domingo, 31 de julio de 2011

¿DÓNDE ME ENCUENTRO YO AHORA?



Es esta una pregunta muy frecuente…, que interiormente siempre se hace el que camino al encuentro con el Señor.

Antes de entrar directamente en el tema, es decir, de comentar esta pregunta, es conveniente tener unas ideas claras aunque breves, de los que son y representan los caminos al encuentro con el Señor.

Y hablo de caminos en plural, pues no existe un único camino, los caminos son tantos como seres humanos somos. Dios nos hizo a todos diferentes, como diferentes son los animales de una misma especie, aunque por falta de experiencia no vemos ni distinguimos, que la cabeza de un caballo, por ejemplo, es siempre distinta en sus facciones a la de otro caballo, y también por falta de experiencia, nos parezcan que todos los chinos son iguales. La capacidad creadora de Dios es infinita y omnipotente, y solo tenemos que salir a un parque o al campo, para ver que nunca se encuentran dos árboles de la misma especie iguales, ni dos plantas ni dos flores. La simplicidad y la pluralidad en la simplicidad, son cualidades exclusivas de Dios. Por lo tanto, cada ser humano tiene un camino distinto para llegar a Dios, dentro de la guarda de sus mandatos y de la guía del magisterio de su Iglesia.

Escribía el Cardenal Ratzinger: Cada hombre es un individuo único que no se repite nunca. Dios nos quiere a todos en nuestra singularidad irrepetible. Esto significa, por tanto, que llama a cada hombre sirviéndose de un concepto, que solo Él conoce y pertenece exclusivamente a Él. Como toda persona es única e irrepetible, cada uno de nosotros tiene un camino singularísimo que recorrer. Desde el instante de nuestra creación individual, Dios nos implanta su dirección espiritualizante en lo más íntimo de nuestro ser. Y al hacerlo Dios nos consagra para Sí. El sacramento del Bautismo, nos añade una cualidad más y es la de ser hijos de Dios por adopción, y lo seremos durante toda nuestra vida y en la eternidad, si es que aceptamos el amor que Dios nos ofrece, si no lo aceptamos dejaremos de ser hijos de Dios, porque el que acepte esta situación no aceptando el amor que Dios le ofrece, adquirirá la naturaleza de condenado.

Si examinamos los escritos de los distintos santos y exégetas que se han ocupado de informarnos de su camino hacia Dios, veremos que ninguno coincide en lo accesorio, aunque si en lo fundamental. Así tenemos: La Subida al Monte Carmelo, de San Juan de la Cruz. El Castillo interior o las Moradas de Santa Teresa de Jesús, Las cinco clases de lágrimas, de Santa Catalina de Siena. “Las cuatro estaciones del P. Molinié. Las nueve rocas del Beato Enrique Susón. Las tres noches del espíritu y los Umbrales críticos de la génesis espiritual", de Nemeck y Maria Teresa Coombs.

Pero lo más conocido son las tres clásica vías, del camino del alma para acceder al Señor, estas son: la vía purgativa, la vía iluminativa, y la vía unitiva. En síntesis todo el proceso de acercamiento del alma al Señor, es un camino de perfección, cumplimentando el mandato divino: Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48). La conducta humana tiene este fin para al final alcanzar la unión con Cristo, que ahí el nombre de vía unitiva. Por mi parte, yo siempre he visto que existe una primera fase de Búsqueda de Dios, porque todo ser humano nace con la impronta o huella puesta por su Creador, que da cumplimiento al principio, de que todo lo creado retorna a su creador. Cuando se encuentra a Dios, al alma entra en una segunda fase de Amar a Dios”, porque el que verdad lo encuentra no puede por menos de amar a su Creador. Y en la medida que aumente ese amor, porque el amor siempre es dinámico, si no avanza retrocede, se entra en la tercera fase, la de Entregarse a Dios, y en ella al final de ella se encuentra a Dios dentro de sí mismo, y se puede llegar a la perfecta unión con Dios y poder decir como dijo San Pablo: Vivo yo, pero no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mi (Ga. 2,20). Pero para poder llegar a decir esto… ¡tela! No se tomó Zamora en una hora, y son muchas, muchísimas las horas y no los meses sino los años, luchando ascéticamente con perseverancia.

Por ello uno se desespera y se pregunta: ¿Dónde me encuentro yo ahora? No te conozco lector, y no te puedo contestar pero si me contesto a mí mismo y veo que estoy a años luz. En la vida espiritual, se llega a un punto en que uno vive habitualmente en gracia de Dios y sabe ciertamente que si persevera así, se salvará. El problema radica entonces, en saber cómo se salvará, con mayor o menor grado de santificación pues el grado de amor, de entrega al Señor y de purificación de nuestras falta y pecados, que se tenga cuando Dios le llame a uno, ese será el grado de gloria que se habrá alcanzado y no podrá ser modificado. Ahora aún estamos a tiempo de mejorar nuestro grado, después aunque nos salvemos no habrá posibilidad alguna ni de mejorar pero tampoco de empeorar. Es este un deseo, que siempre le nace al que se esfuerza en amar al Señor y es lógico que así sea, pues los humanos, al igual que los animales, somos seres muy curiosos, siempre queremos saber dónde estamos y que terreno pisamos.

Pero en esta materia de la vida espiritual, el Señor no está por la labor, no nos da señales, ni nos dice nada. Uno lee y busca opiniones de maestros espirituales y santos, y nadie le concreta, así por ejemplo te dicen: La vida sobrenatural crece en nosotros misteriosamente y en silencio, pero imprime a la existencia de la persona en su conjunto una dinámica de progresiva madurez humana y cristiana. Hay una correlación directa entre la expansión interior de esa vida y el desarrollo espiritual del creyente en su condición temporal. Es una semilla que toma cuerpo mediante el impulso de la gracia divina y con la acción virtuosa y constante de la persona. Dice el Evangelios: “La tierra da el fruto por si misma: primero hierba, luego espiga, y después trigo abundante (Mc 4,28).

Si no apreciamos nuestro progreso espiritual en la vida devota, tal como quisiéramos, no nos turbemos…. El labrador no será nunca reconvenido por no lograr pingüe cosecha, pero sí de no haber labrado y sembrado bien sus tierras. Sí, todo esto está muy bien y es muy bonito, pero yo me sigo preguntando: ¿Dónde estoy yo? ¿Me falta mucho?

El maestro Lafrance, escribe a este respecto: Cuanto más se avanza en la vida espiritual más se da uno cuenta de que se tienen muy pocos puntos de referencia. Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia; sabemos bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida, cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde debemos dejarnos guiar, fieles a las mociones del Espíritu. Hay señales evidentes que podemos considerar, como es el hecho de haber prosperado en la oración e indudablemente; progresar en la oración es progresar en la vida espiritual, y progresar en nivel espiritual, es caminar más cerca del Señor, pero esta es una señal muy vaga, porque cuanto más avanzas en la oración, menor es tu sentimiento de que progresas, más aún, algunos días te perece que retrocedes…. No hay vida de oración que no sufra la experiencia dolorosa del largo túnel y de la interminable noche oscura.

Se puede considerar otra señal, cual es la de pensar que hemos comenzado a conocer a Dios, pero ella como algunas otras es imprecisa. La señal de que has empezado a conocer a Dios, no se encuentra en las hermosas ideas que tienes sobre Él y mucho menos en el gozo que te procura la oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más, nos dice Lafrance. Entre otras muchas señales todas ella imprecisas, se puede señalar el hecho de que cuando una alma avanza en el desarrollo de su vida espiritual, mentalmente, las piezas de ese rompecabezas, que todo ser tiene acerca de Dios y de su conocimiento, se le empiezan a encajar de una forma sorprendente, uno encuentra explicación lógica, a muchas cuestiones que durante años se ha estado preguntando y nadie le ha sabido responder. Al menos esto es una experiencia propia, pero tampoco esto quiere decir nada.

Solo hay una cosa cierta y es que Dios no quiere que nadie sepa donde se encuentra, y no quiere por nuestro propio bien, ya que el conocimiento de esta circunstancia es indudable que merma nuestra humildad y aumenta nuestra soberbia. Por ello, ante todo fomentemos nuestra humildad que bien falta que nos hace, al menos desde luego al que escribe. San Pedro de Alcántara, en relación a este tema escribía: Para la presunción, de que uno está cerca del Señor, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en comparación de los que desean.

Hay algo muy cierto, que debemos de considerar. Quienes piensan que han llegado, han errado el camino. Quienes creen haber alcanzado su meta se han extraviado. Quienes piensan que son santos son demonios. Y tengamos siempre presente, que una parte importante de la vida espiritual está hecha, de ansia, espera, esperanza y expectación. El amor a la voluntad de Dios, es una señal evidente de progreso espiritual, y ella nos lleva a considerar que si la voluntad de Dios es que prosperemos en la oscuridad, de la misma forma que la fe es también oscuridad para los ojos de nuestra cara pero no para los de nuestra alma, caminemos en oscuridad que el Señor sus razones tendrá y sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene.

No hay que correr a la santidad más rápido de lo que Dios quiere. Él conoce nuestra flaqueza y fragilidad, nunca nos coloca en una prueba de fe demasiada difícil. No nos impacientemos por creer que vamos despacio, Él sabe muy bien cuál ha de ser nuestro ritmo de crecimiento, y hay que estar seguros, de que nunca nos sacará de este mundo, antes de haber dado de sí espiritualmente, todo lo que podamos llegar a dar. El desea más que nosotros la mayor gloria posible para cada una de sus almas. La fe, la paciencia y la obediencia, son las únicas guías que nos ayudan a avanzar de forma serena a través de la oscuridad, sin mirarnos a nosotros mismos.

Y sobre todo no olvidemos un dicho de la vida terrenal que es aplicable a la vida espiritual y que dice que: En esta vida lo que muy deprisa entra, muy deprisa sale. Seamos pacientes que es así como el Señor desea que seamos. Recordemos los conocidos versos de Santa Teresa de Jesús, que comienzan diciendo: Nada te turbe, nada te espante…. La paciencia todo lo alcanza.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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