A continuación, la homilía completa del Papa Francisco en la mañana de este domingo 3 de julio en la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro para la comunidad congoleña de Roma:
Bobóto [Paz] R/ Bondeko
[Fraternidad]
Bondéko [Fraternidad]
R/ Esengo [Alegría]
Esengo, alegría:
la Palabra de Dios que hemos escuchado nos llena de
alegría. ¿Por qué, hermanos y hermanas? Porque, como dice Jesús en el
Evangelio, "el Reino de Dios está cerca" (Lc
10,11). Está cerca: aún no se ha alcanzado, está
parcialmente oculto, pero está cerca de nosotros. Y esta cercanía de
Dios en Jesús, esta cercanía de Dios que es Jesús, es la fuente de nuestra
alegría: somos amados y nunca estamos solos.
Pero la alegría que proviene de la cercanía de Dios, aunque da paz, no
nos deja tranquilos. Da paz y no nos deja en paz, una alegría especial. Provoca
un cambio en nosotros: nos llena de asombro, nos
sorprende, nos cambia la vida.
Y el encuentro con el Señor es un continuo comienzo, un continuo dar un
paso adelante. El Señor siempre está cambiando nuestras vidas. Esto es lo que
les ocurre a los discípulos en el Evangelio: para
anunciar la cercanía de Dios se van lejos, se van de misión. Porque los
que acogen a Jesús sienten que deben imitarlo, hacer como él, que dejó el cielo
para servirnos en la tierra, y salir de sí mismo.
Por eso, si nos preguntamos cuál es nuestra tarea en el mundo, qué
debemos hacer como Iglesia en la historia, la respuesta del Evangelio es clara:
la misión. Ir en misión, llevar el anuncio, dar a
conocer que Jesús ha venido del Padre.
Como cristianos, no podemos contentarnos con vivir en la mediocridad. Y
esto es una enfermedad; muchos cristianos, incluso todos nosotros, corremos el
peligro de vivir en la mediocridad, contando con nuestras oportunidades y
conveniencias, viviendo al día. No, somos misioneros de Jesús. Todos somos
misioneros de Jesús. Pero puedes decir: "No sé
cómo hacerlo, no soy capaz".
El Evangelio nos vuelve a asombrar, mostrándonos al Señor enviando a los
discípulos sin esperar a que estén preparados y bien formados: no llevaban mucho tiempo con Él, y sin embargo los envía.
No habían estudiado teología, y sin embargo Él los envía. Y la forma en
que los envía también está llena de sorpresas. Por lo tanto, captemos tres
sorpresas, tres cosas que nos sorprenden, tres sorpresas misioneras que Jesús
reserva para los discípulos y nos reserva a cada uno de nosotros si le
escuchamos.
Primera sorpresa: el
equipamiento. Para ir en misión a lugares desconocidos hay que llevar varias
cosas, sin duda las esenciales. Jesús, en cambio, no dice lo que hay que
llevar, sino lo que no hay que llevar: "No
llevéis bolsa, ni saco, ni sandalias" (v. 4). Prácticamente nada: sin equipaje, sin seguridad, sin ayuda. A menudo
pensamos que nuestras iniciativas eclesiásticas no funcionan bien porque nos
faltan estructuras, nos falta dinero, nos faltan medios: esto no es cierto.
La refutación viene del propio Jesús. Hermanos, hermanas, no confiemos
en las riquezas y no temamos nuestra pobreza, material y humana. Cuanto más
libres y sencillos, pequeños y humildes, más guía el Espíritu Santo la misión y
nos hace protagonistas de sus maravillas. ¡Deja
espacio para el Espíritu Santo!
Para Cristo, el equipo fundamental es otro: el hermano. Curioso esto. "Los envió de dos en dos" (v. 1), dice
el Evangelio. No solos, no por su cuenta, siempre con el hermano al lado.
Nunca sin el hermano, porque no hay misión sin comunión. No hay proclamación
que funcione sin preocuparse por los demás. Así que podemos preguntarnos: como cristiano, ¿pienso más en lo que me falta para vivir
bien, o pienso en acercarme a mis hermanos, en cuidarlos?
Llegamos a la segunda sorpresa de la
misión: el mensaje. Es lógico pensar que,
para preparar la proclamación, los discípulos deben aprender qué decir,
estudiar a fondo los contenidos, preparar discursos convincentes y bien
articulados. Esto es cierto. Yo también. En cambio, Jesús sólo les da dos
frases. La primera parece incluso superflua, ya que se trata de un saludo: "En cualquier casa en la que entréis, decid primero:
"¡Paz a esta casa!"" (v. 5). Es decir, el Señor prescribe
presentarse, en cualquier lugar, como embajadores de la paz. Un cristiano
siempre trae paz. Un cristiano trabaja para llevar la paz a ese lugar. Esta es
la marca distintiva: el cristiano es portador de
paz, porque Cristo es la paz.
Así podemos reconocer si somos suyos. Si, por el contrario, difundimos
chismes y sospechas, creamos divisiones, obstaculizamos la comunión,
anteponemos nuestra pertenencia a todo, no estamos actuando en nombre de Jesús.
Los que fomentan el resentimiento, incitan al odio, pasan por encima de los
demás, no trabajan para Jesús, no traen la paz. Hoy, queridos hermanos y
hermanas, recemos por la paz y la reconciliación en su patria, en la República
Democrática del Congo, tan herida y explotada.
Nos unimos a las misas celebradas en el país según esta intención, y
rezamos para que los cristianos sean testigos de la paz, capaces de superar
todo sentimiento de rencor, todo sentimiento de venganza, superar la tentación
de que la reconciliación no es posible, todo apego malsano al propio grupo que
lleva a despreciar a los demás.
Hermano, hermana, la paz comienza con nosotros; comienza contigo y
conmigo, con cada uno de nosotros, con cada uno de nuestros corazones. Si vives
su paz, Jesús viene y tu familia, tu sociedad cambia. Cambian si primero tu
corazón no está en guerra, no está armado de resentimiento e ira, no está
dividido, no es doble, no es falso. Poner paz y orden en el corazón, desactivar
la codicia, extinguir el odio y el resentimiento, huir de la corrupción, huir
del engaño y la astucia: ahí empieza la paz. Siempre
queremos encontrarnos con gente mansa, buena y pacífica, empezando por nuestros
familiares y vecinos.
Pero Jesús dice: "Lleva la paz a tu
hogar, empieza por honrar a tu mujer y amarla de corazón, por respetar y cuidar
a tus hijos, a tus mayores y a tus vecinos. Hermano y hermana, por favor, vive
en paz, enciende la paz y la paz habitará en tu casa, en tu Iglesia, en tu
país".
Tras el saludo de paz, todo el resto del mensaje encomendado a los
discípulos se reduce a las pocas palabras con las que empezamos y que Jesús
repite dos veces: "¡El reino de Dios está
cerca! [...] El reino de Dios está
cerca" (vv. 9,11). Anunciar la cercanía de Dios, ese es su estilo;
el estilo de Dios es claro: cercanía, compasión y
ternura. Este es el estilo de Dios. Anunciar la cercanía de Dios, eso es
lo esencial. La esperanza y la conversión vienen de aquí: de creer que Dios
está cerca y vela por nosotros: es el Padre de todos nosotros, que nos quiere a
todos como hermanos.
Si vivimos bajo esta mirada, el mundo ya no será un campo de batalla,
sino un jardín de paz; la historia no será una carrera por llegar el primero,
sino una peregrinación común. Todo esto -recordemos- no requiere grandes
discursos, sino pocas palabras y mucho testimonio. Entonces podemos
preguntarnos: ¿quién me conoce? ¿Ve en mí un
testigo de la paz y la cercanía de Dios o una persona agitada, enfadada,
impaciente y beligerante? ¿Muestro a Jesús o lo escondo en estas actitudes
beligerantes? Tras el equipamiento y el mensaje, la tercera sorpresa de
la misión se refiere a nuestro estilo. Jesús pide a los suyos que vayan por el
mundo "como corderos entre lobos" (v.
3).
El sentido común del mundo dice lo contrario: ¡imponte,
sobresale! Cristo, en cambio, quiere que seamos corderos, no lobos. Esto
no significa ser ingenuo - ¡no, por favor! -
sino a aborrecer todo instinto de supremacía y prepotencia, de codicia y
posesión. El que vive como un cordero no ataca, no es voraz: se queda en el rebaño, con los demás, y encuentra
seguridad en su Pastor, no en la fuerza ni en la arrogancia, no en la codicia
del dinero y de las posesiones que tanto daño causa. El discípulo de
Jesús rechaza la violencia, no hace daño a nadie -es un pacificador-, ama a
todos.
Y si eso le parece perder, mira a su Pastor, Jesús, el Cordero de Dios,
que así venció al mundo, en la Cruz. Así venció al mundo. Y yo -preguntemos de
nuevo- ¿vivo como un cordero, como Jesús, o como un
lobo, como enseña el espíritu del mundo, ese espíritu que hace la guerra?
Ese espíritu que hace guerras, que destruye.
Que el Señor nos ayude a ser misioneros hoy, yendo en compañía de
nuestro hermano y hermana; teniendo la paz y la cercanía de Dios en nuestros
labios; llevando en nuestros corazones la mansedumbre y la bondad de Jesús, el
Cordero que quita los pecados del mundo.
Moto azalí na matói ma
koyóka [El que tiene oídos para oír]
R/Ayóka [Que oiga]
Moto azalí na motéma
mwa kondíma [El que tiene corazón para consentir]
R/Andima [Consentimiento]
Redacción ACI Prensa
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