domingo, 27 de septiembre de 2009

UN OSO CON PASAPORTE...


Lograr la sencillez de un niño no es fácil. Y es que, el niño vive para los demás, es generoso y no le preocupan tantas cosas.

Ayer salí a recoger al aeropuerto a mi hermano Carlos. Venía acompañado de mi cuñada Pilar y de sus dos primores de niñas: Paola, de cuatro años de edad y Mercedes, que tiene dos. De camino a casa, mi hermano me contó la última de Mercedes. Resulta que, la noche anterior al viaje, la niña se acercó a mi hermano y le dijo:
-Papi, creo que Choco quiere venir de viaje con nosotros, me lo ha dicho hace cinco minutos.
Choco es el oso de peluche con el que duerme y que va a todas partes. Más tarde, Merche se acercó a su papá y le dijo al oído:
-Ya está decidido. Choco viene con nosotros".
Mi hermano, probando su reacción le respondió:
-Imposible, cariño! Choco no tiene boleto de avión, ya es de noche. Además, no le hemos tramitado el pasaporte y no puede viajar".
¡Sorpresa! he aquí la respuesta de la pequeña Mercedes:
-"Papá, pero si Choco es tan sólo un muñeco. No necesita boleto ni pasaporte para viajar.

Jesús lo dijo sin darle muchas vueltas. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Si no sois sencillos y no tenéis el corazón abierto, ni seréis felices ni serviréis para nada y Dios os mirará un poco desconcertado, como quien tiene que adivinar un jeroglífico.

El nuestro es un mundo donde la tecnología se impone. La meta es estar a la vanguardia en todo. Se trata de aplicar al máximo la ley del mínimo esfuerzo. Se busca lo fácil, lo cómodo y confortable. Sin embargo, los hombres de hoy, somos cada vez más complicados, menos sencillos. Por ello, siento una alegría inmensa cada vez que tengo la oportunidad de hablar con los niños. Aunque soy yo muchas veces su profesor en el colegio, son ellos los que me dan estupendas lecciones de vida. Ven las cosas como son. Saben disfrutar de lo pequeño. Quieren a todos sin preguntarse si se lo merecen o no. Te abren el alma de par en par con la mirada y la sonrisa. Todo eso es lo que va llenando los rincones de una persona de verdadera alegría.

Nunca olvidaré uno de los libros que más me ayudó en los años de mi adolescencia. Se trata de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Este pequeño personaje, topándose con personas mayores de diversos tipos: el mismo autor como piloto de avión, un Rey, un borracho... llega a la siguiente conclusión:
Las personas mayores son muy complicadas, nadie las entiende.
Era su alma inocente de niño la que le permitió descubrir un cordero dentro de una caja dibujada por el autor en medio del desierto. Era ese afán incontenible de los niños a conocer y descubrirlo todo, lo que le hacía no renunciar jamás a una pregunta una vez que la había formulado. Hoy, ¿qué piensan los niños de nosotros, personas mayores? Cuánto necesitamos de ese hacernos como niños. Y pensar que todavía existen personas en este mundo que se oponen a los niños. Personas que promueven el aborto. Personas a favor de los controles de natalidad. Países donde los niños son meras mercancías de tráfico de órganos. Naciones en las que son explotados, maltratados y sometidos a intensas jornadas de trabajo.

Yo sé que lograr la sencillez de un niño no es fácil. Y es que, el niño vive para los demás, es generoso y no le preocupan tantas cosas. A los hombres, lo normal no es que nos falten cosas, sino que nos sobra orgullo, ganas de aparentar, afanes por darnos importancia. Es entonces cuando nos complicamos gratuitamente la existencia. El pasado dos de enero se celebró en Roma el Jubileo de los Niños. Acudieron a la cita miles y miles de niños de todas partes del mundo. Viendo por la noche el reporte del telediario, (todo eran rostros alegres, dulces, limpios, puros...), me dieron ganas de volver a ser niño. Sé que físicamente no podré volver a los cinco o siete años de edad. Pero sí, sí puedo ser niño en mi alma, en mi corazón, en mi espíritu y en el modo de afrontar cada día mi trabajo y mi trato son los demás. Cada uno puede volver a ser niño. Basta que lo queramos de verdad.

Amemos a los niños. Descubramos ese tesoro gratuito que está al alcance de la mano. No hace falta ir a un colegio, a un orfanatorio, no. Los tenemos quizá en casa, en el piso del vecino, en medio de la calle jugando junto a nuestro coche... Entonces, ¿por qué afanarse y gastar tanto por otros tesoros, cuando tenemos miles de tesoros infinitamente más enriquecedores, al alcance de la mano y gratis? ¿Por qué complicarse la vida pensando si Choco tiene boleto de avión y pasaporte para viajar? Tan sólo es un muñeco, no lo necesita.
Autor: Nacho Beguiristáin

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