jueves, 21 de julio de 2011

SON AGNÓSTICOS, NO PRACTICAN O TIENEN "IDEAS RARAS", PERO EN UN MONASTERIO ENCUENTRAN PAZ



Testimonios del descanso del alma.

Una tercera parte de los ocupantes de las hospederías no son precisamente devotos. Lo que más valoran son «los miles de atenciones de los monjes».

¿Qué es lo que buscan quienes eligen la hospedería de un monasterio para unos días de descanso vacacional?

Los más, un retiro para el alma, o compartir en lo posible la vida de los monjes, o dedicar un tiempo a Dios que las obligaciones cotidianas no permiten.

Pero una tercera parte de quienes las ocupan durante todo el año son ateos, o agnósticos, o católicos no practicantes que no van buscando avivar su fe, e incluso personas con algunas "ideas raras" sobre el espíritu y sus exigencias y que no han puesto jamás los pies en una iglesia.

Y, sin embargo, también se llevan "algo" de los monjes, y es lo que más valoran: sus atenciones. "Miles de atenciones", para ser más precisos, dice Valérie, una administrativa de 43 años que confiesa al diario La Croix que está pasando unos días en la abadía benedictina de Notre-Dame de la Pierre-qui-Vire para reponerse de problemas de salud.

La serenidad del lugar.
Un caso parecido es el de un asistente social suizo, de 53 años, bautizado pero que apenas se considera creyente, y que ha acudido al monasterio por segunda vez a pasar una semana lejos del estrés de su actividad diaria, y a disfrutar de "esa hora en la que el sol declina y se escucha el canto de los monjes para completas apagando las últimas inquietudes del día y antes de perderse en el silencio de la noche". Christian saborea la serenidad del lugar, pero "¿sólo el murmullo del bosque de Morvan, o también la oración intensa de esos hombres de aspecto sombrío?".

"El año pasado llegué casi por azar, siguiendo el consejo de un colega que había peregrinado a Santiago de Compostela, y atraído por una foto aérea de este monasterio. Acababa de separarme de mi mujer. Tenía necesidad de reencontrarme a mí mismo". Este segundo año ya sabe lo que se va a encontrar: "Tranquilidad".

"Mientras Christian se busca a sí mismo, Jacques, juez, reza de rodillas en el templo, a pocos metros. No es un hombre muy practicante, pero viene a este monasterio desde hace treinta y cinco veranos a vivir "sus únicos momentos religiosos del año, el único medio de cortar con el mundo". ¡Las primeras veinticuatro horas de estancia se las pasa durmiendo!"

Acogida en Cristo.
El éxito en Francia de la película De dioses y hombres ha puesto de moda este tipo de descanso, donde los monjes, fieles a la Regla de San Benito, acogen a todo el que llegue "recibiéndolo como a Cristo": "Acogemos de buen grado a personas que pueden parecer fuera de los caminos de la Iglesia, pero en quienes apreciamos una actitud de búsqueda honesta, porque en tal caso Cristo no anda lejos", explica el padre Guillermo, el hospedero.

Como Nelly, de 58 años, asistenta: "Acabo de vivir una dura prueba sentimental. Estoy también en el final de mi vida profesional. Necesito un retiro", comenta para explicar por qué visita por primera vez una abadía.

Nelly es de las que vienen con "ideas raras", buscando "energía espiritual". Como Estelle, de 34 años, profesora, que medita "para tomar conciencia en relación al Todo".

Pero ambas se felicitan "de la gran acogida de los monjes". "Amo la libertad de este lugar", afirma Estelle, "aquí no he encontrado nada que me constriña: están los oficios, pero no es obligatorio asistir".

El acompañamiento.
Casi todos los hospedados acaban conversando con los monjes. El padre Antonio, vicehospedero desde hace veinticinco años, cuenta que "si piden acompañamiento espiritual o plantean alguna cuestión tras el comentario de las Escrituras que les proponemos cada mañana, sí puede ser la ocasión de ir más lejos".

Fue el caso de Fabrice, de 39 años, profesor de teatro en París, quien hace cinco años llegó para hacer un documental sobre el monasterio. Cuando le propusieron uno de esos "acompañamientos" y dijo que sí pensando que un monje le ayudaría en su tarea, le sorprendió la frase del religioso benedictino: Le escucho!"

Fue el inicio de una gran amistad, y Fabrice, desde entonces, no falta nunca: "Cuando estoy en el monasterio, reencuentro mis raíces".

C.L/ReL

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