domingo, 3 de julio de 2011

DESEOS FUNDAMENTALES EN LA VIDA ESPIRITUAL



Como bien sabemos los creyentes, Dios es el absoluto creador de todo lo visible y lo invisible.

Todo lo crea Él, hasta aquello que nosotros nos creemos que hemos creado, también es Él el que los hace, porque en realidad nosotros solo somos unos meros instrumentos suyos. Pienso que la soberbia de muchos les impida aceptar esta realidad, pero esto es así y siempre será sí, nos guste o nos disguste. Y es ahí donde está una de las diferencias, entre los que creemos y los que desgraciadamente no creen Solo creen en sí mismos y sin ser conscientes o a lo peor siéndolo, le hacen el juego a su amigo, aquel que siempre nos está jorobando y que un día le grito al Señor en el cielo: non serviam, y así le va.

Pues bien, dicho lo anterior, porque es bueno que siempre recordemos que Dios es el creador de todo, en nuestra vida espiritual, hay dos elemento básicos y si ellos no existen, no tenemos vida espiritual, y cuando ellos existen en la medida en que sea la fortaleza de ellos en nuestra alma, tanto mayor será nuestra vida espiritual y por ende, nuestra gloria futura.

Como más de uno, ya habrá adivinado me estoy refiriendo a la fe y al amor. A los deseos de tener fe y a los deseos de amar a Dios. Hablo de deseos, porque es lo único que nosotros podemos generar; nosotros ni generamos nuestra fe ni generamos el amor que a nuestro juicio le tenemos a Dios. Es Él, como autor absoluto de todo, el que correspondiendo a nuestros deseos, al que los tenga naturalmente se entiende, nos genera fe y amor.

Como ya antes he escrito, repito Dios es el único creador absoluto de todo, de lo visible y de lo invisible. Nosotros indebidamente hablamos o pensamos que tenemos amor a Dios, como si nosotros hubiésemos creado en nuestra mente ese amor a Dios, nosotros lo único que generamos es el tener deseos de amar a Dios, y Él que está deseando correspondernos nos ama y nosotros percibimos ese amor que lo reflejamos hacia Él, como si fuésemos un espejo. Una de las varias características del amor, es la reciprocidad, por ello San Juan escribe: "….quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero (1Jn 4,19). Él es, el que ama primeramente correspondiendo a nuestros deseos de amor, por la sencilla razón, de que Él es la única fuente de donde emana el amor en el mundo y en todo el universo, visible e invisible.

San Francisco de Sales en su Tratado del amor de Dios(pág. 89), nos dice que hay tres clases de acciones amorosas: espirituales, racionales y sensuales. Correctamente amor debería ser vocablo para expresar únicamente el amor espiritual el que genera el Señor. El resto de situaciones que nosotros denominamos amor, solo son productos del querer. Querer no es amar, y aunque indistintamente se usen indebidamente estos dos vocablos, solo el amor es el que está generado en el Señor; cuando el sentimiento de atracción entre seres no está fundamentado en Dios, aunque lo llamemos amor, no es amor, es otra cosa.

Dice Henry Nouwen, que: Es muy fácil que las relaciones humanas se vuelvan posesivas. Nuestros corazones desean tanto ser amados que estamos inclinados a aferrarnos a las personas que nos ofrecen amor, afecto, amistad, cuidado o apoyo. Cuando hemos visto o sentido un indicio de amor, queremos más. Las disputas de los enamorados son discusiones entre personas que quieren más del otro, de lo que el otro, es capaz o está dispuesto a ofrecer. Es muy difícil que el amor no se vuelva posesivo, porque nuestros corazones, buscan el amor perfecto y ningún ser humano es capaz de darlo. Solo Dios puede darnos un amor perfecto”.

La fe, junto con el amor y la esperanza, son el trípode fundamental llamado virtudes teologales, y con ella, con la fe, pasa algo similar a lo que nos ocurre con el amor a Dios, y es que nos creemos que nuestra fe la hemos generado nosotros, es decir, que nuestra mente razonando ha llegado a generar fe en nosotros. Nada más apartado de la realidad. La fe es un don de Dios, que él dona a quien le parece y cuando le parece; nosotros al igual que pasa con el amor, lo único que podemos hacer es tener deseos de tener fe, pero somos incapaces de generar nuestra propia fe prescindiendo de Dios. Ahora, eso sí, lo mismo que pasa con el amor, Dios siempre le dona la fe al que tiene deseos de adquirirla.

Esta puede pensarse que es la tragedia del que no tiene fe. Porque si para adquirir la fe, hay que tener primeramente deseos de tener fe, ¿cómo es posible, que alguien tenga deseos de creer, en lo que no cree, que existe? “Prima facie, el problema es irresoluto, pero pensemos que Dios nos ama tanto que es imposible que no haya un camino de solución.

Tanto para el amor como para la fe, el Señor cuando crea una criatura humana, implanta en ella unos anhelos e instintos, que correctamente desarrollados por la persona de que se trate, ineludiblemente le llevan a esta por el camino de amor hacia Dios. Como consecuencia de estas semillas o improntas con las que nacemos, el hombre es un ser que no puede vivir sin amor, necesita amar y que le amen. Ha nacido por razón de amor, y necesita el amor para vivir como necesita la respiración.

De otro lado y con respecto a la fe, siente una viva inquietud de buscar y encontrar a Dios. Mira a su alrededor y a medio tonto que sea, enseguida se pregunta: ¿Quién ha hecho todo esto? ¿Dónde está el hombre que jamás se haya planteado en su mente, la existencia o inexistencia de Dios? Todos hemos nacido con esa inquietud con esa impronta divina que nos lanza a la búsqueda de nuestro Creador.

Para aquellos que han tenido la dicha de haber sido bautizados, las semillas de la fe y del amor con las que todas las personas nacen, se ve reforzada por la inhabitación del Espíritu Santo en el alma humana. En estos casos como consecuencia del sacramento del bautismo, el alma humana, se convierte en templo vivo de Dios. Y a mi juicio, recibe una hoguera con su mecha preparada para ser encendida. Más adelante, si tarde o temprano, con su acercamiento a Dios, con su oración, la persona bautizada llega a encender esa hoguera, esta puede tomar caracteres de incendio inextiguible, porque Dios es un fuego que devora. A partir del momento en que la mecha de la hoguera haya sido encendida, el alma, solo ha de hacer dos cosas; seguir orando y abandonarse en Dios, dejarse llevar por Él, no pretendiendo hacer nada por cuenta propia. Así esa alma será eternamente dichosa.

Tanto el amor, como la fe, y también la esperanza, son tres virtudes que aumentan y disminuyen en el alma humana al unísono, crecen y decrecen siempre con la misma fuerza e intensidad, por lo que el incremento de nuestro deseo de amor a Dios, siempre aumentará nuestro deseo de tener más fe, al igual que un aumento del don de nuestra fe, nos avivará siempre el deseo de amar más al Señor.

Para el no bautizado, hay que poner de manifiesto, que a los bautizados se nos medirá con una vara más severa que al no bautizado, que perfectamente puede salvarse, en razón del bautismo de deseo, si en su vida, no ha tenido oportunidad de conocer al Señor, y siempre haya actuado conforma a los cánones morales de su conciencia.

En la Encíclica Veritatis splendor, de Juan Pablo II, se puede leer: Ella (la Iglesia) sabe que precisamente por la senda de la vida moral está abierto a todos el camino de la salvación, como lo ha recordado claramente el concilio Vaticano II: «Los que sin culpa suya no conocen el evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna». Y prosigue: «Dios, en su providencia, tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocer claramente a Dios, pero se esfuerzan con su gracia en vivir con honradez.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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