Por: n/a | Fuente: PorTuMatrimonio.org
El día de nuestra boda, ese día donde decimos sí a nuestra unión de amor
ante Dios y ante los hombres, es un momento transformador en nuestra jornada de
vida.
Podemos decir que de alguna manera la historia del ser humano de divide
en antes y después de casarse ya que es ese instante cuando dejamos de ser un
solo ser, una sola persona, para convertirnos en un solo ser y tres
personas.
¿CUÁLES
SON ESAS TRES PERSONAS?
El esposo, la esposa y Dios. Ese es el plan de Dios para el
matrimonio. Dios nos creó hombre y mujer para que uniéndonos en una sola
carne en mutuo amor y sellados y unidos en el amor de Dios, nuestro matrimonio
sea el reflejo del Amor de Dios en la Tierra. En otras palabras, nos
convertimos en la imagen de la Trinidad Santa en este mundo.
Sin lugar a dudas, decirle sí a la vocación del matrimonio es uno de los pasos más importantes (si
no el más importante) que daremos en nuestra vida.
¿CUÁLES
SON LAS IMPLICACIONES?
Las implicaciones para la pareja, la familia que formarán, la sociedad y
la Iglesia son enormes. Por ello, cuando preparamos nuestra boda, debemos
tener en claro lo que implica esta verdad. De no hacerlo, corremos el
peligro de pensar que el matrimonio, el Sacramento, se reduce a la
planificación del día de nuestra boda.
Hoy en día, son muchos los que dedican más
tiempo, esfuerzo, atención y aun estrés a buscar:
- La iglesia más bonita
- El vestido más bello,
- El lugar de recepción más elaborado,
- Los arreglos florales más vistosos,
- La comida más elegante,
- El fotógrafo mejor y más profesional y un sinfín de cosas y gastos
para asegurarse de que nuestra boda “sea la mejor”.
Pero son pocas las veces en que las parejas piensan en lo
más importante. Pocas
somos las parejas que se enfocan en el tiempo que invertirán en una buena
preparación matrimonial, en conversar profundamente sobre cómo vamos a llevar
nuestra vida familiar y espiritual, cuáles son los valores bajo los cuales
regiremos nuestra vida juntos y la de nuestros hijos, cómo practicaremos y
fomentaremos nuestra fe; en fin, como vamos a hacer de Dios el centro y la roca
en la cual fundamentaremos nuestro matrimonio y familia.
Es triste ver cuántas parejas gastan sin medida y pasan cientos de horas
y miles de dólares planeando su boda, pero se quejan luego de que la
Iglesia les pida uno o dos días de preparación matrimonial, cuando se ha
demostrado que las parejas que viven una buena preparación matrimonial reducen
drásticamente la incidencia de divorcio y disfrutan de matrimonios más sanos y
felices.
Es impresionante ver cuántas parejas se unen simplemente por pasión, por
no sentirse que están sin pareja (como sus amistades), para llenar el vacío de
la soledad o para tener quien les sirva, sin tener un concepto claro de lo que
verdaderamente es el matrimonio, según el plan de Dios, o de lo que el
amor conyugal verdadero y maduro implica: un amor
total, libre, fiel y fructífero.
VIVIR
LA REALIDAD
Notamos con frecuencia que cuando las parejas comienzan a vivir la
realidad de la vida diaria, cuando enfrentan el proceso de adaptación de dos
vidas con diferentes pasados y trasfondos, cuando se dan cuenta que el amor
conyugal exige sacrificios y no es solo disfrutar de compañía y beneficios,
cuando se dan cuenta que el amor maduro implica no buscar egoístamente el
bien propio sino el bien del ser amado, muchos terminan separándose y aun
divorciándose, reduciendo así al Sacramento a poco más que un experimento para
encontrar una felicidad que es vana y pasajera.
Procuremos pues durante el tiempo de nuestro compromiso nupcial,
centrarnos en lo que de verdad importa. Busquemos entender el verdadero
significado y compromiso de esta unión, comprometernos a esta maravillosa
vocación de vida que es el matrimonio, creado y diseñado por Dios para la
felicidad de los cónyuges y la continuación de la vida humana. Recordemos
que la boda dura un día, pero el matrimonio, ¡toda
la vida!
Publicado originalmente en: Portumatrimonio.org
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