miércoles, 22 de octubre de 2014

CRISTO MÉDICO


Aunque en el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento nunca se califique a Cristo directamente como "Médico", sabemos que hay toda una tradición bíblica que habla de Dios como Aquel que sana, que venda las heridas y que es nuestra salud. "Yo doy la muerte y la vida, yo desgarro y yo curo" (Dt 32,39). Jesús mismo en el Evangelio se convierte en Fuente de vida y salud, su Cuerpo -hasta su manto- posee una fuerza curadora que Él sabe y siente, como sintió al ser tocado por la hemorroísa (Lc 8, 46): Sintió una fuerza que había salido de Él. Nuestro Señor, además, para explicar su misión redentora entre los hombres y su proximidad a los que la Ley de Israel consideraba impuros, emplea la imagen del médico: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Lc 5,32).

La Iglesia, desde el principio, asumió esta imagen y la aplicó a Cristo. No dudó en llamarlo "Médico de los cuerpos y de las almas", como hizo bien pronto san Ignacio de Antioquía (A los Efesios 7,2) y la patrística empleó esta metáfora en muchísimas ocasiones. Cristo es médico celestial, Cristo es la salud del cuerpo y del alma, de la persona entera. La redención entonces se explica con la categoría de la medicina y del médico que restituyen la vida plena al hombre.

"Cristo es el verdadero "médico" de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias... [Jesús] Al inicio de su ministerio público, se dedica completamente a la predicación y a la curación de los enfermos en las aldeas de Galilea. Los innumerables signos prodigiosos que realiza en los enfermos confirman la "buena nueva" del reino de Dios" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).

Como Médico del cuerpo, el Señor puede actuar -si conviene para la salvación- mediante la santa Unción de enfermos y la Eucaristía; Médico del alma, el Señor sana por el Bautismo y la Penitencia.

Las enfermedades del alma no son pocas ni menos graves: soberbia, ira, avaricia, envidia, gula, lujuria y pereza, que van minando al hombre por completo hasta dejarlo postrado. O las hijas de estas enfermedades: "Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo" (Gal 5,16).

Sólo Cristo y su Gracia puede curar y sanar de tantas enfermedades, a condición de reconocer la enfermedad, descubrir las propias llagas, y suplicar al Señor que salve y cure, pidiendo perdón.

Sólo Cristo puede curar porque para eso ha sido enviado por el Padre. Y recordemos que el cuerpo quedará totalmente sanado, curado, por la resurrección del último día, donde Cristo resucitará a los que están unidos a Él.

Cristo Médico quiere ofrecernos a todos la salud, la vida plena.

"Hoy el pasaje evangélico narra la curación de un leproso y expresa con fuerza la intensidad de la relación entre Dios y el hombre, resumida en un estupendo diálogo: "Si quieres, puedes limpiarme", dice el leproso. "Quiero: queda limpio", le responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1,40-42). Vemos aquí, en cierto modo, concentrada toda la historia de la salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida "en abundancia" (Jn 10,10), la vida eterna, plena, feliz.

Cristo es "la mano" de Dios tendida a la humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, apoyándose en la roca firme del amor divino" (Benedicto XVI, Ángelus, 12-febrero-2006).

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