miércoles, 22 de octubre de 2014

LO PERMANENTE EN LA MORAL CATÓLICA


Estos días varias personas me han llamado a preguntarme si era verdad que el Papa había aprobado el matrimonio gay, y he recibido este correo que resume muy bien esas inquietudes:

Estimado D.Pedro: El otro día me dijo una amiga que estaba muy descontenta con el Papa, pues había aprobado el matrimonio gay, como lo desconozco, es por lo que me dirijo a Vd con el fin de aclararlo.
Saludos

Mi contestación ha sido tajante: Falso. Ni siquiera el Papa puede aprobarlo, porque San Pablo en Romanos 1,18-32, especialmente en los versículos 24-27 es categórico. Dicen así estos versículos: “Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, auna impureza tal que degradaron sus propios cuerpos; es decir cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén. Por esto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío”.

En cuanto al pensamiento propio del Papa, escribe a las carmelitas descalzas de Buenos Aires lo siguiente: Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. Aquí está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: pap+a, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones. Aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo... No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´´movida´´ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios. Jesús nos dice que, para defendernos de este acusador mentiroso, nos enviará el Espíritu de Verdad.

En un mundo donde impera el relativismo, ¿es posible que haya en nuestra Moral Católica elementos permanentes? A este interrogante responde el Concilio en la Gaudium et Spes: "Afirma además la Iglesia que, bajo todos los cambios, hay muchas cosas que no cambian, cosas que tienen su fundamento último en Cristo, que existe ayer, hoy y siempre"(nº 10).
Por tanto hay en nuestra Moral elementos permanentes. ¿Cuáles son y de dónde proceden?

El valor absoluto de estos elementos permanentes proviene:

a) De Dios. Creemos en la existencia de un Dios Creador, que es quien dirige la historia y quien va realizando su plan en sus líneas esenciales, ya que su designio de salvación, aunque tropieza con dificultades y fracasos parciales por parte humana, encuentra en Él su fundamental continuidad y eficacia.

b) De la Palabra de Dios o Revelación. Dios se ha manifestado a nosotros por medio de su Palabra, que ha llegado a nosotros por medio de la Tradición y de la Sagrada Escritura, que están unidas y se comunican entre sí, constituyendo un único depósito sagrado, que ha sido confiado a la Iglesia, a quien corresponde interpretarla.

c) Del hombre. La ley escrita en nuestros corazones nos va empujando en dirección del amor a Dios y al prójimo, a la vez que nos hace descubrir la dignidad de la persona humana, siendo el respeto a esta dignidad donde se fundamenta el último sentido y la estabilidad dinámica de los imperativos morales. Hay una Ley Natural y tenemos una conciencia, que si no tratamos de ahogarla, es la voz de Dios que resuena en nuestro interior y nos empuja a hacer el bien y a evitar el mal.

d) De la comunidad eclesial. La Iglesia, Pueblo de Dios y su Magisterio son también elementos de continuidad.

e) De la sociedad. Hay también en ella unos elementos
constantes como son la tendencia al bien común, si bien no hay que confundir éste con lo propio de una época o cultura. La Declaración de Derechos del Hombre de la ONU de 1948 trata de expresar estos imperativos morales constantes. Queda todavía mucho por hacer, pero el camino trazado parece irreversible en sus líneas fundamentales.

Pedro Trevijano

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