martes, 26 de julio de 2011

UNA HISTORIA REAL CON ÁNGEL DE LA GUARDA



Como colofón al artículo del pasado jueves “Científicos rusos demuestran que existe el ángel de la guarda”, me envía mi primo Gonzalo desde la Argentina una hermosa anécdota que le aconteció el 19 de abril de 1912 al Papa Pío X y al santo italiano conocido como Don Orione.

Para ponerles a Uds. en contexto - en España no es tan conocido, en Argentina lo es más - Luigi Orione, conocido como Don Orione (1872-1940), es un santo italiano canonizado por Juan Pablo II en 1984 que misionó en Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, países en los que se le profesa merecida veneración. Ordenado sacerdote en 1895, es el fundador de multitud de órdenes misioneras, como la Pequeña Obra de la Divina Providencia, conocida también como Obra Don Orione, los Ermitaños de la Divina Providencia, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, las Hermanas Adoratrices Sacramentinas, y con ellas de toda una serie de cottolengos para refugio de lo que Luca de Tena daba en llamar los renglones torcidos de Dios, esas criaturas de Dios que por esos misterios insondables de la creación vienen al mundo con taras monstruosas que no les restan un ápice de dignidad humana.

La anécdota se revela en el libro Vida de Don Orione de Juan Carlos Moreno (Ediciones Dictio, 1980), y reza como sigue:
Pío X recibió afablemente a Don Orione, quien lo puso al tanto de los progresos conquistados en la Vía Apia Nueva, la Patagonia italiana, sugiriéndole la necesidad de erigir allí un gran templo. El Pontífice le prometió levantar en aquel barrio la Parroquia de Todos los Santos, que pondría bajo la dirección de los Hijos de la Divina Providencia. En efecto, en 1920 inauguró el tempo en las afueras de San Juan de Letrán, y Don Orione designo primer párroco a Don Roberto Rizzi.

Al ver Don Orione la paternal benevolencia que le dispensaba el papa, animóse a expresarle el anhelo que guardaba en su corazón.
-Santo Padre: deseo pedirle una gracia muy grande”.
-Veamos en qué consiste esta gracia tan grande - dijo Pío X, sonriendo.

Expúsole Don Orione confiadamente los fines principales de sus instituto y le rogó, puesto que hacer los votos perpetuos, se dignara recibirlos personalmente. Pío X accedió. Don Orione, pensando que debía hacerlos en otra audiencia, siguió hablando, y al concluir su exposición y disponerse a salir, preguntó:
-“¿Cuándo puedo venir, santo padre, para hacer los santos votos?”
-“¡Pues, ahora mismo!” - respondió el Papa.

Profundamente emocionado, Don Orione se arrodilló, abrazando y besando los pies del venerable pontífice. Extrajo de su bolsillo el estatuto de los Pequeños Hijos de la Divina Providencia y lo abrió en la página señalada con la fórmula del juramento. En ese instante solemne recordó, consternado, que era necesaria la presencia de dos testigos, y no había allí quienes pudieran oficiar, pues la audiencia era privada. Alzando los ojos, imploró:
-Padre santo, se necesitan dos testigos... a menos que Vuestra Santidad se digne dispensar
El Papa miró con beatífica sonrisa al hijo fiel que tenía a sus plantas:
-Harán de testigos mi ángel de la guarda y el tuyo”.

Y allí, postrado ante el vicario de Cristo, Don Oriones formuló sus votos perpetuos. (op. cit. cap. XXIV, pág. 155/56).

Luis Antequera

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