Es esta una pregunta, que ciertas personas se hacen, cuando han alcanzado un cierto nivel de vida espiritual, sobre todo si están en la tercera edad.
Y al decir “después”, no me estoy refiriendo al paso a la otra orilla, sino a algo que nos puede ocurrir en este lado del río.
Cuando se es niño o joven el tiempo carece de valor, es más existe un desmedido afán en que este pase deprisa, para alcanzar pronto las metas soñadas y anheladas. Es un verdadero contrasentido decir que el tiempo pasa deprisa o despacio, pues su ritmo de cadencia es siempre el mismo. Somos nosotros, los que movidos por nuestros deseos, bien sean estos, de conseguir rápidamente un bien o una situación o por el contrario, movidos por el deseo de apegarnos a esta vida, los que creemos que el tiempo pasa lento o rápido. No he visto todavía a un niño o a un joven, quejarse de lo deprisa que pasa la vida, y por el contrario todas las personas maduras y no digamos ya las que se encuentran en la tercera edad, piensan que la vida es muy corta y que se les ha pasado deprisa.
Quiero hacer un paréntesis para decir, que hay que llamar a las cosas por su nombre y no buscar eufemismos. Lo de la “tercera edad”, no me cuadra, yo soy viejo y estoy muy orgulloso de serlo, y no me molesta que me llamen viejo me halaga, pues es signo de que he tenido el regalo de Dios, de darme más tiempo para que me arrepienta de mis errores, y tenga en una más larga, ocasión de servirle. Me resulta ridículo ese afán desenfrenado de quitarse años sea como sea. ¿Pero a quien se quiere engañar? Estas personas solo se engañan a sí mismas y en su afán de aparentar lo que no son, quieren llevar el ritmo de vida, las costumbres y las vestimentas de los jóvenes como si ellos lo fuesen; el resultado es hacer el ridículo y tirar por la borda el señorío, el respeto, la serenidad, la sabiduría y la pátina que nos dan los años. Y esta pátina del tiempo, no solo la adquieren las personas, sin o también las obras creadas. Estoy seguro que los cuadros de Velázquez, por ejemplo, recién pintados carecían del grado de apreciación y admiración de que ahora gozan. Y no digamos nada sino nos referimos a su valor monetario, aquí la pátina económica se dispara.
El origen generador de estas conductas apreciaciones y situaciones que las personas de edad superior, ellas mismas se crean, en se encuentra en el dichoso “apego a la vida en este mundo”, que en general avanza en la misma medida que avanzan los años de las personas. Distingamos, cuando digo “apego a la vida” y le añado el apéndice “en este mundo”, porque no me refiero al sano instinto de conservación con el que Dios nos ha dotado a todos, y que nos obliga a cuidar de nuestro cuerpo subsanando en la medida que nos sea posible sus enfermedades. Me refiero al apego que se tiene a la vida, a no morirse nunca a tratar de perpetuarse en este mundo. El apego a la vida que este mundo nos proporciona, tiene en la persona una fuerza directamente proporcional, al grado de vida espiritual que esta persona tenga. Cuanto mayor es el nivel de vida espiritual que se tenga, menor será este apego a la vida y a lo que este mundo ofrece.
En general, el mayor nivel de vida espiritual, más se encuentra en los viejos que en los jóvenes. Es lógico que así sea, pues en la medida que avanzan los años, y la persona de que se trate va aumentando su nivel de vida espiritual, ella ve, que después de luchar mucho y conseguir los bienes, el estado social o las metas que soñaba, estos resultados no le han satisfecho y empieza a darse cuenta de que siempre hay una pregunta ¿Y después qué? Ya he luchado y he obtenido lo que deseaba, pero detrás hay una insatisfacción. Y hay una insatisfacción porque la felicidad humana lleva siempre aparejada la tara de la insatisfacción, ya que esta felicidad no es nunca perfecta. Y no es nunca perfecta, ni lo será, ni lo puede ser, porque siempre tiene un fin y la felicidad para la que estamos hechos carece de fin, es ilimitada.
Todo esto determina, que la persona vieja que ha luchado y unas veces ha conseguido su objetivo pero otras no, en ambos casos, cuando se le presenta una nueva posibilidad de lucha, se pregunta: Bueno me meto en esta lucha, ¿Y después qué? Para que voy a dedicarme a una nueva lucha con objetivos materiales, si lo que voy a conseguir no me va a satisfacer. Es decir, esta persona ha alcanzado un nivel de vida espiritual, que le permite tener visión de águila, pero hay personas también de la misma edad que siguen con vista de ratón apegadas a este mundo, y no reaccionan, es más desgraciadamente se mueren con su vista de ratón.
Se haya triunfado o fracasado en el orden material en esta vida, el que se ha preocupado de vivir siempre en amistad y gracia de Dios, y de avanzar en el su vida espiritual, claramente se da cuenta que el triunfo final está, en las manos de que se ha preocupado de atesorar bienes espirituales: “No alleguéis tesoros en la tierra donde la polilla y el orín los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban”. (Mt 6,19-20). Dice San Agustín, que estás de paso en este mundo, y no que pongas tu afecto en lo que ves. Mira y pasa y procúrate una buena morada donde para siempre habrás de vivir.
Antes he dicho que: En general, el mayor nivel de vida espiritual, más se encuentra en los viejos que en los jóvenes. Pero hay que tener presente que en gente muy joven, por deseos divinos, también a ellos se les se les despierta la vocación de ser firmes inquilinos de cielo. Pero también desgraciadamente, los hay viejos y jóvenes, que se mueren si saber ni tener interés en saber, de que va eso de vida espiritual y de la salvación del hombre. Y lo que es más peligroso todavía, es saber que nos gobiernan personas que no solo están en este último grupo, sino que además se jactan de ello.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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