba, antes
que nada, de restablecer la confianza de los fieles.
«En enero de 2002, en el Boston Globe apareció la primera de las
terribles historias, en primera página, sobre los sacerdotes que abusaban de
los niños confiados a su responsabilidad espiritual. Los católicos de Boston,
así como los pertenecientes a otras religiones, quedaron desconsolados por el
número de sacerdotes bajo denuncia y por el hecho que podrían continuar
ejerciendo su ministerio». Las personas se esperaban que los sacerdotes y la
jerarquía de la Iglesia hicieran lo justo. Pero la Iglesia los decepcionó».
PÉRDIDA DE CONFIANZA.
«Fue difícil para muchos, confiar en las personas a cargo de la Iglesia
y seguir sus enseñanzas, dado que, muchos, en el pasado, habían abusado sobre
todo de su confianza. Esto se volvió un motivo de no evangelización: muchos
cristianos han puesto en duda su fe, o han dejado de practicarla totalmente».
«Muchos se sentían avergonzados, a causa de su mera pertenencia a la
Iglesia y simplemente no sabían qué responder a sus amigos no creyentes. La
Iglesia y sus miembros fueron escarnecidos en gran parte por la cultura
contemporánea».
Contrariamente al sentido común, que piensa en una Iglesia silenciosa
que sólo este año, con el Papa Francisco, inicia la lucha más seria contra la
pedofilia, O'Malley nos habla de la dura acción disciplinar conducida desde el
verano de 2003, aún en los tiempos de san Juan Pablo II. La grave enfermedad de
los abusos es curada, simultáneamente, de tres maneras.
ASISTENCIA A LAS VÍCTIMAS, UN PRIVILEGIO.
Primero: asistencia a las víctimas. «Ha sido para mí un privilegio y una
fuente de gran humildad -recuerda esos días- encontrarme con cientos de
víctimas de abusos y con sus familias. Sus voces, caras, palabras, lágrimas, me
ayudaron a entender lo profundamente que fueron dañados los que sufrieron los
abusos. Algunos de los momentos más conmovedores fueron los encuentros con las
familias que habían perdido a sus seres queridos, muertos por suicidio o
sobredosis después de quedar destrozados por los abusos sexuales».
«Nuestra oración por la paz de las almas de los difuntos permanecerá
siempre en mi memoria y mi corazón. He quedado conmovido en los encuentros con
las víctimas de los abusos y sus familiares, que perdonaban a los hombres que
los habían hecho sufrir hasta aquel punto. Este es un signo extraordinario de
la bondad de Dios, que va más allá de cualquier medida, un mensaje de valentía,
esperanza y amor».
CASTIGO DE LOS CULPABLES.
Segundo: castigo de los culpables. «Me convencí de que había que moverse
rápidamente. Postergar el proceso habría provocado mayor dolor a las víctimas y
sus familias, así como a toda la comunidad católica. Hemos instituido políticas
y procedimientos para garantizar que el mal del abuso sexual no se repita».
«Hemos instruido a más de 300.000 estudiantes para señalar los abusos.
Hemos instruido a 165.000 voluntarios para identificar y señalar a los
sospechosos de abusos. Y hemos verificado los bagajes de cada miembro del
clero. Hemos seguido la regla de la tolerancia cero, asegurando que ningún
sacerdote culpable de haber abusado de un niño pueda ejercer aún el
ministerio».
ASISTENCIA AL CLERO, ABATIDO POR EL ESCÁNDALO.
Tercero: asistencia a un clero abatido por el escándalo. «Una de las
consecuencias de este mal ha sido sobre todo la desmoralización del clero.
Hemos buscado poner remedio de varias maneras. Con encuentros regulares, con la
formación permanente, con la creación de una oficina pastoral de sacerdotes que
los ayuden y apoyen en todos los problemas, médicos o vocacionales, que estén
atravesando. Los encuentros son muy frecuentados, a los jóvenes sacerdotes les
gusta estar entre ellos y con su obispo».
«Estamos buscando juntar a los sacerdotes en casas parroquiales
regionales, de manera que ninguno viva solo. Esto es muy útil porque permite a
los curas, a menudo pertenecientes a generaciones diversas, cuidarse
mutuamente».
La dureza de la situación y la dificultad de su solución, como explica
monseñor O'Malley, forman parte también del diseño divino. Lo explica a su
manera, con su habitual humor surrealista, cuando cuenta que siendo un joven
seminarista se puso repentinamente a perseguir a una monja alemana, con una
escoba en la mano, gritando «¡El animal, el animal!»
Todos creían que estaba loco o endemoniado. Pero no era así: la monja,
sin darse cuenta, tenía una tarántula encima, que había salido de una caja de
plátanos. El joven O'Malley, que no sabía bien alemán, no podría señalar el
peligro de otra manera.
«La expresión de la monja pasó del terror de quien cree estar frente a
un loco, al alivio de ver caer una araña de 25 centímetros». A veces es Dios
que se comunica de esta manera brutal, como un hombre gritón que agita una
escoba, aparentemente para pegarnos, pero en realidad para liberarnos de una
mal mayor.
La nuova bussola / Aleteia
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